Oyá-Yanzá: Orisha mayor y una de las amantes de Changó. Dueña de las centellas, los temporales, y en general, de los vientos. Violenta e impetuosa, ama la guerra y acompaña a Changó en sus campañas. Acostumbra acudir con un ejército de egguns y pelea con centellas y dos espadas. También es la dueña del cementerio, vive en su puerta y alrededores. Siempre se encuentra con Obba y Yewá. Junto con Elegguá, Orula y Obbatalá domina los 4 vientos. En el diloggún habla por Osa (9) y su refrán dice: “su mejor amigo es su peor enemigo.” En los obbi habla por Oyekun y Ocana. Su número es el 9. Su día el viernes, día de pagar castigos. Lleva todos los colores menos el negro. En Osha sus nombres son Oyá Bi, Oyá Funkó, Oyá Dumí, Oyá Mimú, Oyá Obinidodo, Oyá Agawa, Oyá Odó-Oyá, Yansá Orirí, Oyá de Tapa. Tiene una hermana, Ayao, que es virgen y no se asienta. El Iyabó se le sienta en silla. Su receptáculo es una sopera de porcelana pintada de 9 colores menos el negro. Sus hijas son violentas, poderosas, autoritarias, de temperamento sensual y voluptuoso. Pueden ser extremadamente fieles, aunque también dadas a las aventuras extraconyugales. A pesar de todo, siempre son muy celosas. Se sincretiza con Santa Teresita de Jesús.
Junto con Elegguá, Orula y Obbatalá, Oyá domina los cuatro vientos. Oyá es el
arco iris y con sus colores. Casi nunca baja por medio de un poseso, pero
cuando lo hace, llega con gestos arrogantes, fuertes y violentos, batiendo el
aire con su iruke, un adminículo hecho con la cola de un caballo negro con el
que limpia y sacude todo lo malo.
Oyá es la divinidad más relacionada directamente con el proceso de la muerte. Muchas veces
se le invoca y se le da comida a la orilla de los ríos, mientras sus hermanas
comen dentro del agua; así se simboliza la niñez de Oyá, el sacrificio de Ochún
y el amor maternal de Yemayá.
Pataki de 0yá Yansá
Se sabe que Oyá acompañó a Changó en todas las batallas, peleando a su lado con
dos espadas y aniquilando a los enemigos con su centella. El patakí es así:
Oyá estaba casada con Oggún, pero se enamoró de Changó y él la raptó (de ahí
vino la famosa pelea entre los dos orishas). Un día Changó estaba alborotado en
una fiesta cuando lo prendieron y encerraron en un calabozo con siete vueltas de
llave. Changó había dejado su pilón en casa de Oyá. Pasaron los días y como
Changó no venía, Oyá movio su pilón, miró y vio que estaba preso. Entonces Oyá
cantó:
Centella que bá bené
Yo sumarela sube,
Centella que bá bené
Yo sube arriba palo.
No dijo más que esto y el número siete se formó en el cielo. La centella rompió
las rejas de la prisión y Changó escapó. Entonces vio que Oyá venía por el cielo
en un remolino, y se lo llevó de la tierra. Hasta aquel día Changó no sabía que
Oyá tenía centella. Ahí empezó a respetarla.
HISTORIA DE OYA Y SUS HERMANAS
En épocas muy remotas había una tribu en que sus moradores, aunque pobres eran
muy felices. Vivían en esa tribu tres hermanas de las cuales, la mayor se
sostenía de lo que pescaba en el mar y ayudaba a la crianza de sus otras dos
hermanas menores. La segunda, tratando de ayudar a la mayor, aunque tenía que
cuidar de la más pequeña, sondeaba en los ríos cercanos, y con su producto
también cooperaba con la mayor, por lo que ambas se querían mucho.
Mientras trabajaba, sujetaba a la pequeña a la orilla del río para evitar
cualquier peligro; mas cierto día inesperadamente, fue invadido el territorio y
como se encontraba algo distante no pudo oír los gritos de la pequeña que fue
robada por los invasores.
La mayor cuyo nombre era Yemayá, se salvó por estar trabajando en el mar, así
como la segunda cuyo nombre era Ochún, por estar lejos en el río, no teniendo la
misma suerte la pequeña nombrada Oyá.
Las dos hermanas sintieron mucho la ausencia de su hermanita, pero la segunda
fue tanta la impresión que recibió, que estuvo enferma muchos años, sintiéndose
cada vez con más deseos de ver a su pequeña hija, como ella la llamaba.
Por esa causa, Ochún guardaba cada día unas monedas que le sobraban para liberar
a su hermana, antes de que fuera doncella. Sabiendo a cuánto ascendía el precio
de Oyá, entregó la cantidad en monedas de cobre al jefe de aquella tribu, quien
lejos de cumplir su palabra, duplicó la cantidad que Ochún nunca podría pagar.
Cayó de rodillas delante de él y llorando suplicó sobre el cambio de palabras de
aquel hombre frío y duro. La respuesta fue pedir a cambio de la libertad de Oyá,
la virginidad de Ochún, prometiéndole no engañarla si ella accedía.
Ochún vaciló, pensó en su hermana Yemayá que ella tanto quería y a la vez
respetaba, pero el amor hacia Oyá era superior a todo: era su vida, y Ochún se
sacrificó. De regreso, acompañada de Oyá, contó a su hermana mayor lo sucedido y
le pidió perdón. Esta la bendijo y perdonó, y con aquellas monedas de cobre
producto de tantos sacrificios, adornó la cabeza de la pequeña Oyá, en recuerdo
del sacrificio de Ochún. Creció Oyá, y Ochún para criarla siguió la vida de
sacrificios que por ella empezó, hasta su mayoría de edad. Ochún, mujer alegre
en la vida, pero santa y mártir de limpio corazón, Olofi la bendijo por su
hermana menor, y a Yemayá por las dos.
En ese tiempo Olofi repartía las tierras del Mundo entre los que santamente eran
merecedores. A Yemayá le dieron el gobierno de los mares, a Ochún el de los
ríos; pero Oyá, no constaba en el reparto ya que no estaba en la tribu cuando
pasaron lista por estar cautiva. Ochún lloró y suplicó a Olofi quién contestó:
-Hija mía, las tierras del Mundo están repartidas, sólo queda un lugar sin
dueño, si ella lo quiere, de ella es.-
Era el cementerio y por ver feliz a sus hermanas, aceptó.