4 de agosto del 2003
Osvaldo Bayer
Página 12
El
que ha sido asesino desde el poder queda para la historia. Para él no habrá
perdones ni disculpas ni obediencias debidas. En Alemania justo ahora se
presenta otra vez el caso de un criminal de guerra. Se trata de Hans Filbinger,
nada menos que ex primer ministro de Baden Württemberg. Fue una especie de padre
de la patria, después de la guerra. Es conservador, del Partido
Demócrata-Cristiano. La gente lo elegía casi por unanimidad cada cuatro años.
Hasta que uno de esos investigadores que trabajan día y noche a luz de vela
entre los papeles del pasado, sacó de un archivo la radiografía de la actuación
nazi del patriarca. Durante la guerra este demócrata-cristiano había cometido un
hecho horrible, pleno de traición a los derechos humanos y al verdadero
sentimiento cristiano. El señor Hans Filbinger había sido juez militar durante
la guerra. Y ocurrió que en el ejército alemán hubo desertores de conciencia. Es
decir, jóvenes que se negaban a "matar al enemigo" en el frente. Tiraban el
máuser al suelo y se negaban a atacar. Uno de esos jóvenes increíblemente
valientes se llamó Walter Gröger. Ya prácticamente se había acabado la guerra,
los ingleses hicieron prisioneros a Filbinger y su tropa. De pronto, los
ingleses trajeron al campamento de prisioneros alemanes a Walter Gröger, el
muchacho que les explicó a los británicos que él era desertor. Los ingleses no
quisieron complicaciones y lo mandaron con los otros prisioneros alemanes. Allí
Filbinger, aunque ya había terminado la guerra, insistió para que se le hiciera
un juicio. Filbinger mismo presidió el ridículo tribunal militar y dictaminó la
pena de muerte para el soldado desertor. Precisamente porque Gröger no había
abandonado a la tropa porque tenía miedo del frente, sino porque no quería usar
su arma para matar a soldados de otro país. Filbinger, una vez aprobada la pena
de muerte del pacifista, pidió a los británicos fusiles para la ejecución de
Gröger. Y así, en el campo de prisioneros, fue fusilado el soldado por sus
propios compañeros, en un acto cruel y sin ningún sentido ya.
Cuando 33 años después, el investigador histórico, que no era otro que el
dramaturgo Rolf Hochhuth, hizo publicar su hallazgo, la opinión pública se sumió
en el horror de la verdad. ¿Cómo, el tan apreciado primer ministro Filbinger,
católico y padre de numerosa familia había hecho eso? Fusilar a un joven soldado
cuando ya se había terminado la guerra. Lo había hecho fusilar por "traidor al
ejército de la Patria". No era el "ejército de la Patria" sino el de Hitler, del
racismo y la muerte. El soldado Gröger no era traidor, era todo lo contrario, se
había negado a matar, a ser sirviente de generales asesinos de una guerra
imperialista. Todas las simpatías -en 1978, cuando se descubrió la verdad-
fueron para Walter Gröger, el valiente, el héroe. La reacción de asco y
desprecio fue tan grande que Hans Filbinger tuvo que renunciar, sumergirse para
siempre en la oscuridad del anonimato. Cuando es depuesto, el asesino dirá estas
palabras terribles: "Lo que en ese tiempo fue Derecho no puede considerarse hoy
como injusticia". Primer ministro demócrata-cristiano. Cristiano. Nos imaginamos
al soldado pacifista Walter Gröger frente al pelotón fusilador compuesto por sus
propios compañeros. Lo mataban por no matar. Con ironía debe haber sonreído con
dolor por eso, que lo mataban por no matar.
Y ahora viene la actualización. En estos días el asesino Filbinger cumple 90
años, y las normas de etiqueta estatal señalan que a todo gobernante o ex
gobernante que llega a esa edad se le debe hacer un homenaje público, con
discursos y música. ¿Qué hacer?
