17 de marzo

Abril 6 de 2003

EL ALCA Y LOS INTERESES LATINOAMERICANOS

Matar al tigre y no asustarse con el cuero

Robert Schock
BRECHA

Estados Unidos tiene un interés estratégico por hacer aprobar el ALCA en enero de 2005, imponiendo un calendario de plazos tan terminantes como apresurados, lo que está provocando un crecimiento de la resistencia popular frente al ALCA.

El escenario en que todo esto ocurre incluye la más profunda y espantosa crisis económica, social y política en América Latina, y de Bolivia en particular. La seria crisis económica en Estados Unidos y, en especial, la forma guerrerista y de acción unilateral que asume la hegemonía estadounidense, le permiten dividir al mundo con arrogancia imperial en dos únicos grupos: los amigos incondicionales, en un extremo en el que creo que estamos, y el resto del mundo en el otro.

La posición del gobierno de Estados Unidos sobre el ALCA se ha movido en el último año entre la premura por hacer aprobar su proyecto de recolonización, la aprobación de un fast-track limitado y una indetenible escalada proteccionista que devalúa la retórica discursiva del libre comercio con ganancias para todos.

El énfasis en imponer a marcha forzada el ALCA y las declaraciones arrogantes asegurando que no les inquieta que algunos países rehusaran ingresar a sus grandes beneficios no hacen más que ratificar la prisa estadounidense para utilizar a esta región del continente como instrumento para compensar sus grandes déficit comerciales con el resto del mundo, recolonizarla y uncirla para siempre a su dominación, eliminar de América Latina la competencia de europeos y asiáticos y tener acceso irrestricto a nuestros recursos que ambiciona controlar.

El interés del gobierno de Estados Unidos no es compartir los beneficios de una idílica liberalización comercial a través del ALCA sino penetrar en los mercados latinoamericanos, arrasando con los productores nacionales para compensar su gigantesco y creciente déficit comercial, que en 2001 alcanzó a 346 mil millones de dólares.

El interés del gobierno de Estados Unidos no es compartir los supuestos beneficios de la libre inversión de capital, sino extraer utilidades para compensar su déficit de cuenta corriente que alcanzó 375 mil millones de dólares el año pasado.

Nuestros países no son vistos como libres y felices socios para acompañarlo en la alegre apertura de mercados, sino como instrumentos para conjurar la incertidumbre y el temor ante el presente y el futuro económico de Estados Unidos. Un presente que sólo en el último año registra pérdidas en el mercado de valores por más de 2,5 billones de dólares, numerosas quiebras salpicadas de escándalos de corrupción en gigantescas empresas hasta ayer consideradas joyas de la 'magia del mercado', un alto nivel de desempleo, la pérdida de confianza de los consumidores y el regreso a una espiral de déficit fiscales en medio de la fiebre belicista que alimenta un gasto militar desenfrenado.

América Latina y el Caribe no son socios que en igualdad de condiciones -como dice la propaganda del Departamento de Estado-, fortalecen y apoyan su democracia con el libre comercio, sino que son la región donde el apetito del imperio se excita con los mercados por controlar, las esferas de inversión de capital por dominar, las empresas públicas por privatizar, los lucrativos sectores de servicios por someter y la barata fuerza de trabajo por explotar. Es la región donde hay petróleo, agua, biodiversidad y espacio geoestratégico para ampliar su red de bases militares.

Estas son las verdaderas razones para explicar la prisa estadounidense por encerrar a América Latina en la jaula del ALCA.

En los últimos meses la posición estadounidense ha incorporado un nuevo ingrediente: una oleada proteccionista por encima de lo habitual que, sin embargo, coexiste con la retórica de la apertura comercial y muestra el abismo entre el discurso engañoso y los intereses reales.

Al elevar los aranceles en 30 por ciento al acero importado y destinar 180 mil millones de dólares para subsidiar producciones agrícolas no competitivas, el campeón del discurso del libre comercio exhibe el valor exacto de su discurso, esto es, fuegos artificiales para la propaganda y en lo sustantivo la aplicación férrea de un proteccionismo selectivo que se vale de un sofisticado arsenal de barreras no arancelarias, legislación anti dumping, subsidios abiertos y encubiertos, normas técnicas, fitosanitarias y muchas otras.

Sólo los muy ingenuos, los muy tontos y, en especial, los muy cínicos podrán seguir repitiendo el elogio del libre comercio que todo lo resuelve, los periodistas en nuestros espacios de opinión no lo haremos.

¿Cómo ocultar que hay más pobres ahora en Bolivia en magnitud absoluta y en porcentaje de la población total que en 1985 cuando el neoliberalismo debutaba en el país?

