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Lejos estaba David Hume, en su Tratado de la Naturaleza Humana, imaginar cuán trascendente y mas allá de lo meramente filosófico fue aquello de que “La moral es un asunto que nos interesa por encima de todos los demás

NUEVAS REFLEXIONES CONTEMPORANEAS

 

por Ricardo E. Polo

 

 

 

Lejos estaba David Hume, en su Tratado de la Naturaleza Humana, imaginar cuán trascendente y más allá de lo meramente filosófico fue aquello de que "La moral es un asunto que nos interesa por encima de todos los demás. Así, creemos que cualquier decisión sobre este tema pone en juego la paz de la Sociedad..."

Su preocupación por distinguir entre vicio y virtud lo censurable o elogioso a través de las ideas o las impresiones, plantea aún hoy, un significativo interrogante.

Cunden alarmas por lo global de todo. En efecto, la mediática y la Crisis, conforman en nuestro espíritu una dosis cotidiana de asombro, que va más allá del asombro mismo.

¿Que se ha desatado un vendaval de insospechadas transgresiones?

No solo no importa. Se festeja.

¿Cuáles? Todas. Las que ingresan a la intimidad del ciudadano desde su televisor o las que lo fagocitan con su resignación a lo consumado.

Hechos. Los que diariamente lo condicionan a recibir los ramalazos de la globalización financiera o la pérdida de sus pertenencias sin acción ni culpa.

Y es lo absurdo de un disparo en Hong Kong cuyo sonido se expande hasta el living propio y ocasiona la pérdida de los bienes, o el salario en los intereses de financiación de la tarjeta. Y además, una bomba en Samarcanda, que se suma al próximo terror en la puerta de cualquier casa.

Después, el lenguaje soez sin motivo contextual, la violencia magnificada en 35 muertos por vídeo, la sangre de licuación instantánea y el eros pornográfico que debe incluirse en el libreto. Según estiman los hacedores de virtualidad en los medios. Y sin tener, a esta altura, pruritos de horario.

Parte de la realidad.

Me dice un lector que Milenio no parece un medio de los Hijos de la Luz. Porque sería adecuado constreñirlo a las fronteras del espíritu del ritual o el hermetismo del ideal perfeccionista. Lícito.

¿Pero cómo llegar a todos nosotros, los que habitamos bajo la bóveda del universo que nos abarca, sin expresar la traducción de lo que aprendimos buscando y silenciarla solo para iniciados como si el pensamiento esotérico no debiera, tarde o temprano, ser exotérico a falta de mejores ejemplos?

¿Qué ha cambiado desde que Erasmo revelara su "Elogio de la Locura" (Elogio de la Necedad) sin otra pauta que repetir lo que sus Antiguos ya sabían y decían?

¿O acaso señalar la corrupción generalizada, es tarea sola para moralistas sin audiencia, por padecer la sociedad actual de amoralidad y aética?

Corrupción que no debe asimilarse a "negociado", tan solo, sino a todas las corrupciones.

Cabe preguntarse si el entredicho no señala ese estado de resignación a falta de asombros, cuyo silencio sin protesta instala cotidianamente el: ¿y qué podemos hacer nosotros?, que suele surgir frente al atropello hasta risueñamente acometido y perseverantemente acatado.

¿Acaso no repugna a la conciencia formada, aquello que se tiene que asumir por razón, sola de "prepo"?

No debiéramos olvidar el abanico evolutivo del que hablaba Teilhard de Chardín y sostenía llega a "englobarnos a nosotros mismos, en los mil fenómenos sociales que nunca hubiéramos supuesto tan estrechamente ligados a la Biología". Porque concluía en sostener al "Fenómeno Social: culminación, que no atenuación del Fenómeno Biológico".

Es decir, que el homo sapiens-sapiens es muchísimo más que un reflejo condicionado. Y menos aún al final del siglo de los grandes desarrollos tecnológicos, pero tal vez condicionada su valoración al advertirla en las distintas velocidades en que aquellos, se han distanciado de "nosotros".

Meditemos. Si accediéramos al instante necesario para entender lo que nos pasa, seguramente sorprendidos, advertiríamos eso. Simplemente. Sorpresa. En su acepción lingüística. Es decir, inesperada.

Porque a la realidad que nos circunda, condicionada hoy por tantos engaños mediáticos; por tantas falacias mediante las cuales la transculturización se impone, la vemos instalada como una instancia de tal adjetivada gravedad, que se convierte en verbo o tributo, en pago por una pretendida libertad que en realidad, se virtualiza.

Entonces, el que difunde su pensamiento explica la necesidad del ámbito y es este el que justifica su existencia. Todo lo que abarca Milenio, es la necesidad de la palabra, para que sea dicha.

Cuando Tomas Moro (Utopía) dialogaba con Rafael Hitlodhay, este le mencionó aquel seglar que resaltó la justicia con la que se ahorcaba "de a veinte por vez" a los ladrones. Y sin embargo, ese mismo seglar se maravillaba de que "a pesar de todo y en todas partes fueran tan abundantes y numerosos".

