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Reflexiones
en torno a una visión sistémica de la conducta perturbada
César Enrique Vásquez Olcese
Universidad César Vallejo
Escuela
de Psicología
"Es
correcto (y constituye un gran avance)
comenzar
a pensar en los dos bandos que
participan en la interacción
como dos ojos,
cada uno de los cuales da una visión binocular
en profundidad. Esta visión es la relación".
- Gregory Bateson -
"Nuestra
mayor limitación es presumir que somos individuos".
-
Pir Vilayat Khan -
Gregory
Bateson, el gran científico inglés y uno de los padres de la cibernética,
planteó en una oportunidad la siguiente situación (Minuchin, 1982): imaginemos
a un leñador tratando de cortar un árbol con su hacha. Es una situación
sencilla que entraña una actividad también aparentemente sencilla, que no
requiere de mayor esfuerzo para su comprensión. Sin embargo, nos dice Bateson,
las apariencias engañan. ¿De quién depende talar el árbol?, ¿Del leñador?,
¿Del árbol mismo?, ¿Del hacha?, ¿Cuál es el factor determinante
en esta actividad?. Si nos dejamos llevar por el sentido común y el
antropocentrismo, entonces probablemente daremos mayor importancia al leñador;
es así que buscaremos averiguar algo sobre su peso, talla, fuerza muscular,
estado general de salud, experiencia, motivaciones, etc., con el fin de conocer
qué es lo que hace, cómo lo hace y por qué. Centraremos nuestra atención en el
individuo y profundizaremos en él, utilizando un proceder que podríamos tildar
de "clínico". Si damos énfasis al hacha, entonces averiguaremos algo
acerca de la marca, el filo, el tipo de metal, la longitud del mango, etc. Si
nos centramos en el árbol, veremos a qué especie pertenece, su edad, dureza,
grosor del tronco, sequedad o verdor, y demás.
De
manera similar a lo que hacen los cinco ciegos de la
fábula (que tratan de explicar, cada uno por su lado, cómo es un
elefante), al centrarnos en uno u otro factor específico estaremos seccionando
un fenómeno que es en sí complejo y pluricondicionado, y obtendremos como
merecido premio retazos de realidad. Según Bateson, en este caso tendríamos la
ilusión de que el hombre, el leñador, corta el árbol según su libre albedrío;
que da los hachazos dónde y cuándo se le viene en gana, y con la fuerza que se
le antoje. Caeríamos, así, en la visión lineal tradicional de causa-efecto,
donde el leñador sería la causa y los estragos que produce en el árbol, el
efecto. De resultas de esta forma de pensar, podremos elaborar mil y una teorías
para entender qué es lo que lleva a un prójimo a tomar un hacha y a
emprenderla a golpes contra un árbol. Podremos recurrir, como ya es sabido, a
los complejos, los aprendizajes y el refuerzo, el cerebro y sus hemisferios, la
tendencia al crecimiento, etc.
Una
visión más integradora nos llevaría a constatar que entre el leñador y el árbol
hay acción recíproca, interacción. Que el árbol no tenga voluntad y
conciencia, que sea estático, no significa que no tenga participación. Sus
características intervienen activamente en el proceso en calidad de información,
junto con las del hacha, para regular la actividad de cortar. En cada hachazo el
leñador emite información (velocidad, fuerza, ángulo y certeza del golpe) y a
la vez la recibe en su sistema
visual y propioceptivo. Esta información sale y retorna, y le dice a nuestro
trabajador si va bien en su faena o si debe imprimirle más o menos fuerza. En
cierto modo el árbol, a través de sus características, está indicando cómo
hay que cortarlo. Sin ello esta tarea tan "simple" sería prácticamente
inejecutable. Y esto, sin tomar en cuenta otros múltiples factores que intervienen
e interaccionan, como la hora del día, la luz disponible, la altitud, el calor,
la humedad, el viento, lo empinado del terreno y un largo etcétera.
De
esta manera, la prosaica labor de nuestro leñador se torna en una actividad
compleja, guiada por los principios de la retroalimentación entre las diversas
variables intervinientes; es decir, se convierte en un sistema cibernético
(Watzlawick, 1997).
Ahora
bien, ¿cuáles son las implicancias de lo expuesto líneas arriba para el campo
de las ciencias de la conducta?
En
principio, como dice Bateson, nos lleva a replantear nuestro concepto de lo
"mental". Es así que lo mental deja de ser esa oscura variable
subjetiva, que ocurre sólamente en el interior del cerebro (y que toma en
cuenta el entorno sólo de pasada), para convertirse en un proceso
interaccional, relacional y realmente holístico. La mente no es sólo el
producto o el efecto del entorno en el cerebro. La mente es relación; es el
cerebro en interacción con el
entorno. Es esa interacción, y no otra cosa, lo que llamamos mente. De allí
que Bateson llame a su enfoque "ecología de la mente" y que se
refiera a ésta como extracerebral
(Bateson, 1972).
