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Silvio Rodriguez

El Baile

para Augusto y Rosi.

La sala nos espera
con ademán triunfante
para estrenar y aplaudir
el baile de la sangre.

Acuden las estrellas,
la prensa y los glaciales,
felices de compartir
el brindis de la sangre.

Velándonos, silbándonos
hay coro de carámbanos.
Rondándonos, cercándonos
para inmovilizarnos.

No voy, no vas
al juego del disfraz,
corista tú y amor de este arlequín
romántico –al menos hasta el fin–,
imposmodernizable.

La corte nos espera
a derramar la sangre,
pero no vamos a ir
a tan odioso baile.

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