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El
toque de queda es una estrategia para evitar la discusión
del problema social que se vive en Europa, en especial en Francia.
Se
esperaba un plan Marshall para los barrios de Paris y tenemos
la Batalla de Argel. Porque del discurso marcial del Primer
Ministro Dominique de Villepin, el lunes 7 de noviembre en la
televisión francesa, se habrá retenido sobre todo
esta exhumación extraña de un texto del 3 de abril
de 1955 que
les permite recurrir al toque de queda. Que el Estado se emplee
para proteger a las personas y los bienes, como se dice, no
tiene nada de sorprendente, lo sorprendente es que el Primer
ministro, después de doce noches de violencias urbanas
provocadas en gran parte por culpa de uno de sus ministros,
entregara como mensaje principal una ley de excepción
que, para los historiadores, marca el principio verdadero de
la guerra de Argelia, mostrando la verdadera naturaleza de este
Gobierno. ¿ Quién puede creer un instante que
esta reminiscencia colonial vaya en la dirección del
apaciguamiento? Muy al contrario, se inscribe claramente en
la línea de las declaraciones que provocaron esta irrupción
de violencia. Por cierto, la crisis actual exige varios niveles
de explicación. La primera, la más inmediata,
reenvía sin duda alguna la actitud del ministro del interior
Nicolás Sarkozy. Éste se ufana de hablar el lenguaje
de la "Gente". Él, aunque usó las mismas
palabras y baladronadas que "los pilluelos" a los
que quiso desafiar, Gamberro entre los gamberros, entró
en la lógica de la mano de hierro frente a lo cual estos
jóvenes recobraron, a partir de sus propias fuerzas en
todo caso, el orgullo y la consideración que la sociedad
les niega. No es de tanto haber dicho que el "lumpen"
es el culpable sino también haberse situado deliberadamente
en los lugares de la revuelta a provocar a los jóvenes.
Anotemos, al márgen, que la idea descabellada según
la cual esta política del enfrentamiento sería
contrabalanceada por un cierto número de gestos a la
dirección de la comunidad musulmana es completamente
irracional. Excepto sugerir, una vez más, que la delincuencia
tiene directa relación con el Islam. Los musulmanes posiblemente
necesitan mezquitas; los jóvenes de los barrios marginales,
ellos, necesitan trabajo. Y no hay efecto de compensación
posible entre estos dos imperativos.
Con
sus bravatadas, Sarkozy fue el elemento detonador. Ignoró
dramáticamente la psicología de estos niños
de los barrios que tienen entre sus rasgos más destacados,
una susceptibilidad a flor de piel. Cuando se es integrado,
cuando tiene un empleo y un mínimo de reconocimiento
social, sí podemos tener algunas certezas frágiles
que un insulto o una torpeza no bastaran para provocar una situación
complicada. Pero si no se tiene nada de esto, las palabras cuentan
el doble. Es por eso que la provocación practicada por
un ministro de la República es totalmente irresponsable.
Excepto considerar que persigue un fin clientista poco compatible
con interés público. Su aparición, por
añadidura, ha sido seguida por la muerte de dos jóvenes,
en las condiciones que se conocen en Clichy-sous-Bois. Nos abstendremos
aquí de establecer un lazo de causa y efecto entre una
clara invitación al endurecimiento de la represión
policiaca y este drama cuyas circunstancias no están
establecidas todavía claramente. Digamos que la concomitancia
bastó.
Por
desgracia, es toda esta la historia que el discurso del Primer
Ministro Dominique de Villepin pareció ignorar. La derecha
se deshizo en halagos ante la "firmeza" del Primer
Ministro, pero se cuidó de entregar una palabra de apaciguamiento,
un gesto simbólico que pudiera ser percibido por los
jóvenes y los habitantes de los sectores marginales,
y que hubiese tenido sin duda alguna mayor eficacia. Lo que
nos deja otra cosa en evidencia. Reenviandonos a otro nivel
de explicación. El toque de queda, esto no es ni siquiera
la referencia militar. Es una estrategia para evitar la discusión
del problema social que se vive en Europa, en especial en Francia.