Si esto es así, el estudio de la conducta perturbada y la psicoterapia
misma deben ser asumidos en términos relacionales, para ser eficaces. La
familia, la pareja y los demás grupos de referencia deben ser incorporados al
análisis y comprensión del sujeto como elementos primordiales, y no sólo como
meros telones de fondo. La adopción de la epistemología circular, que está
por encima de la búsqueda de causas y efectos, centrándose más bien en la
observación de relaciones, en la interacción y la retroalimentación de los
sistemas complejos, es el paradigma más adecuado (Keeney, 1987).
Para
ejemplificar esto, veamos un caso clínico real, tomado de nuestra casuística.
Se trata de un niño de cinco años que asiste a una escuela inicial. Lo
llamaremos "Juanito", en honor a los casos homónimos de Sigmund
Freud y John B. Watson. Juanito, refieren los padres, es una pequeña
gran pesadilla. Es inquieto; pega, muerde e hinca con el lápiz a sus compañeros;
agrede y no hace caso a la maestra, y no se está tranquilo dos minutos
seguidos. En casa demuestra una conducta similar, lo que lo hace acreedor de
golpes, castigos, amenazas, ruegos, sobornos, etc. Nada parece funcionar.
¿Qué
podríamos decir de este niño desde nuestra habitual forma de ver las cosas?
Probablemente que es hiperactivo, que tiene déficit de atención o daño
cerebral, que presenta conducta disocial y que es un psicópata en potencia, que
está traumatizado, que tiene una historia de reforzamientos inadecuada o, por
último (y sin saber muy bien el rol que esto juega), que tiene un padre alcohólico,
trastornado o que los papás no se entienden. Sea porque le nace o porque está
traumatizado, al igual que en el caso del leñador, estaríamos atribuyendo aquí
las "causas" al niñito de cinco años, el cual, pese a su juventud,
parece tener más fuerza que su hogar y toda la institución escolar juntos.
Nuevamente cometeríamos el craso error de ver la conducta fuera de contexto y
sin la interacción con otros elementos. Verlo de otra manera, más integral,
supondría en primer lugar recordar que el niño pega, desobedece o muerde a
alguien concreto en un lugar específico, y que los agraviados, al igual que el
árbol frente al leñador, tienen determinadas características y maneras de
reaccionar. Es decir, que la conducta perturbadora se da en la interacción, en
relación con alguién, y que al parecer dicha interacción tiende a mantenerla
y perpetuarla.
Pero,
¿será Juanito así en todos y cada uno de los contextos que lo rodean? ¿Se
portará mal en todas partes, a cada rato y sin importar frente a quién esté?
Es muy probable que no. Pero quizá no nos hemos detenido lo suficiente como
para percatarnos de ello o, como suele ocurrir con los "niños
problema", pasamos por alto cuando se porta bien y no fastidia, porque no
es el niño bueno el que nos importa sino el malcriado.
En
el caso de nuestra anterior historia, es lícito suponer que el leñador cumplía
alguna función cortando árboles:
hacer ejercicio, cortar leña para venderla o calentar su casa, o que formaba
parte de una escuadrilla de obreros empleados por un aserradero. Su conducta
cobraría un sentido, podría ser entendida, si entendemos a su vez la función
que cumple en el contexto específico en el que se da; vale decir, ensanchando
la visión y reenmarcando dicha actividad, asumiendo que el hecho de cortar árboles
constituye un elemento o subsistema perteneciente a un sistema mayor, el cual le
otorga un significado a la actividad y a los elementos que lo componen. La metáfora
de las cajas chinas (aquellas cajas que contienen cajas más pequeñas, y éstas
a su vez otras más pequeñas aún) podría sernos de utilidad aquí: una
conducta específica puede ser entendida apelando a un contexto mayor con el que
esté en interacción y que le dé significado, y a su vez puede ayudar a
comprender conductas más pequeñas contenidas en aquella.
Lo
mismo podríamos hacer con nuestro niñito perturbador: si nos tomamos la
molestia de ensanchar nuestra visión, de ampliar nuestro marco de referencia,
incorporando en el análisis los diversos elementos en interacción que lo
rodean, entenderemos cuál es la función
que cumple su conducta desviada. Es posible que nos enteremos que este niño de
cinco años, supuestamente poderoso y estigmatizado por sus progenitores, por la
escuela y por el diagnóstico tradicional, vive en un hogar en donde los padres
son convivientes y tienen serios conflictos
entre sí; que el padre (antes
violento y conciente de su violencia) para evitar seguir siéndolo echa de la
casa a su pareja cuando se siente colérico y descontrolado, y logra escapar así
de la confrontación; que la madre, de pequeña, era constantemente maltratada
por el padrastro, y que ella, a su vez, procura evitar repetir ese patrón de
conducta con su hijo siendo excesivamente tolerante, rogándole e implorándole,
e intercediendo por el niño ante el padre agresivo.
