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PALUDISMO
Breve descripción de un problema actual

Luis Mata García
lmata2000@yahoo.com
 

INTRODUCCION


�Fueron días, noches, semanas de lluvia. Cuando escampaba, el río intentaba regresar lentamente a su lecho y dejaba un rosario de charcas a ambos lados. Se estancaba el agua en los barrancos, en los altibajos de la sabana, en los corrales de las casas. Los nuevos aguaceros salpicaban sobre esas pupilas de aguas tranquilas y tejían una huella como de pájaro  invisible que pasase sin posarse.
Al cristal fangoso de los charcos, al limo verdoso de los pozos, al caldo sucio y, más aún, a la linfa clara, siempre que estuviese quieta la superficie, llegaban los mosquitos. Venían de todas partes, del norte y del sur, del este y del oeste, a vivir su breve vida de días, a nutrirse, a reproducirse y a morir en aquel anegado recodo de tierra llanera.
Sobre una hoja inmóvil, detenida en mitad del agua muerta, se paraba una brizna imperceptible provista de alas y de vida. Era una hembra que venía a poner sus huevos. Los huevitos caían por centenares, hermanados en una cinta finísima, y se esparcían luego sostenidos a flor de charca por flotadores microscópicos. Nutriéndose de sustancias misteriosas de la naturaleza, o de despojos de insectos muertos, o comiéndose a la propia madre, se desarollaban  las larvas que de las cáscaras de los huevos surgían. Las larvas eran largos gusanitos de anillos peludos que en su madurez se enroscaban en negros signos de interrogación antes de transformarse en mosquitos recién nacidos. Entonces, ya briznas con alas y vida, abandonaban el agua de la poza en la curva del primer vuelo, los machos hacia los árboles en demanda de jugos vegetales, las hembras hacia las casas en busca de sangre humana.
En el rincón más oscuro de os ranchos, nacidos con el instinto alevoso de ocultarse para el asalto, voraces filamentos alados, las hembras acechaban al hombre y al niño. Avidas agujas de la noche, caían sobre los cuerpos dormidos, clavaban los empuntados estiletes y sorbían la primera ración de sangre. El silencio se cruzaba de agudos zumbidos y una pequeña voz gimoteaba en el catre:
- ¡ Mamá, me pica la plaga ¡
Se hundía el aguijón aquí y allá, una y mil veces, en la piel del niño sano y del niño enfermo, en la choza del hombre sano y del hombre palúdico. La sangre contaminada irrumpía en el organismo del insecto, estallaba en flameantes rebenques, copulaban hasta fusionarse las células machos y hembras, se enquistaban en las paredes del diminuto estómago y se rompían luego en menudos globos estriados que se esparcían por el pequeño cuerpo y se estancaban en el pocito mínimo de la saliva.
Cumpliendo proceso tan complicado en tan exiguo espacio, volvía una y otra vez el mosquito en busca del hombre, de la mujer, del niño, pero llevaba entonces la trompa envenenada. Sepultaba con el espolón las células malignas que se diseminaban carne adentro , se albergaban en una víscera e irrumpían finalmente en la sangre humana. En el torrente de la sangre cada núcleo se estrellaba en cien núcleos, en cien protoplasmas cada protoplasma y todos a un tiempo se nutrían de rojas sustancias vitales, segregaban pigmentos que eran gérmenes de fiebre y hacían arder el cuerpo entero en la llama estremecida del paludismo�

De esta forma, matizada de poesía aunque sin perder su realismo científico nos presenta Miguel Otero Silva en su novela �Casas Muertas� la evolución, el ciclo y los signos o síntomas clínicos de una enfermedad humana contagiosa, producida y transmitida por dos organismos invertebrados parásitos: EL PALUDISMO.
Mas informacion aqui:
PALUDISMO


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