23 de octubre del 2003
Miguel Urbano Rodrigues
resistir.info
Una gran derrota fue infligida en Bolivia al sistema de poder imperial de los EE.UU. El sujeto de esa victoria, celebrada en toda América Latina, es el pueblo boliviano.
De lejos acompañé con emoción la subida de la marea del levantamiento popular cuyo desenlace fue la renuncia y huida del procónsul de Washington que ocupaba el Palacio Quemado.
La pregunta "¿qué va a ocurrir ahora?", omnipresente en el diluvio de comentarios y análisis dedicados al acontecimiento, me hizo recordar la primera visita a La Paz.
Fue hace 33 años, cuando Juan José Torres, apoyado por el pueblo, asumió la presidencia, derrotando una intentona de generales reaccionarios. Más tarde casi fuimos amigos. Pero ello no fue de inmediato.
Al cruzar los nevados de los Andes y descubrir La Paz tuve la sensación de que iría a bajarme en otro planeta.
El paisaje tenía algo de lunar. La mancha azul del Titicaca, un lago tan grande como Chipre , rompía la monotonía de una planicie que se perdía en un horizonte sin fin. Minúsculos pueblos sembraban una tierra entre el amarillo y el ceniza. El lago, apretado por los gigantes de la Cordillera Real, reflejaba la luz intensa de aquel techo del mundo hacia un cielo transparente.
En el centro de una concha, La Paz. La ciudad, fundada en un hueco, creció allí. Fue un campamento minero del cual la historia hizo la capital de un país.
El Alto, escenario de las confrontaciones de las últimas semanas, era entonces un conjunto de miserables barriadas a 4 000 metros de altitud, al borde de la taza donde nació La Paz. Se desarrolló como un hongo. Hoy es una ciudad satélite de 750 000 habitantes, la mitad de la población de la capital. Pobre como antes.
Viví en Bolivia acontecimientos importantes, que dejaron en mí huellas permanentes.
Imposible olvidar los debates en la Asamblea del Pueblo, en junio de 1971, poco antes del sangriento golpe de Hugo Banzer. Del fondo de la mina Siglo XX y la confraternización con los mineros guardo también recuerdos inapagables, así como de interminables charlas con algunos de los revolucionarios más auténticos que encontré en mi andar por la vida, como Marcelo Quiroga Santa Cruz, René Zabaleta, muertos, y Simón Reyes, René Rocabado y Marcos Domich, vivos.
Intentando comprender, descubrí, con la marcha del tiempo, dos Bolivias antagónicas, irreconciliables. Coexisten en choque permanente desde los tiempos de la colonia y de la revolución libertadora hasta la actualidad.
Una de ellas es la Bolivia de la rebelión indígena de Tupaj Katari, en 1780, la de la Universidad de Charcas, gran centro cultural del siglo XVIII, la de Pedro Murillo, prócer y mártir de la independencia, de los guerrilleros alto-peruanos, la Bolivia de la revolución de 1952, cuando los mineros y campesinos destruyeron el ejército en combates callejeros, conduciendo a la victoria la primera revolución progresista de América Latina.
Esa Bolivia, revolucionaria y humanista, es mal conocida. Incomoda al imperialismo. De Washington a Londres, los gobiernos del primer mundo y los medios de comunicación hacen lo posible para apagarle la historia, como si fuera ficcional.
Es el retrato de la otra Bolivia, también real, que el mundo conoce. La Bolivia que expulsó Sucre ,su primer presidente y el más puro de los héroes bolivarianos, la Bolivia que perdió parte de su territorio en guerra alucinatorias contra Chile, Brasil y Paraguay, el país de los cuartelazos ,de los asesinos del che, de las matanzas de San Juan y Laikakota, de los narcotraficantes, de los presidentes lacayos de la Casa Blanca.
Amo la primera, abomino la segunda, conciente de que la frontera entre la Bolivia de la epopeya y la de la opereta y de los golpes ni siempre aparece dibujada con nitidez.
En estas semanas una vez más la tragedia y la farsa surgieron mezcladas.