También
nos percataríamos de la siguiente pauta familiar: cuando el niño se torna
malcriado o agresivo en casa o el colegio, el padre concentra su atención y su
violencia en él, y la desvía de la madre, la misma que, de agraviada o
expulsada (con un estatus familiar inferior), pasa a ser apaciguadora de padre e
hijo. Esta situación continúa hasta que las cosas en apariencia se calman, la
tensión se disipa y el niño disminuye su actividad perturbadora. Entonces el
padre deja de prestarle atención, se concentra nuevamente en su señora y toda
la secuencia sintomática vuelve a comenzar. Al poco tiempo el niño recae.
Entonces,
¿qué función cumple la conducta perturbadora del niño? Al parecer, ayudar a
la mamá llamando la atención del papá como un señuelo. El niño está
triangulando entre ambos padres y modulando la distancia entre ellos. Cuando la
temperatura conyugal sube y la situación se torna peligrosa, ambos padres
emiten mensajes analógicos y/o subliminales que el niño capta; eso activa su
alarma interna, lo pone ansioso y desencadena las conductas perturbadoras. En
otras palabras, el niño absorbe parte de la energía sobrante en el sistema
familiar, que torna peligrosa la supervivencia del sistema. Así contribuye al
equilibrio. Asimismo, con ello el estatus inferior de la madre en su relación
de pareja se eleva un poco, pasando de ser una mujer agredida e indefensa a ser
temporalmente una madre abnegada, cuestionadora del cónyuge, apaciguadora y
salvadora de su hijo. Además, a la larga el niño, con su conducta sintomática,
"arrastró" a la familia a consultar a un especialista poniéndose él
de pretexto. Obviamente nada de esto fue calculado por ninguno de los tres
implicados. Nuestro niño es sensible y capta la agresividad paterna y la
tristeza materna. Ante ello se pone ansioso, y como no puede expresarlo
adecuadamente en palabras, debido a su corta edad, lo hace de la manera que
mejor sabe: actuando, estando inquieto, no prestando atención cuando se le
insta a hacerlo. En la sesión de terapia se puede captar esta secuencia: juega
tranquilo hasta que la madre empieza a hablar de los problemas con su marido;
entonces juega más fuerte, hace ruido, tira los juguetes y busca
desesperadamente llamar la atención de mamá. De una manera u otra,
probablemente por ensayo y error, las respuestas de los implicados se fueron
ensamblando entre sí, conformando un sistema o mecanismo autorreforzante que
perpetúa sus conductas.
Creemos
que el ejemplo anterior hace patente la circularidad básica de todo sistema
familiar; todos influyen sobre todos, todos son a la vez víctimas y
victimarios. Desde una perspectiva circular-sistémica el buscar culpables es
por demás inadmisible. El pensamiento circular plantea que todo efecto es a la
vez causa y que toda causa es a la vez efecto. Así está organizada la
naturaleza. El niño es provocado por el padre y a la vez lo provoca. Lo mismo
puede decirse de la madre y su esposo, o de ésta y el niño. Por ello es
conveniente centrar la atención ya no en el sujeto, sino en la interacción. La
interacción debe ser la unidad de análisis de la conducta.
También
es importante comprender que todo sistema es teleológico; busca alcanzar un
objetivo que lo articule y le dé un sentido. Y el objetivo por antonomasia de
todo sistema abierto es la supervivencia y el mantenimiento del equilibrio
interno. Esto llevado al plano familiar supone que cualquier recurso es lícito
si de mantener la homeostasis se trata. Y muchas veces el único recurso que le
queda a la familia es la patología (Andolfi, 1985).
El
modelo sistémico plantea que la mayoría de síntomas cumplen una función
reequilibrante y de supervivencia, y que mientras subsista la necesidad familiar
que le dio origen el síntoma se mantendrá. Esto es válido igualmente para
trastornos aparentemente individuales y que surgen en familias supuestamente
"normales". De allí la necesidad de cambiar nuestra visión moralista
del síntoma; que dejemos de verlo como algo intrínsecamente malo y que lo
asumamos desde una perspectiva funcional y pragmática. El síntoma aparece
porque es "útil" para la familia; y puede serlo de distintas maneras.
Mencionaremos a continuación algunas cuantas:
El
síntoma define la situación en familias donde el panorama es confuso o difuso.
