BUENO
REGULAR
Marcelo, de once años, sentado frente a la mesa de la cocina,
en
su casa, hacía los deberes: leía y pasaba de la libreta de apuntes
la tarea para el otro día, en sus cuadernos. Comprobó con desaliento
que el problema no lo resolvía. La razón le negaba una solución
clara por quedarse totalmente blanca
Entonces cruzó sus brazos sobre el cuaderno y doblando su ru-
bia cabeza sobre él, se puso a llorar amargamente con tibias y
copiosas lágrimas.
Su madre preguntó: ¿Qué ocurre, Marcelo? ¿Por qué lloras?
Viviana, de catorce años, que leía una novela policial, vino
de
su dormitorio para saber qué ocurría, de aquella tristeza.
_Viviana, ayudá a tu hermano- dijo la madre. Ella agrandó sus
ojos y mirándolo con ternura y piedad tomó el cuaderno.
_Es fácil, Marcelo, es una suma y una resta, así, ves?
_Gracias, gracias, Viviana.
Esa noche Marcelo durmió contento: al fin llevaría los deberes
bien a la escuela. Soñó que tenía montones de revistas nuevas.
Leía y leía, y ponía a un costado las recién leídas.
Se despertó a las nueve moviendo el aire con sus manos para
juntar las revistas. Se sintió desilusionado de que las revistas
no fuesen reales, se lavó las manos y la cara y se peinó con el
peine grande, que le faltaban tres dientes, frente al pequeño
espejo parecido a un cuadro por su marco. Saludó a su madre y
hermanas, ya levantadas, y fue al cuarto de Cristal a ver si es-
taba despierta.
La niña de doce años dormía profundamente, con su carita
disgustada de enferma. El bracito cubierto de enormes granos
reposaba sobre la amarillenta sábana doblada y su mano
abierta como pidiendo una limosna de salud, y en su mesa de
luz el viejo cuadrito de la Virgen del Perpetuo Socorro con el
niño Jesús en sus brazos. Tantas y tantas veces balbuceando
el nombre de María para su salud.
Cristal sintió la presencia de Marcelo en la habitación y des-
pertó.
_Buen día, Marcelo. ¿Ya tomaste el desayuno?
_Sí, Cristal, ya lo tomé.
_Marcelo ¿me traes la palangana, la toalla y el jabón Luz?
dijo con una amplia sonrisa de ojos tristes.
_Voy, voy- dijo Marcelo- tomá, aca tenés todo.
_Te vas a levantar hoy, Cristal?
_No sé. Está lindo el día, Marcelo?
_Sí, es un hermoso día de otoño, el cielo bien azul y el sol luminoso.
Sabés que la gallina canarita de Viviana tuvo pollitos?
_Qué lindo, qué lindo! salí que me voy a vestir, quiero verlos.
Cristal se puso un vestido celeste y alpargatas negras, y marchó
al gallinero hecho con latas de aceite, mientras una ligera brisa mo-
vía su melena rubia y su vestido celeste que cubría su cuerpito delga-
do y endeble de tanto estar en cama.
La gallinita muy oronda picoteaba con sus pollitos la ración
y
escarbaba la tierra, llamando a sus pequeños cuando encontraba
una lombriz. Cristal los contemplaba maravillada, en ese fragmen-
to de felicidad que regala la vida.
Llegó el mediodía y Marcelo comió puchero, se puso la blanca
tú-
nica y la moña de seda azul, ya formada.
Era la una menos cuarto, los niños llegaban de distintos puntos
cardinales a la escuela y se formaban pequeños grupos a medida
que se aproximaban. Las maestras también venían reunidas, recién
bajadas del ómnibus a la cuadra de la escuela. Todas limpitas y tan
bien vestidas, que se diferenciaban enseguida de las madres que
traían sus hijos hasta la puerta de la escuela.
Los niños se alineaban en el patio de la escuela y las maestras,
vestidas de blancas túnicas, llevaban las clases a sus salones.
La maestra tomaba nota de los deberes, luego dejó en el pizarrón
un problema y más tarde se repasaría la gramática y los verbos.
