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Ampolleta


Ampolleta quemada mira atónito la puerta que le impide la entrada a su hogar. La llave esta puesta en la chapa, pero está introducida por el otro lado. Pero ampolleta quemada jamás pensaría que al colocar un papel por debajo de la puerta puede desencajar la llave, introduciendo un destornillador que llevaba en su bolsillo como desde hace 2 años en la cerradura, con el cual podría hacer caer la llave por el otro lado encima del papel, y luego arrastrar el papel con la llave hacia fuera. En cambio, ampolleta quemada patea vigorosamente la puerta, descargando toda su impotencia acumulada durante el día. Al final se siente más cansado, y la llave probablemente ya cayó al suelo, pero por lo menos hizo evidente su descontento con lo que le acontece. Evidente para el, ya que nadie alrededor puede evidenciar la situación. Arreglándose los pantalones, decide ir a otro lugar a pasar el rato.

Ampolleta quemada solo conoce un lugar aparte de su casa. Este es su trabajo, el jardín del colegio Altamar. Institución que después de años de tenerlo como alumno reprobado, decide mediante sus directivos que ampolleta trabajase como jardinero y asistente del auxiliar. Ampolleta odia su pega, y a sus regentes, y a la escuela, pero eso le permite vivir en su casa. Ampolleta ama su casa, y aunque algunos puedan pensar que se trata de una pocilga hedionda y llena de pestes, el la amaba de manera particular. Su casa era donde sus pasatiempos se encontraban: su cama, donde se conectaba con el mundo de los sueños, su cocina, donde preparaba el sabor para su amarga vida, y su guitarra, con la cual en dueto duofónico chantaban tremendas teorías musicológicas en las cuatro paredes manchadas con mierda. Cada día, a las seis en punto, una sonata sonaría desde aquella caja resonante habitacional, bellas melodías, acordes polifónicos inextricables y weas, buenas las weas, pero ampolleta no las comprendía. Para él, aquellos son sonidos bonitos, pero incontrolables, que se manifestabas como impulsos nerviosos de una catarsis en fervor religioso. Para ampolleta, aquellas eran las palabras de dios, otro de los escasos conceptos abstractos manejados por su aparato valórico, más que el conceptual, en fin. Jamás ha logrado interpretar una melodía dos veces de la misma forma. Siempre derivan en improvisaciones celestiales.

Pero ampolleta quemada no se atrevería nunca a mostrar a alguien estos extraños mensajes. Para él, solo eran notas al peo, y quizás ni siquiera le gustaban. Incomprensibles, casi como sus sueños en los cuales se remontaba a lugares extraordinarios de los cuales se ampliará en detalle. A él le gustaban más el coro de su iglesia evangélica, a la cual atendía los domingos por la noche. Dios explicaría todo lo necesario para Ampolleta. Y la Biblia seria el único libro que uno vería por sobre pasar los ojos de ampolleta. Pero Ampolleta jamás pondría en duda que lo escrito en ese libro, y jamás verificaría algún precepto en algunas de las reverenciadas páginas. Solo basto con un sermón dominguero para que Ampolleta quemada lanzara su televisor por la ventana. Otro para que entregara todos los meses el diezmo de su sueldo al pastor. Y otro para hacerlo sentir culpable si quiera de respirar, por lo cual su asistencia se volvía paradigmática. Que Descartes y que weas, que Toriccelli y weas, Dios lo creo a su imagen y semejanza.

Esa tarde, Ampolleta Quemada, después de chutar su puerta y de no lograr absolutamente nada, decide ir a su trabajo. Jamás se le ocurriría pensar que el día domingo a las doce de la noche ninguna escuela está abierta. Quizás sea un error menor si el no viviera a 30 kilometros en el paradero 36 de la gran avenida. Su escuela quedaba en Huechuraba. Entonces aquella conmutación de casi 70 kilometros deberia ser encaminada a pie, En una travesía Epica que a continuación describo, como bien o mal otros lo hicieron otros antes que yo. Este es el Viaje de Ampolleta Quemada a través de Santiago de la Nueva Extremadura. Continua en el próximo número...

 
Oscar Bascuñán
2004
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