Por supuesto siempre están los buenos ciudadanos que aprueban lo hecho por el ex
juez militar. Y para arreglar de alguna manera el entuerto propusieron una
reunión donde meramente se dijeran algunas palabras sobre la última actuación
política del ex mandatario y rápidamente después sebrinde con una copa de
champaña. Pero ya la mayoría de los otros partidos y de la misma democracia
cristiana han dicho que no van a concurrir.
¿Qué harían los argentinos ante un hecho así? Votarían a Filbinger. (Me refiero
a los argentinos que votan a Bussi, a Patti y a Rico, escuchan Radio Diez y leen
los comentarios de Ramos y Grondona.) Un alto porcentaje de tucumanos acaba de
elegir como intendente de Tucumán a un asesino cien veces más cruel que
Filbinger, el general Bussi. Bussi baleaba en la nuca a prisioneros indefensos.
Siempre, un día a la semana, se producían los fusilamientos de jóvenes
prisioneros. Y Bussi, el primero, siempre por la nuca. Intendente electo por la
nuca. Porque trae seguridad, por eso lo votamos. Una de sus primeras medidas
como represor fue arrojar a todos los mendigos, los vagabundos y los disminuidos
callejeros a los bosques poblados de ofidios, de insectos del veneno, para que
se murieran de infecciones o de hambre. Y Tucumán se quedó "limpio". Con gente
bienvivida, consuetudinarios que imitan al general Bussi, el del tiro en la nuca
y las cuentas en Suiza.
Viví en mi niñez en Tucumán. Aquel idilio del Aconquija y de la calle Lamadrid
por donde pasaban los carros cargados de caña de azúcar. No puedo pensar más en
aquellas imágenes azules y soleadas de la que fue mi querida ciudad. Ahora me
imagino que esos carros de la zafra pasan con cabezas humanas, todas con un
agujero en la nuca. Y un militar con uniforme de general en un auto de lujo que
pasa lentamente y es aplaudido por la gente de bien al grito de "Bussi,
intendente".
El más cobarde y bajo de los asesinos votados por los tucumanos que durante la
dictadura se callaron la boca y tenían siempre en la lengua las palabras "por
algo será". Votan al asesino, votan sus crímenes. Tucumán, Tucumán, no puedo
creer que por la eternidad vas a llevar ese título de "la ciudad de la
independencia que eligió al más cobarde de los asesinos".
La ciudad de Friburgo no quiere levantar una copa por un asesino, nosotros lo
votamos. Pero no sólo los tucumanos. Los bonaerenses aplauden al subcomisario
Patti y lo votan. Patti, también el del balazo en la nuca y de las torturas.
Patti declarado asesino y torturador, hoy candidato a gobernador con
posibilidades, y también Rico, el golpista contra la democracia, homicida por
ansias de poder.
Tenemos que aprender a ser verdaderos demócratas. Y no lo lograremos votando a
verdugos de cuarta. La eliminación de las vergonzosas leyes de Obediencia Debida
y Punto Final y los indultos de los uniformados aún puede servir para retomar un
largo camino que había comenzado en aquel Tucumán de 1816 y que se quebró con el
genocidio roquista y sus aprietes seudolegales y siguió con el infame golpe de
Uriburu. Nuestra Constitución y nuestras leyes no deben permitir de ninguna
manera los juegos de la muerte a los que se ha entregado una ciudadanía burlada
y cobarde.
Nunca más pueden ser candidatos ni los verdugos ni los asesinos ni los
golpistas. Aquella fórmula de hacer un golpe y después llamar a elecciones y
presentarse como candidato dio resultados nefastos, una serie de golpes
posteriores que nos llevaron a la total postración en el ejercicio limpio y
valiente de los derechos democráticos.
¿Tendrán coraje civil nuestros legisladores y nuestros jueces para iniciar la
limpieza del camino? ¿Podremos hacerlo con jueces heredados de la dictadura y
legisladores que votaron o aceptaron las leyes del vale todo sin sentir
vergüenza?
Ojalá que los alemanes en el posible homenaje al ex juez militar Filbinger tiren
el champaña en el inodoro, y las boletas de voto a Bussi, Rico y Patti sirvan
para limpiarse en el mismo lugar.
Tomado de Rebelión