De la administración al arte
(o el arte de administrarse)
Toda señorita decente, de buena cuna, tiene qué saber tocar el piano, bordar y cocinar -decía mi abuelita en Tlacotalpan. Ella tenía todas estas gracias, así que, cuando yo tenía 8 años, me mandó a clases de piano. Fuí, pero el detalle es que yo no tenía piano propio -ni el dinero que esperaría una "familia decente". En cuanto entré a la secundaria -y aprovechando que ya contaba con menos tiempo para "esas" gracias-, lo abandoné. De todas formas, siempre estuve cerca de las artes: en la escuela formé parte del grupo de danza. Además, siempre dibujé, y participaba con mis obras en los concursos. Aunque la energía la concentraba en terminar la Licenciatura en Administración de Empresas Turísticas, también me gustaba cantar con mi hermano Francisco, y declamar poesía. Desde los 15 años trabajo. En un principio, en la pastelería de una tía. Después, con una amiga, criando pollos para vender y así mantener nuestras carreras -complicadas y caras, a causa de los viajes. Ya entrando en materia, por la mitad de la licenciatura, estaba en recepción y reservaciones en el Hotel Torremar Resort, del Puerto de Veracruz. En esas fechas me hice novia de un músico, aproveché los conocimientos que tenía de zapateado para disfrutar juntos de los fandangos públicos, y de los que organizábamos nosotros en mi casa. Entre semana, era administradora. Los fines de semana, fandanguera. Mi novio me regaló una jarana, y empezó a enseñarme a tocarla. Entre viajes de prácticas de turismo, clases de inglés y fandangos de rancho, cuando me di cuenta ya estaba casada.
Yo bailaba solamente en los fandangos que organizaba la familia de mi esposo, porque por esas fechas había algunas bailadoras que, cuando llegaban, monopolizaban la tarima y, al sentir que yo traía un estilo diferente, no me dejaban zapatear. Eso jamás me detuvo, porque busqué los espacios para mí.
En un encuentro en el Patio Muñoz de Xalapa -por cierto, grabado y transmitido en televisión -, debuté como jaranera en el escenario hace 11 años. Desde entonces formamos dueto. Los años que él y yo trabajamos en el Seguro Social, hicimos muchísimas presentaciones en la Institución, además de los retratos que yo hacía para los funcionarios y sus familias. Como sea, aunque ambos de profesión administradores, seguíamos en contacto con el arte.
No tocamos siempre solos. Algunas veces se nos han unido otros músicos, como Honorio Robledo, Alfredo Gutiérrez, Ana Zarina, Humberto Victorio, y hasta Alberto de la Rosa, David Haro y el "Negro" Ojeda.
También empecé a escribir décimas, participando con estrofas y viñetas hasta ahora en tres publicaciones de "La Mujer en la Décima". De ahí enriquecí nuestras presentaciones con mi poesía.
Y hablando de estrofas, mi esposo aprendió una que habla de cosas del rancho:
"...al sonido de la espuela
y al golpe del guatimé,
abrió la boca el gateado,
como que quería comer
zacate del otro lado"En un encuentro en Santiago Tuxtla, acompañados por Ana Zarina, decidimos evitar presentarnos con el nombre de mi esposo -eso habíamos hecho siempre-, y tomar una briosa frase de esta quintilla para usarla como nombre del grupo: Al Golpe del Guatimé (que es la vara para golpear al caballo en galope). El nombre fue providencial, pues al virtual golpe de algún guatimé surrealista, el grupo ha seguido galopando, ya sin detenerse. Han pasado ya dos años, varios músicos, y hasta varias giras en México y el extranjero. La más reciente fue a Burdeos, y decidimos compartirla con El "Negro Ojeda" y su guitarrista Pepe Santiago que, gustosos, accedieron.
Entre vida familiar, pinturas, décimas, trabajo en el rancho cañero y música, José Ángel Gutiérrez y yo seguimos adelante, compartiendo montura. Y nuestra casa es la de ustedes. Y tiene piano.