29 de mayo del 2003
Claudia Korol
La presencia de
Fidel en la Argentina, fue un acontecimiento que conmovió a miles de personas, y
que acaparó la atención de la prensa nacional e internacional. Los canales de TV
transmitieron en directo su discurso de casi tres horas. Nadie quedó
indiferente. La memoria y el deseo, no faltaron a la cita.
¡Hasta la victoria siempre! terminó su discurso Fidel, en las escalinatas de la
Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. La ovación fue cerrada,
por parte de los miles de personas allí agolpados, que no sintieron el frío ni
el cansancio, sino la convicción de que estaban en la encrucijada de muchos
sueños. Jóvenes, muchos jóvenes, algunos militantes de partidos de izquierda,
veteranos y veteranas de la solidaridad con Cuba, mucha gente sin militancia
porque no encontró dónde ni cuándo, o porque en alguna vuelta del camino
descreyó de sus antiguas convicciones. Mujeres con sus hijos cargados en los
brazos, niños trepados a los hombros de los padres, "para que lo vean, tal vez
por primera vez, o por última vez en Buenos Aires". Estudiantes. Intelectuales
que ayer nomás lo criticaban, y que hoy lo miraban con indisimulado entusiasmo.
Viejos luchadores con lágrimas en los ojos. Mujeres con pañuelos blancos en la
cabeza, y con el corazón ardiendo de emoción. Gente que se llegó desde miles de
kilómetros para verlo "de cerca". Peronistas con la "V" en alto, comunistas, con
el puño en alto. Mujeres de las ollas populares, los piqueteros que cortan las
rutas, los trabajadores y trabajadoras que ocupan las fábricas, los H.I.J.O.S.
que inventaron el escrache, los gays y lesbianas estrenando la "unión civil",
los que pelean por la libertad de los presos políticos, uno que otro preso
político recientemente liberado, uno que otro sacerdote, heredero de los curas
del Tercer Mundo, los cristianos que hicieron la opción por los pobres, casi
todos los que algún día fueron guerrilleros y sobrevivieron a su propia
historia. "¿Qué tiene Fidel, que los imperialistas no pueden con él"? cantaban y
bailaban los más jóvenes.
La calle llena de banderas. El puente que atraviesa la avenida Figuero Alcorta
lleno de banderas. La Facultad de Derecho, tan históricamente conservadora,
cubierta de rojo y de estandartes con el rostro del Che. Ernesto Guevara, con su
mirada severa y tierna, con su querida presencia... acompañando al Comandante,
como en aquellos años de la Sierra Maestra. El Che, multiplicándose en millares
de hombres y mujeres formando un escudo humano para proteger a Fidel, para que
se sintiera seguro en su tierra, para que supiera que ninguna ausencia es
definitiva, y que ninguna de las tantas deserciones vividas en estos años, borra
las huellas del hombre nuevo en la historia americana. Ahí estaba el Che
multiplicado en hombres y mujeres, en cantos y gritos. Y en la otra procesión,
la que marcha por dentro. En ella andaban todos los que leyeron alguna vez la
carta de despedida del Che a Fidel, en la que le confiesa "Que si me llega la
hora definitiva bajo otros cielos, mi último pensamiento será para este pueblo y
especialmente para ti. Que te doy las gracias por tus enseñanzas y tu ejemplo,
al que trataré de ser fiel hasta las últimas consecuencias de mis actos." En la
procesión íntima, caminaban orgullosos los muchachos y muchachas de la
generación de los sueños. La procesión de los 30.000. Esos muchachos y muchachas
que alguna vez sintieron luego que la única consecuencia posible con el Che,
después de su despedida, era seguir siendo como el Che... y que encontraron la
hora definitiva, con su pensamiento puestos en el Che, en Fidel, y en esa
frase... ¡hasta la victoria siempre!
Adentro la procesión, y afuera la marcha. Mucho más allá, quienes no pudieron
llegar hasta el centro porteño. En millares de casas en todo el país, se
escuchaba con mucha emoción, por distintos canales que transmitieron en directo,
el mensaje de la Revolución Cubana. La salud, la educación, los derechos de los
cubanos y cubanas fueron repasados uno a uno en la clase pública. El significado
para el continente de la derrota de Menem, a quien Fidel no nombró más que
elípticamente, cuando señaló: "ustedes han derrotado a un símbolo del
neoliberalismo". La decisión del pueblo cubano de enfrentar con dignidad la
amenaza guerrerista del gobierno norteamericano. La batalla cultural en el mundo
actual.
Las palabras de Fidel fueron escuchadas una a una. Fueron bebidas como si fueran
una poción mágica de sueños que permitirían seguir soñando. "Soy un hombre
soñador", subrayó, e invitó a pensar que en el día en el que "el otro mundo
mejor sea posible", los soñadores deberán decir "que otro mundo mejor es
posible". La revolución permanente. La poción mágica contra el posibilismo y la
resignación. Fidel habló a los sueños dormidos y a los latentes. Fidel habló con
palabras que nombran actos. Las palabras llegaron a oídos "receptivos" que
esperaban ese enamoramiento de los decires con los haceres. Fidel se fue. Pero
los actos que él nombró, y los sueños que despertaron del letargo o del olvido,
tienen la palabra.
Tomado de Rebelión