El Coquí
Erase que se era, una isla pequeñita; apenas
cuerpo de cordero y alma
de pájaro.
Dios la puso una mañana en el coy del mar,
entre suaves pañales
olorosos.
Le dió la ceiba para que la acunara.
La palma, para que le diera agua y pan.
El flamboyán, para que le entibiara el tierno
cuerpecito.
La bambúa, para que la arrullara.
El yagrumo, porque refresca del sol ardiente.
La siciliana, para perfumarla...
Y la besó en la frente, y se fue Dios a atender
sus elevados
quehaceres.
Al llegar la noche, la isla pequeñita y sola,
se sintió triste entre
los grandes árboles junto a la mar inmensa.
Llamó hacia arriba:
-"Papá Dios, ¿ No puede venir alguien a
acompañarme de noche?"
El Buen Padre adivinó que ella deseaba una voz
amiga, pequeñita como
ella; como ella, tierna.
Molió el Supremo Hacedor polen de estrellitas y
zumo de cañaverales.
Le añadió unos pedacitos de tabonuco,
cristalillos de aguaceros y
raíces de pacholí.
Lo puso todo en la garganta de un sapo
diminuto, y le dijo:
- " Te llamarás COQUI. Serás el compañero fiel
de mi isla de Puerto
Rico. Todas las noches le llenarás la soledad
con tu canto."
- "COQUI, COQUI", le dijo el pequeñín,
jubiloso.
Y de un salto salió de las manos de Papá Dios y
cayó en la falda de la
isla. Noche tras noche, en la inmensa soledad
del mar y el cielo, el
COQUI le canta la nana a su isla de Puerto
Rico.
Sin Pelos en la Lengua