Todo fue una tortura. Su hermana se equivocó en el resultado.
El problema de clase se lo tuvo que copiar a un compañero. La la-
guna de su cabeza no le permitía razonar ni dar un resultado feliz.
Salió corriendo de la escuela una vez terminada la clase, pasando
sobre algunos charquitos de agua. Su madre lo retó por salpicar
la túnica limpia de ese lunes.
Marcelo pensó que la vida era triste, sólo era linda sábado
o
domingo, cuando iba a Misa a contarle al niño Jesús sus penas, y
que él podía arreglar todo, con milagros y ángeles.
Siempre le daban mareos los veranos en la Misa porque había
mucha gente y le sacaban el aire. No se comía nada para poder
comulgar.
Le gustaban las mañanas domingueras, ir a la Misa con su
padre y sentir el olor de jazmines que estaban sobre el patiecito
de la Capilla.
Otra vez la escuela. Marcelo se daba cuenta de que era distinto
a otros niños, no jugaba a los juegos violentos porque tenía miedo,
y no jugaba porque era perdedor eterno.
Vivía una melancolía allá en el fondo de su corazón, no podía
vivir tranquilo. Le daba vergüenza todo. Los otros niños lo que-
rían porque era manso y trataban de ayudarlo, pero él entraba
en su mundo y se apartaba de ellos.
Cuando algo era alegre sonreía, pero no sabía reír a carcajadas
como los otros niños. No le salía la risa, se le entrecortaba hasta
la respiración. Y miraba, un poco con ganas de reír igual.
Las hermosas maestras cuidaban el recreo con una campanilla
que la hacían sonar si algún niño corría, o si peleaban.
Su gran trabajo comenzaba en el recreo, porque todos los niños
jugaban menos él, se ponía tras un árbol o iba a ver cómo juga-
ban a la bolita. Cuando nadie jugaba a la bolita o el trompo era
un peligro, porque se hacía más ostensible su soledad.
Era cuando aparecía alguna maestra de ojos claros, tomándole
del hombro para preguntarle: "Niño, usted no juega?" El,
tímidamente, decía que no era ese el momento, pero que ya jugaría.
Cómo explicarle a la maestra el por qué, cuando él mismo no
lo
conocía?
Al fin sábado, a cambiar revistas de chistes a lo de un compañero
de escuela. Enrique le hacía trampa y le robaba alguna revista de
las nuevas. Se sentó en el hall para leer con gusto el nuevo montón
de revistas y su hermana Viviana se aproximó para conversarle.
_Me vas a atender lo que te digo, Marcelo?- y, tomándolo de la
cabeza, se la hundió en la revista y largó la risa. No le dijo nada,
se fue frente al espejo del dormitorio y comenzó a hacer ejercicio
con el cuello.
Sentado en el cordón de la vereda, con un trozo de pasto entre
los dientes, miraba pasar la gente por la calle. En ese momento
pasó una hermosa niña rubia, en bicicleta, parada en los peda-
les, le miró con sus ojos azules, y le dejó una nueva emoción en
su corazón.
Raúl cruzó la calle y lo invitó a jugar con una pelota de goma.
Bastó para tener un nuevo amiguito, hasta que la madre lo
llamó para hacer los deberes.
Marcelo fue al tanjarino de su casa y se columpió entre dos
ramas, alzó los pies bien arriba hasta ver el cielo azul entre
ellos y sentir la presión de la sangre en su cara apoyándose
fuerte en sus manos. Luego arqueó su cuerpo y soltó sus manos,
cayendo parado frente al árbol.
A la otra tarde Raúl fue a buscarlo con dos bicicletas y recorrieron
muy contentos todo el barrio. Bajo el silencioso rodar de las gomas
y el trac trac de los pedales, sintiéndose mágicamente libres de sus
pies lentos, para recorrer en el equilibrio maravilloso de esas ruedas
misteriosas que los llevarán a distancias largas.
Cristal tenía dos amigas que andaban con ella para todos lados.
Cuando ella andaba mejor de la piel, y no se le notaban tanto los
granos.
