Eso que despiertaEra el óvulo, su curva irregular, su sinuosa mirada. Era el pistilo, el pistilo que espera. También era la corola y las alas, y también la espiga que miraba; los pétalos, los sépalos y su risa. Era la hortensia, la bella hortensia milcolora bajo la lluvia. Era la orquídea, las amapolas mirándome, saludándome, y las bugambilias también ahí con su vino. Fueron los zarcillos, los racimos, la vid y su vida. Fue la semilla y su callada espera, y su próxima rajadura y su acurrucado silencio en medio de los granos fríos, en medio del polvo que heredamos del Taita Sol. También fue, se me olvidaba, el viento, el viento que acaricia y busca, que mece nuestro sueño, que habla de las cosas transparentes, que canta lo invisible y que ayuda a nacer. Fue él, las violetas y la manzana, el crujir de la granada poblando la tierra, toda la extensión, la explanada: las semillas recogidas por la madre, guardadas más abajo de su suave ombligo y de su constelación. Después fue el grito luminoso, la raíz, la que encuentra, la que engarza la vida y sus pequeños hilos. Y después fue el abrirse, el
rajar el vientre y salir a ver el mundo y su estrecho ruedo, su alto cielo:
la Eclosión, eso que despierta para siempre, eso que despierta
para siempre. Cristián Geisse
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