Acto seguido, refiere Rafael que él expresó entonces que: "no hay que maravillarse, pues este castigo a los ladrones pasa los límites de la justicia. Y es además muy perjudicial para el bien común. Pues es un castigo demasiado extremo y cruel para el robo y sin embargo no es suficiente para refrenar y apartar de él a los hombres".

Y aquí viene el meollo de su prédica, la razón de sus conceptos: "El simple robo no es un delito tan grande que se haya de castigar con la muerte Ni hay castigo tan horrible que pueda evitar que roben los que no tienen otras artes de subsistencia. Por eso en este punto tanto vosotros como la mayor parte del mundo sois como malos maestros de escuela que están más prestos a pegar que a enseñar a sus alumnos. Pues grandes y horribles castigos se destinarán a los ladrones cuando mucho antes se hubieran debido tomar previsiones para que hubiera algunos medios con los que pudieran ganarse la vida de modo que nadie tuviera que llegar a este extremo de necesidad, primero de robar y luego de morir".

Remito a los lectores a Utopía, obra que envía Tomas Moro al autor de las fábulas de Esopo, Peter Giles (1486-1533) al que conoció a través de Erasmo.

En alguna medida, estos conceptos señalan cómo debiera tenerse en cuenta en nuestra sociedad, amoral en sus efectos, la escalada de la violencia en la que toda esta se constriñe a la apropiación de los bienes del otro.

La sacralización de la propiedad no la justifica y menos aún la explica. Si ella es un derecho, es para todos. De manera que las relaciones entre quienes son poseedores y los desposeídos, debieran, en instancia moral y ética, equilibrarse de manera tal de no crear la necesidad del robo.

La justicia es al Derecho, lo que el oxígeno a la vida.

Sin embargo, está demostrado que la vida también puede ser anaeróbica. Y así lo cree toda una concepción que hace de la "globalización" y el "mercadismo" un culto irresponsable.

Denostar a los jueces, por ejemplo, por "falta de justicia", merece al menos contextuarlos en el ámbito en el que deben aplicar el Derecho. Y en el Derecho mismo, cuyas leyes hoy se mediatizan y "adaptan" a la concepción globalista de lo rentable.

Siendo la ética lo relativo a los principios de la moral, como parte de la filosofía que enseña las reglas que deben gobernar la actividad libre de los hombres, tal como sintéticamente lo señalan los diccionarios, no se explica la ausencia de su trato en tantos ciudadanos. De allí que los valores, los principios, la virtud y otros conceptos fundamentales para la convivencia humana, sean para ellos definiciones abstractas, entelequia filosófica o metafísica, aspectos irreales para esta sociedad mediática, transgresora, amoral, esnobista y fundamentalmente, irresponsable.

Aquellos que se saben, según las arcanas definiciones esotéricas, Hijos de la Luz, Hijos de la Viuda, saben también que su prédica es el ejemplo. Y el ejemplo no puede ser mérito de cenáculo, ni ceremonia hermética.

El maestro enseñará a los alumnos cómo entender la luz de la sabiduría. Empezará con los palotes o a silabear, según sea. Y jamás retaceará su saber ni la obligatoriedad de su trabajo. Y si su maestría lo es por mérito de saber a través de aquellos símbolos universalmente sencillos, pero dramáticamente ciertos, obrará en consecuencia.

Deberá transponer el umbral del Templo en el que accedió al conocimiento y apresurarse a dar su mano a quienes no saben disipar las Tinieblas o no advierten que están sumergidos en ellas.

Recordemos, fundamentalmente, que la Fe no es la ciega credulidad a ideas, doctrinas ajenas a la razón, sino la certeza en el orden externo de las cosas y en la bondad y perfectibilidad del hombre; que la Caridad no es la limosna humillante por parte de quienes hasta crean la desgracia, sino el sentimiento de amar a todos los hombres como nuestros hermanos y como hijos del mismo Dios, que nos impone socorrerlos cualquiera sea su país o sus opiniones y que la Esperanza es, precisamente, el resultado de la Fe en la virtud triunfando sobre la perversidad.

Todo ello mueve a la convicción de que la Esclavitud y las Tinieblas desaparecerán de la Tierra, que no ha sido creada para que ambas existan sobre ella.

Se impone, a criterio del autor, detener el vértigo de la causalidad. Medir con serenidad los ejemplos de la historia. Ser, ni apocalípticos ni ingenuos. Y reflexionar sobre las Revoluciones focalizadas, ocurridas en los siglos XIX y XX. Advertir que las causas que las generaron no solo subsisten, sino que se agravan. Y que resulta impropio e irresponsable, pensar que los fracasos de aquellas fueron definitivos y no definitorios. Advertir, entonces, que la "globalización" de las causas, bien puede globalizar los efectos.

La crisis mundial que hoy asola al planeta barriendo las economías de las naciones, emergentes o no, amerita considerar con mayor seriedad que nunca, los efectos descontrolados de la concentración del capital y su anonimato.

Y advertir, con imaginación, que el "Big Bang" del que hablan los astrónomos, surgió de una inimaginable concentración de energía.

No sea que los operadores de la teoría globalizante, desconozcan elementales principios de la Física y no sepan relacionarlos con la Filosofía.