Brasil, 14 de noviembre del 2002
Peter Rosset (*)
Food First / Adital
Hoy día los pueblos de las Américas, desde Alaska y Canadá hasta la Tierra del Fuego, somos víctimas de la consolidación de un solo modelo económico y social, el cual subordina las necesidades de la gente por debajo de los intereses de las grandes corporaciones transnacionales y los grandes bancos financieros. El mismo fenómeno está ocurriendo en nivel global, pero es particularmente brutal en las Américas, dado que el gobierno de los Estados Unidos -y las transnacionales de capital norteamericano que están detrás del gobierno- busca crear una reserva privada en este hemisferio, una reserva en donde las corporaciones estadounidenses cuenten con una desleal ventaja competitiva en su guerra comercial en contra de sus competidores europeos y japoneses.
Si bien el modelo neoliberal tiene muchos componentes: el recorte drástico de los presupuestos para los servicios básicos, la privatización de empresas e instituciones estatales, y hasta la privatización del agua y de la vida misma, su parte central es la famosa "liberalización del comercio." Esto es porque se trata básicamente de la conquista de los mercados de los países del sur, por parte de las grandes empresas de los países del norte.
Desde finales de los 70, Estados Unidos ha buscado, por medio de cualquier mecanismo a su disposición, abrir los mercados del sur. Esto ha significado una presión indómita sobre los países del Sur para que eliminen todo tipo de barreras a las empresas y productos extranjeros. Estas barreras son: aranceles (impuestos sobre bienes importados), cuotas (límites anuales o mensuales sobre las cantidades de bienes determinados que se pueden importar), contratos preferenciales para la compra de bienes nacionales, y todo tipo de subsidio o preferencia que los gobiernos del Sur antes daban a sus productores nacionales, sean estos industriales o agrícolas.
Al principio la presión se ejercía a través de la subordinación del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) a los intereses de EEUU y las transnacionales, utilizando los famosos "ajustes estructurales" para forzar la apertura de los mercados del Sur. Posteriormente la presión pasó al terreno del ahora exánime acuerdo del GATT (Acuerdo General sobre Comercio y Aranceles), y que se ha convertido ahora en la Organización Mundial del Comercio (OMC), y las negociaciones de acuerdos regionales (ej. el TLCAN entre México, EEUU y Canadá, y ahora el ALCA para todas las Américas) y bilaterales, en las cuales EEUU se sienta con los gobiernos de los países para presionarlos uno por uno.
A pesar del cambio de terreno, la meta siempre ha sido la misma: abrir los mercados para que puedan ser usurpados por las corporaciones e inversionistas del primer mundo, especialmente Estados Unidos. Los resultados hasta ahora han sido devastadores, sobre todo en los países que son miembros de los nuevos acuerdos, como es el caso de México en el TLCAN. Desde 1994 cuando el TLCAN entró en vigor, el porcentaje de la población mexicana que vive en la miseria ha aumentado de forma exorbitante, y se produjo una banca rota general de la pequeña y mediana empresa mexicana, resultando en la pérdida masiva de empleos. Como si esto fuera poco, el campo mexicano ha sido inundado con maíz importado desde Estados Unidos a precios subsidiados por el gobierno estadounidense, de tal manera que centenares de miles de campesinos mexicanos ya no pueden competir en el mercado mexicano de maíz-alimento básico del pueblo mexicano-y han sido obligados a abandonar sus tierras.
Habrá que entender esto bien, EEUU busca lo mismo de todos los países: abrir sus mercados para que las empresas extranjeras puedan conquistarlos, desplazando así a los productores nacionales de sus propios mercados. El resultado siempre va a ser el mismo: mayor desempleo, salarios más bajos, más desplazamiento del campesinado -o sea, un costo social altísimo, una pérdida enorme de soberanía, y el retraso total de la búsqueda de un desarrollo económico nacional equitativo, con espacio para todos. Hay que entender el ALCA, y la OMC, así como los acuerdos bilaterales como parte de lo mismo.
EEUU está acosando al gobierno de cada país, y lo que no puede obtener en las negociaciones del ALCA, lo quiere obtener en la OMC, y lo que no puede sacar de ninguno de los dos, lo trata de obtener por medio de una negociación bilateral.
El firmar los acuerdos de la OMC significa consolidar a todos los países dentro de una gran economía global. En esta gran economía global EEUU quiere asegurar tener su reserva privada, en donde sus corporaciones tengan mayor acceso que las de Europa o Japón, garantizando el dominio estadounidense. En otras palabras, esta reserva privada será el ALCA, y de tal manera se hace más evidente todavía que el ALCA y la OMC son dos caras de la misma moneda. No importa de que ángulo lo veamos, hay que abolir tanto al ALCA como a la OMC, si es que queremos tener la esperanza de crear una nueva América. El ALCA y la OMC son un solo frente de lucha contra la consolidación del modelo excluyente del neoliberalismo en nivel continental y global. La derrota del ALCA y de la OMC representa un paso importante hacía la otra América que es posible.
(*) Codirector de Food First/Instituto de Políticas de Alimentación y Desarrollo, EEUU.
Tomado de La Insignia