Aquí,
no se trata solamente de Nicolás Sarkozy. La brutalidad
con la cual, desde hace dos años, liquidó la policía
de proximidad se inscribe en esta negativa de la realidad. Jean
Pierre Chevènement, que había iniciado esta política,
nos obliga a remontar el análisis más lejos en
este periódo de deslizamiento hacia la represión
total. Pero a este nivel de explicación, el ministro
actual del Interior comparte la responsabilidad con sus colegas
del gobierno y con el presidente de la República. La
asfixia del movimiento asociativo, privado de créditos
y de estos empleos-precarios para jóvenes que hacían
funcionar a menudo pequeñas estructuras creadas para
paliar las carencias del Estado, contribuyó un poco más
a un sentimiento de abandono generalizado. Dominique de Villepin
lo confesó por lo menos, el lunes por la tarde. Pero
hay que, para comprender la conflagración de estos últimos
días, ir a todavía mucho más atrás.
Volver a los años 1950-1960 cuando las ciudades dormitorio
se hicieron unos guetos. Cabe preguntarse, ¿ Entre las
dos épocas, cuál es la diferencia? La diferencia
está entre una sociedad del pleno empleo y otra con un
paro masivo. Los antiguos "barrios dormitorios" a
los que se volvía después de un día de
trabajo se convirtieron en unos lugares de vagabundeo y de desesperación.
Toda la sociedad francesa pareció descargarse sobre estos
sectores que cuentan con más del veinte por ciento de
parados y, de ese total, cerca de cincuenta por ciento son jóvenes.
La vida social, hace treinta años, se desarrollaba en
otro lugar, en el trato con los colegas, en la solidaridad en
el trabajo. Los habitantes de las ciudades - padres de los jóvenes
de hoy - fueron integrados por grupos humanos que no se definían
por la religión, ni por el origen étnico. Desde
luego, no se trata de " volver a los tiempos pasados"
, para repetir la fórmula famosa de De Gaulle. La universalización
pasó por ahí. La desindustrialización masiva
también. Pero la clase política francesa, muy
a menudo, añadió la sobrecarga represiva cuando
se trataba de la derecha, y, a la izquierda, por un gusto inmoderado
del maquillaje y lo mediático. Sin que jamás fuera
aceptada la inversión económica, cultural y política
necesaria para estos barrios marginados y dañados entre
los dañados del liberalismo.
Todavía
hoy, se hace todo lo contrario. Detrás del toque de queda,
hay más restricciones, abandonos y discriminaciones.
El diputado comunista de Saint-Denis, Patrick Braouezec, presidente
de (Plaine-Commune) Planicie-municipio, que reúne ocho
municipios de "93" situadas al norte de París,
recordaba, el domingo 13 de noviembre, que el Estado estaba
deshaciéndose de una serie de proyectos de transportes
y de re-organización dela zona norte de París,
" cinco proyectos de infraestructuras indispensables para
el mejoramiento de la calidad de vida de las familias ".
Citó el ejemplo de la línea 13 del metro, "
la más cargada de la red ", que queda una vez más
abandonada, en provecho de una modernización de la línea
1, en el corazón de París. Cita también
el bloqueo de un proyecto de renovación de urbana de
hábitat social en ocho ciudades del departamento. Otro
ejemplo más. "Debíamos discutir, en el marco
del debate presupuestario, el miércoles a la Asamblea,
sobre el programa " Equidad social y territorial "
(sic). Entonces, según los documentos preparatorios,
este plano que directamente concierne a los barrios, debería
ser de nuevo revisado para bajar los fondos en 40 millones de
euros quedaría con 611 millones de euros en lugar de
657 el año precedente. ¿ Vamos a adoptar estas
cifras lamentándose por otro lado de la suerte de los
barrios pobres y marginados? Estamos aquí en lo concreto
frente a una política liberal que profundiza las fosas
sociales, desmoviliza los sectores populares, que los ha vaciados
de sus servicios públicos, a punto que el CRS será
allí pronto la encarnación única y última
del Estado".