Los acontecimientos son inseparables de una exacerbada lucha de clases. Gonzalo Sánchez de Losada, para responder en este segundo mandato a la creciente resistencia que su estrategia de sumisión enfrentaba -resistencia expresa en la combatividad de las masas- optó por una política de terrorismo de estado. Las matanzas del Chapare, en enero pp, y de La Paz, el 12 y 13 de febrero pp (el pacenazo) enmarcaron esa escalada de violencia, que contó con la complicidad de la OEA y el apoyo ostensivo de los EE.UU. Goni se vanagloriaba, con arrogancia, de ser el empresario más rico del país y proclamaba que solamente por la fuerza podrían sacarlo del Palacio Quemado.
El presidente que se fugó para los EEUU es responsable de la muerte de 74 ciudadanos en las últimas semanas. Vivió en aquel país gran parte de su vida, estudió en la Universidad de Chicago, habla un castellano deficiente con acento norteamericano y se define a sí mismo como un Chicago boy para disipar dudas en cuanto a su fidelidad a la matriz imperial. Eso, pese a ser licenciado en filosofía y no en economía.
En su primer mandato, entre 1993 y 1997, privatizó casi todo lo que faltaba privatizar, desde las telecomunicaciones hasta los hidrocarburos, y acumuló una fortuna colosal al asumir el control de minas estatales a través de contratos fraudulentos.
El gringo Goni, como es conocido, fue el más riguroso ejecutor de la política de destrucción de las siembras de coca, sin la contrapartida de las culturas alternativas, lo que redujo a la miseria y la hambruna a centenares de miles de campesinos. Clinton lo elogió por haber implantado, en el primer mandato, una caricatura de capitalismo popular cuyo objetivo, a través de la entrega simbólica de acciones a los trabajadores, sería la redistribución de la riqueza. En la práctica, la concentración de capital se acentuó y el abismo entre ricos y pobres se profundizó.
Aunque obtuvo solamente 22% de los votos en las últimas elecciones, el Congreso lo designó presidente, por la fuerza de una de esas alianzas sucias, tradicionales en la Bolivia de farsa.
Su corrupto Movimiento Nacional Revolucionario -heredero de la fuerza política que traicionó la revolución de 1952- formó con ese fin una coalición que incluyó a la derecha reaccionaria, la Nueva Fuerza Republicana-NFR, y el MIR, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, cuyos dirigentes en días lejanos decían ser marxistas.
Para atender a una exigencia del FMI, Sánchez de Losada, que se había comprometido a luchar contra la exclusión social, no vaciló en crear un impuesto de 12% sobre los salarios de los trabajadores para "reducir el déficit fiscal". La provocadora medida motivó una primera explosión social, duramente reprimida. Pero el hombre no se detuvo. Al decidir exportar el gas, a precio vil, a los EE.UU., vía Chile, este presidente títere hizo desbordar la copa de las humillaciones acumuladas.
Agotada la plata, agotado el estaño, el gas natural --cuyas reservas probadas superan los 55 millones de millones de pies cúbicos--, aparece hoy como el salario de Bolivia, para usar la expresión de Salvador Allende cuando definió la importancia del cobre en Chile.
El gas natural es considerado el motor de la industrialización de un país cuyo PIB per cápita no sobrepasa los 950 dólares. En el continente, solamente Haití figura debajo de Bolivia en la escala de la pobreza.
El ejército sustentó al presidente hasta el momento en que lo vio solo, abandonado por sus aliados de la Nueva Fuerza y del MIR. El embajador de los EE.UU., David Greenlee, que hablaba y actuaba como un virrey, apoyó la represión desde el inicio. A nombre de la defensa de la democracia, claro. Washington estaba preocupado con los hidrocarburos. Pero el Alto Comando, ante las proporciones del levantamiento popular, optó por una actitud de expectativa. Seguir sosteniendo a un presidente totalmente aislado colocaría a las fuerzas armadas en una posición muy peligrosa. Pesaba también la memoria de los choques del año 52. Y el ejército enmudeció en las horas que precedieron a la capitulación de Sánchez de Losada.