Lo invitaron a ir al cine del colegio privado. Entró contento
con
su hermana y las dos amigas a la sala de cine particular, estaba
todo oscuro, sólo se veía la película que estaban proyectando que
era del Gordo y el Flaco. Una de las catequistas lo acomodó en un
asiento largo, al lado de una niña, la cual se incomodó con él y lo
codeó, se fue de ese banco y de tanta niñez sentada, se sentó en un
lugar y otro, entonces descubrió por qué había tantas niñas, en
las sombras, molestas. El era el único varón en esa sala atestada
de niñas, su hermana lo había llevado con engaño.
Salió corriendo del cine y se fue a su casa corriendo, doce cuadras.
Era una niñez rodeada de niñas grandes y pequeñas, por ella,
por
Cristal.
Era un mundo de niños de boca limpia y corazones egoístas,
que
no compartían sus colores en la escuela o sus juguetes en el barrio.
Un mundo en el que se podía llegar a santito, pese a que el anillo
de matrimonio no bastara para dejar la familia unida con la
bendición matrimonial.
La espera de todo un año para tener juguetes comprados por
la
hermana mayor, vivir intensamente la magia milagrosa de Navidad
y la Noche de Reyes.
La obligación de ir todos los domingos a Misa y comulgar, recitarle
al confesor las mismas faltas ingenuas consideradas pecados: enojo,
desobediencia, decir palabrotas, o pecar de mal pensamiento con la
desnudez femenina.
Y la eterna pobreza que ata todas las buenas acciones en un
manojo
escalofriante de dolor que no termina nunca y se decolora, el amor,
el entusiasmo y el deseo por la vida en los ojos tristes de la niña Cris-
tal.
Nacional y Peñarol, ganadores siempre en fútbol sobre los cuadros
chicos. Y Blancos y Colorados en política.
Estuviera quien estuviera, la niñez pobre igual.
Los pesados comentarios de fútbol que duraban una semana y
los comentarios bien dichos del diario El País. Los juguetes de los
niños con los colores de Nacional y Peñarol. Los trompos, las
cometas, los baleros, los yo-yo. Ya eran obsesivos con el fútbol.
Marcelo tenía mucho sentimiento, mucha vida interior lograda
por su vida transcurrida en la Iglesia parroquial. Nunca estaba
conforme en la escuela porque veía que su mente era lenta como
una tortuga y sus compañeros rápidos como halcones. La triste
y arrugada tortuga veía cruzar raudos los pájaros por el cielo
azul.
Nunca hubo un médico de la familia y Cristal fue una víctima
de esa falta. Dijo el padre: "todo se debe a la pobreza".
Marcelo (el menor de seis hermanos) preguntó:
_Mamá: cómo es eso de que la pobreza se debe a los muchos
hijos, como dice tía; entonces, ¿papá, vos y mis dos hermanas
mayores serían ricos, si nosotros no hubiésemos nacido?
_No tiene nada que ver, mijo, todo se debe a este gobierno colorado.
Dicen que con el gobierno colorado hay más trabajo, pero es mentira.
La gente igual se mata por un vintén. Hay pobreza igual, y mucho
empleo público. La gente mala hace la vida carísima. Lo que van a
lograr con menos hijos es sólo menor población en el Uruguay, la
gente seguirá igual de pobre. En Uruguay hay mucho campo y
tierras fértiles.
_Mamá: ¿cómo hay que hacer para ser rico?
_Mijo, para ser rico se comienza comprando un campo, luego se
pone una pareja de animales, por ejemplo, ovejas, tienen muchas
ovejitas, y así, al sumar más, se tiene más, y poco a poco, con
constancia y mucho trabajo y ahorro se acrecienta el dinero, luego
se llega a rico, pero hay que trabajar mucho, mucho.
_Yo seré rico, mamá, pero muy rico, muy rico no, porque si no,
no voy al cielo.
Era niño libre, bajo las ramas del naranjo, y felizmente recostado
en el verde pasto. Príncipe rubio de un país de ensueño, en el que
siempre lo acompañaba un ángel.
Era un correr de Sol a Sol, por las alfombras de veredas de
verde
pasto.