El
peligro, con las ciudades, es que la lucha de clases - ya que
aquí la palabra no nos da miedo - está más
territorializada que jamás en la historia. Y se sobrepone
con criterios étnicos y culturales que enredan toda legitimidad
política. La discriminación social es al mismo
tiempo racial, reintroduciendo resabios poscoloniales. Como
lo que describían Engels en 1845 en “La situación
de la clase obrera en Inglaterra”, en el que trazó
un cuadro estremecedor de las penalidades de la clase obrera,
cuando el suburbio intratable fue poblado de irlandeses "sucios"
y por añadidura " de tipo céltico ".
Hay que tener el alma endurecida y pegada en el cuerpo para
afirmar que estos jóvenes movidos por la violencia no
son condicionados por el origen de sus padres o abuelos, ni
por su religión, suponiendo que tuvieran una, pero su
reacción es tambien por su situación económica.
¿ Qué podemos decir ahora sobre estos "pilluelos"
desconsolados y desesperados que queman los coches, escuelas
maternales, saquean casas de los vecinos, arruinan el trabajo
de militantes y organizaciones que muchas veces son sus últimos
abogados en este submundo? Hay un levantamiento de campesinos
medieval en su rebelión. Hay sobre todo mucha destrucción.
Dejemos a un lado el delirio de los elegidos que ven complotes
venidos por otra parte (Martina Aubry, P.S. entre otros, por
desgracia). O Dominique de Villepin, que, en la penumbra, tiene
parece preparado su discurso de las " redes criminales
organizadas que apoyan los desórdenes ". ¡
Todo es bueno, decididamente, para no ver la verdad de frente!
Porque casi son siempre los " más pequeños"
de la ciudad quienes hacen esto. Los conocemos por su nombre.
A la luz del día y a solas, su gracia puede hacer sonreír.
No son todos los "jefes" o los camellos a los que
se refiere el vulgar de sarkozi. Si su violencia es socialmente
suicida, no es mas criminal que eso. Resituarla sobre su telón
de foro económico no puede querer decir complacencia.
Todavía hace falta que la Justicia, como institución,
no sea animada por un espíritu de revancha al cual ciertos
discursos políticos lo incitan. Y que la justicia, como
noción y como ideal, sea comprendido en toda su dimensión.
Evidentemente,
estamos consternados frente a estas formas de violencia. Pero
ella revela la podredumbre de nuestra sociedad. Recuerdan que
el liberalismo económico no es un sistema igualitario
y destruye las relaciones sociales en todos sus aspectos. Porque
quiere imponerse como el sólo horizonte posible, y quedarse
como un fin de la historia, donde sea necesario aniquila los
contrapoderes. Los que, en todo caso, no le resisten en profundidad
y no discuten su lógica.
Los
doce mil hombres de la policía nacional (CRS), se encargan
de garantizar al Ministerio del Interior, responsable del orden
público, el funcionamiento total de las instituciones
de la república. Si a esto le sumamos la aprobación,
este martes 15, de los diputados por extender el estado de urgencia
por tres meses más, reposicionando la lógica de
la represión y del miedo, Francia entera será
presa de su propia trampa.
La
izquierda ciertamente tiene aquí su parte de responsabilidad.
A fuerza de discurso hueco, a fuerza de promesas no cumplidas,
a fuerza de inmovilizar - y a veces hasta en el corazón
del movimiento asociativo-, la oferta política perdió
su credibilidad. Para comprender esto, bastó sólo
con oír el lunes las ambigüedades del Partido socialista,
incapaz de desmarcarse de este toque de queda guerrero, dando
paso a un sentimiento terrible de callejón sin salida
para nuestra república. Unos responden a eso intentando
crear nuevos instrumentos de lucha. Otros por una forma de crimen
contra ellos mismos y contra los suyos. |
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