¿Cómo ocultar que bajo políticas neoliberales en Bolivia las desigualdades e injusticia en la distribución social han crecido?

¿Cómo ocultar que en Argentina, con la esmerada aplicación del neoliberalismo y su capacidad de producción de alimentos, veamos niños desnutridos y moribundos en exactas condiciones que en los campos de concentración nazis?

El fracaso del neoliberalismo es inocultable y se evidencia incluso en el cauteloso lenguaje de la CEPAL; cualquier trabajador, campesino, gente del pueblo en Bolivia podría preguntar con elemental sensatez: ¿por qué insistir en una política de pésimos resultados?

El ALCA pretende precisamente eso: darle a nuestros países más neoliberalismo, pero además, hacerlo irreversible convirtiéndolo en un compromiso jurídico internacional. Lo que se negocia ahora en el ALCA no es más que la codificación de los principios esenciales neoliberales para convertirlos en normativa internacional, siguiendo los peores contenidos de la OMC.

Todas estas críticas y reclamos señalan reales puntos donde el ALCA lesiona intereses legítimos de nuestros países, pero tiene este proyecto muchos otros puntos oscuros de igual o peor significado sobre los cuales se mantiene un sospechoso silencio.

Veamos algunos de ellos. En cuanto a derechos de los inversionistas es evidente que a éstos se les da mayor jerarquía que a los derechos de los pueblos. Se mantiene en los textos del ALCA el derecho de las empresas a demandar a los gobiernos ante instancias fuera de la legislación nacional, a condenar a éstos y hacerles cumplir sus exigencias. Se mantiene la prohibición de cualquier control sobre el movimiento de capital, incluidos los capitales especulativos de corto plazo. Se mantienen los llamados 'requisitos de desempeño', que no son otra cosa que un código de prohibiciones dictado por las empresas privadas para maniatar a los estados hasta asegurar su total irrelevancia.

En el tema de servicios se pretende considerar todos los servicios -educación, salud, pensiones y jubilaciones, vivienda, seguridad, etcétera- como mercancías y someterlos a una lógica de competencia comercial en la que arrasarían las empresas de servicios estadounidenses y recibirían servicios los que puedan pagarlos.

En el de la agricultura es obvio que Estados Unidos pretende penetrar en los mercados regionales sin levantar el proteccionismo del suyo, provocar la ruina de campesinos y estimular una competencia entre los países que, sin mecanismos de coordinación de políticas agropecuarias, conduzca a minar la integración regional.

En el campo de la propiedad intelectual el ALCA mantiene su pretensión de hacer privado lo que debe ser público y adjudicarse incluso la invención de la vida convirtiendo en monopolio privado -éste es bueno y deseable, pues el malo y perverso es el monopolio estatal- el uso de plantas y otras formas de vida. Se pretende, en suma, llegar más lejos que las reglas del acuerdo trip de la OMC y ampliar, más aun, la protección de las patentes para satisfacción de las grandes trasnacionales farmacéuticas.

En cuanto al ambiente y recursos naturales el ALCA impulsa la radicación de trasnacionales dedicadas a la exportación con uso intensivo de energía y recursos naturales, tratando al ambiente como una mercancía.

En los textos del ALCA sigue sin respuesta el gran problema del desempleo, la caída del salario real, la informatización y precarización del trabajo que la política neoliberal ha exacerbado. Por el contrario, la insistencia en un neoliberalismo aun más denso con su libre comercio en vez de justo comercio, y capital de libre movimiento en lugar de capital con regulación social, asegura más desempleo y precarización.

En los textos del ALCA sigue repitiéndose la inviolable libertad de movimiento de las mercancías y el capital, mientras que la política migratoria estadounidense se hace cada vez más xenófoba y restrictiva del movimiento de la fuerza de trabajo.

Los textos en negociación del ALCA ignoran la situación de la mujer, colocada en un peldaño aun inferior en cuanto a empleo y recibiendo el impacto multiplicado de las políticas de libre comercio e inversión de capital. Nada hay en estos textos que asegure a las mujeres la protección de sus derechos laborales, civiles, reproductivos, sexuales y humanos.

Nada hay tampoco para proteger los derechos de los pueblos indígenas sobre los que el neoliberalismo ha agregado una nueva dosis de explotación y exclusión por encima de la que padecen desde hace más de 500 años.

Todo lo anterior y aun más contienen los textos del ALCA que merecen ser criticados y rechazados.

En ellos aparece con claridad el carácter anexionista, colonialista e imperialista de esta propuesta estadounidense para retroceder.

Frente al proyecto anexionista, ¿qué hacer entonces? sería la pregunta obvia. 'Matar al tigre y no asustarse con el cuero.'

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Tomado de ARGENPRESS.INFO


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