Cuando hay pugnas por el poder, roles poco claros, comunicación inadecuada,
falta de espacio para cada miembro, etc., que alguien se enferme define la
situación como problemática e insostenible, y eso es ya un avance entre tanta
ambigüedad. Recordemos que la incertidumbre es intolerable para el ser humano
(Hoffman, 1992).
El
síntoma protege y encubre, y a la vez libera de responsabilidad a quien lo
porta. Al enfermo no se le puede exigir conductas normales ni imponer
obligaciones. Sólo cabe protegerlo y aguantarlo. Es como otorgarle patente de
corso a alguien que no encuentra otra manera de escapar de una situación
insostenible (recordemos el doble vínculo de Bateson, 1972).
El
síntoma distrae la atención de problemas mayores que pueden tornarse muy
peligrosos si se les afronta directamente. Cuando hay problemas conyugales, por
ejemplo, la repentina aparición de síntomas en un hijo puede prevenir que los
padres se separen, pues se ven obligados a hacer causa común o a plantearse una
tregua temporal. De igual modo, si ambos padres están demasiado cerca y ello
empieza a incomodar a uno de los dos (por ejemplo, un cónyuge puede interpretar
como amenazante o intrusivo las demandas sexuales o afectivas del otro), la
enfermedad del hijo puede separarlos, y darle un respiro al que se siente
acosado, so pretexto de cuidar al enfermo. En síntesis, el síntoma modula la
distancia marital.
En
otras ocasiones el síntoma sirve de mensaje para dar a entender que la situación
familiar es insostenible; que se requieren cambios cualitativos o de segundo
orden, o, por el contrario, que un cambio en los momentos actuales puede ser
peligroso para la supervivencia familiar. Los síntomas y sus consecuencias
pueden ser un freno o un catalizador de la evolución familiar.
-
Muchas
veces la presencia de determinada sintomatología termina arrastrando a toda la
familia a terapia, y es allí que empiezan a tratarse los verdaderos problemas
que el síntoma encubría.
-
El
síntoma cambia la correlación de fuerzas al interior de la familia. Un miembro
que se ubica en un estatus inferior puede subir de nivel enfermándose y aferrándose
a su patología. Un esposo puede demostrarle a su casi perfecta esposa que no lo
es tanto dedicándose a la bebida y saboteando todo intento que ésta haga por
rehabilitarlo. El alcoholismo puede ser el talón de Aquiles de la mujer y el único
terreno en que el esposo sale victorioso.
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Un
efecto similar puede obtenerse cuando el paciente se asocia a un miembro de la
familia con poco estatus. Como en el caso de Juanito, la madre víctima se
convierte en abnegada y protectora (y sube su nivel) gracias a la conducta
perturbadora del niño, que le da la ocasión de convertirse en heroína.
Hemos mencionado sólo unas cuantas de las múltiples funciones que
pueden cumplir los síntomas y trastornos psicológicos en el sistema familiar.
En todo caso debemos recordar que, desde la perspectiva sistémica, la patología
es siempre una respuesta absurda para una situación igualmente absurda. El síntoma
es también una metáfora de la dinámica familiar. Siguiendo las reglas de la
metonimia, el trastorno en sí y la trama de relaciones que se teje en torno al
mismo es una muestra en pequeña escala de lo que es la familia en su conjunto.
Y esto es válido no sólo para familias obviamente perturbadas. El análisis
sistémico es válido para todo tipo de trastorno o conducta perturbada que no
tenga una comprobada base orgánica; e incluso en este último caso (por ejemplo
en las demencias o en las esquizofrenias) permite entender como la familia
utiliza la enfermedad.
La
consecuencia lógica de todo ello es que la psicoterapia debe encaminarse a
ampliar su foco de atención, tornarse más relacional y ecológica. Creemos que
la terapia centrada exclusivamente en el individuo es ya obsoleta. Como decía
Ortega y Gasset: "El hombre es el hombre más sus circunsatancias", y
nunca como hoy eso se ha hecho más evidente.
Referencias
bibliográficas:
-
ANDOLFI,
M. (1985) Terapia familiar. Un enfoque
interaccional. Buenos Aires: Paidós.
-
BATESON,
G. (1972) Pasos hacia una ecología de la
mente. Buenos Aires: Carlos Lolhé Editores.
-
HOFFMAN,
L. (1992) Fundamentos de la terapia
familiar. Un marco conceptual para la comprensión de los sistemas. México:
Fondo de Cultura Económica.
-
KEENEY,
B. (1987) Estética del cambio. Buenos
Aires: Paidós.
-
MINUCHIN,
S. (1982) Familias y terapia familiar.
Buenos Aires: Gedisa.
-
WATZLAWICK,
P. y otros (1997) Teoría de la comunicación
humana. Barcelona: Herder.
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