El político inexperto que llegó al Palacio Quemado sustituyendo a Sánchez de Losada se presentó a sí mismo como un presidente de transición. Su primer discurso, prudente, fue muy aplaudido. Pretende convocar una Constituyente y elecciones presidenciales antes del término del mandato. Ambas posiciones son positivas. Pero, ¿ quien lo ovacionó? Un congreso en el cual la mayoría apoyó casi hasta el final la política criminal de Goni.
Es útil no olvidar que Carlos Mesa, como vicepresidente, actuó durante el gobierno de Sánchez Losada como su fiel aliado. Y confiesa estar unido a él por una gran amistad. Nunca ha ocultado su adhesión a las políticas neoliberales del Consenso de Washington.
La CNN ya empezó a dibujarle un perfil adecuado a la circunstancia y a los intereses de la administración Bush. Lo presenta como historiador de prestigio, respetado. Tal perfil es fantasioso. Mesa publicó una biografía de los presidentes de Bolivia. No conozco la obra, pero me parece improbable que retrate con perspectiva de cientista una galería de personajes en la cual predominan tiranos, aventureros y enemigos del pueblo, e incluso narcotraficantes. El libro más vendido del actual presidente tiene por tema la "epopeya del fútbol boliviano", lo que también suscita dudas en cuanto a su talento de escritor.
¿Como llegó, se pregunta, a la presidencia un historiador que, al fin y al cabo no parece serlo?
Su popularidad electoral resultó de la actividad desarrollada como periodista de radio, y, después, como productor y entrevistador de un programa de televisión llamado "De cerca".
Investido en la presidencia, pidió una tregua y lanzó un llamamiento a la unidad nacional.
Sobran preguntas sin respuesta.
¿Qué tipo de unidad tiene en la mente?
El ejercicio del poder suele cambiar a las personas, hombres y mujeres. Unos, pocos, mejoran; la mayoría empeora. ¿Qué metamorfosis será la de Mesa?
En un primer comunicado emitido en La Paz, la Comisión política del Partido Comunista de Bolivia subraya que las victoriosas movilizaciones de los últimos días demostraron un gran desarrollo de la conciencia política del pueblo. Pero advirtiendo contra el triunfalismo, insiste en que el arribo a la presidencia de Carlos Mesa no significa la solución de los problemas que aquejan al país.
El derrumbe de Sánchez de Losada resultó de un poderoso movimiento de protesta que durante la lucha asumió un carácter casi espontáneo. El pueblo se levantó para echar a un presidente genocida y traidor, no para tomar el poder. Quizá hubiera podido ocupar el palacio, pero el movimiento de masas, privado de organicidad y sin unidad de objetivos a medio plazo, no tendría condiciones mínimas para controlar el país.
En el momento en que escribo es mi convicción que la evolución de la situación en Bolivia es impredecible. La unidad nacional reclamada por Marcos Domich, primer secretario del PC de Bolivia, no es la unidad de que hablan los diputados y senadores, ni la pedida por el presidente Mesa. La primera contempla la diversidad étnica y cultural del pueblo boliviano. No se construye con promesas. No es posible sin la participación de los mineros, de los campesinos, de los obreros, de los intelectuales progresistas, de la juventud, de los indígenas. La otra unidad, falsa, es, a fin de cuentas, la de la burguesía.
El panorama de la crisis -que persiste aunque la normalidad aparente haya regresado a La Paz y a El Alto- continuará confuso. El ejército y la policía regresaron a los cuarteles, las tiendas y los bancos abrieron sus puertas y la huela general indefinida terminó.
El movimiento no tenía, ni podía tener, un programa. Falta incluso un plan de emergencia.
Las reivindicaciones del diputado indígena Filipe Quispe son, por maximalistas, poco realistas. Evo Morales, el líder del Movimiento Al Socialismo-MAS, tampoco ha expuesto hasta ahora, con claridad, su actitud ante la fase de "transición" que se inicia. Su movimiento cumplió un importante papel en las luchas que provocaron la caída de Goni. Pero, ¿qué es finalmente el MAS? Escuché a Evo en México y La Habana en diferentes ocasiones. Y su discurso, tal como su visión sobre la historia, refleja la ausencia de una opción ideológica estructurada.
