"Durante el viaje se canta y charlotea;
los islotes están frente a la costa,
más
allá de la Isla, y el viaje es largo".
Knut Hamsum.
A LA DERIVA
El contorno
costero había desaparecido de la línea, ahora limpia, del horizonte.
Había navegado sin descanso, obsesionado por perder
de vista cualquier atisbo de
tierra firme. Aquel año el curso había sido
demasiado intenso e, incluso, su padre se
había excedido en su exigencia por no
desaprovecharlo insistiendo de continuo en la
parte del futuro que estaba en juego. Por eso, todo
el objetivo de aquellas vacaciones
era relajarse distendidamente hasta la saciedad y, así
primero, había que aislarse de
todo ruido que sonase a recuerdo de hábito
rutinario. Para ello cogió el velero de su
padre y salió mar adentro. No dijo nada, tan solo
dos días y volvería, renovado. Esa
noche el mar también dormía y balanceaba el
balandro con su mecer calmo. Sin
embargo, como en otras ocasiones, aquel maldito juego
mental no le dejaba conciliar
el sueño. Lo achacó a la influencia cercana de las
obligaciones cotidianas, de las que
aún no había logrado desembarazarse en su
totalidad. Ahora que necesitaba
descansar y dormir era cuando se le planteaban a modo
de desafío aquel tipo de
dilemas que le hacían perder el tiempo, pero
imposibles de eliminar a su pesar. El
reto en sí era sencillo… Había dedicado la tarde
a practicar nudos en cubierta,
mientras las velas se dejaban llevar por una brisa
suave y generosa. Practicó los
nudos marineros que ya conocía, se ató un brazo,
las piernas, utilizó también las
cornamusas y, a la vez, aprovechó para intentar
aprender algún otro nudo nuevo. Y
ahora, en vez de descansar, aquella pesadilla sin fin
le debatía en si un hombre
atado por el tobillo a un cabo que arrastraba un
velero, empujado por el viento,
tenía posibilidad de salvación. Para él no había
problema pues, incorporándose para
agarrase el pie y alcanzar el cabo, solo había que
jalar la cuerda con uno y otro
brazo hasta subir a cubierta. Sin embargo, otra voz
en su cabeza le intranquilizaba
con la posibilidad de que la creciente velocidad del
velero, impulsado por fuentes
vientos, resultaba proporcionalmente superior al
esfuerzo necesario del hombre, no
para alcanzar su pie y el cabo, sino incluso para
poder incorporarse. Ante tal
impetuoso avance el hombre, incapaz de reaccionar y
moverse, vería cómo el cielo
desaparecía bajo el mar, hundiéndose entre
bocanadas de agua.
En la mañana del día siguiente el helicóptero, desde arriba, logró
atisbar el velero y
dio parte a Comandancia Marítima. Por fin, la lancha
guardacostas encaminó su
rumbo al barco desaparecido durante dos días. Ya
antes, su padre había avisado,
preocupado por la tardanza. Al llegar a la amura de
babor, los guardacostas
encontraron un cabo atado a bordo del que pendía el
cuerpo del joven, por un
tobillo, semihundido y ahogado en el mar. Es una
peligrosa maniobra, parecieron
decirse con su mirada mientras rescataban el cadáver
del agua. Un cambio
imprevisto del viento puede jugar una mala pasada, lo
saben todos los marinos. Una
trasluchada de popa golpea al tripulante,
desprevenido, que pierde el equilibrio y
cae al agua, quedando así a merced del oleaje
mientras su barco sigue alejándose…
Pero, ¿por qué llevaba atado su tobillo aquel
muchacho…?
El mar
silencioso callaba sus olas entre los reflejos luminosos del sol que nacía.
Como si el viento
anduviera escondido,
ni siquiera había
brisa y las velas flameaban al
sol, quietas.
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____*RESEÑA BIOGRÁFICA:___________
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El
autor, LUIS TAMARGO, es natural de
Santander, en el norte español. Cursó estudios de Filología Hispánica y,
aunque sin finalizar, aún mantiene viva su inquietud literaria,
fundamentalmente poética. Al mismo tiempo, conjuga con su profesión este su
sentir artístico, enriqueciéndose ambas en armónica coexistencia. Publicó en
1998 un pequeño libro de poemas, titulado “Escritos Para Vivir”. Y con
“EL CANTOR DE OLAS” pretende estrenarse en el campo de la prosa, a la que
aporta una dimensión poética emocional.
*"EL CANTOR DE OLAS" es una colección
original e inédita de Luis Tamargo.-
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