La Central Obrera Boliviana, la más influyente organización de masas, dialoga en el momento actual con el nuevo presidente cuyo gobierno no incluirá representantes de cualquier partido ( pero cuenta con algunos empresarios defensores del modelo neoliberal). Le ofreció su colaboración siempre que él respete compromisos asumidos.
Sería deseable que un eventual acuerdo incidiera sobre las grandes reivindicaciones del pueblo, colocando en un segundo plano las que pueden acabar por romper la unidad de las masas que tiende ahora a hacerse frágil. Hay que recordar que las movilizaciones de septiembre empezaron y crecieron con cuatro consignas básicas: "No a la venta del gas", "el rechazo al nuevo código tributario", "la anulación de la ley de la seguridad ciudadana" y "el rechazo al ALCA". Al inicio hubo más planteamientos, pero fueron reduciéndose, concentrándose en los mencionados. Su defensa intransigente es absolutamente indispensable, tal como la convocatoria de la Constituyente.
La posición del presidente Mesa frente a Washington será determinante para la evaluación de su disponibilidad y capacidad para honrar los compromisos asumidos. El gobierno Bush, que sustentó a su Chicago boy hasta el último cuarto de hora, intentará intervenir de múltiples maneras en el proceso de "transición" para sabotearlo. Las provocaciones ya están en las calles. El fascismo -como afirma el PCB-, la ultra izquierda y el regionalismo exacerbado, una vez más, muestran el rostro.
La extrema heterogeneidad de las fuerzas que han derrocado a Sánchez de Losada no facilita la elaboración de un proyecto de programa de gobierno consensual a ser presentado al presidente de la república.
Exigir lo imposible en estas horas es prestar un servicio a los enemigos de Bolivia.
El levantamiento popular no abrió las puertas a un cambio revolucionario. La relación de fuerzas existente no lo hubiera permitido. No estaban reunidas las condiciones mínimas. Las fuerzas armadas volvieron a los cuarteles, pero el cuerpo de oficiales es, en los grados superiores, mayoritariamente constituido por militares moldeados por la mentalidad profundamente anticomunista de los ideólogos del Comando Sur de los EEUU. Es significativo que un grupo de oficiales de ese comando haya viajado inmediatamente a La Paz.
No hay que olvidar tampoco que ninguna revolución seria es posible sin una organización de vanguardia poderosa, bien implantada entre las masas. Tal organización no existe todavía en Bolivia.
***
La vida me proporcionó la oportunidad de ser testigo de algunos acontecimientos que han dejado huellas en la historia contemporánea.
Bolivia ha sido uno de los países donde eso ocurrió. Habría sido gratificante para mí encontrarme allí la semana pasada, caminar por las calles con amigos y camaradas de muchas batallas, inquebrantables en su fidelidad al compromiso revolucionario.
No fue posible. Pero he sentido que la lucha actual del pueblo boliviano es también mía. Seguí hora a hora, por la Internet, el desarrollo torrencial de la crisis. La familiaridad con el escenario me permitía imaginar la represión en El Alto, ver las minas, acompañar la marcha de las columnas de campesinos por los valles y páramos de la cordillera, el avance de las grandes manifestaciones en La Paz.
Casi veía como telón de fondo de las muchedumbres las nieves eternas del Illimani, la más bella montaña andina, el cerro mágico que para los aymaras habla, siente y ama como si fuera humano.
Celebré como si estuviera allí la derrota de Sánchez de Losada y del imperialismo. Las luchas del pueblo boliviano se insertan en el combate de la humanidad progresista contra el monstruoso proyecto de sociedad impuesto por un sistema de poder que amenaza la continuidad de la vida en la Tierra.
La Habana, 19 de Octubre de 2003.
El original portugués de este artículo se encuentra en http//:resistir.resistir.info
Traducción de Marla Muñoz
Tomado de Rebelión