14 de febrero del 2003
Carlos Echazú C.
Rebelión
Así como en Venezuela, hace unos años atrás, hoy se produce en Bolivia una gran distorsión por parte de los medios de comunicación, sobre los hechos ocurridos durante dos cruentos días en las calles de La Paz. Se llenan la boca diciendo que "turbas de vándalos e inadaptados" han asaltado la propiedad privada y pública y centran la atención sobre el ministro de gobierno que señala al MAS y a su dirigente Evo Morales como los responsables de estos sucesos. Quién se informa sobre lo ocurrido mediante estos medios seguramente tendrá la idea de que nada más ha acontecido. Es cierto que ocurrieron los asaltos a dos ministerios, a la vicepresidencia, a locales de partidos políticos tradicionales y a otros centros comerciales. Pero nadie se pregunta porqué ocurrió esto. ¿Será que miles de personas son vándalos?. En este caso media población de Bolivia está constituida por inadaptados, y claro que somos inadaptados, porque nos negamos a adaptarnos a este sistema que no nos ha dado más que hambre y desesperanza. Pero no eran "vándalos", era el pueblo que desahogando su bronca de décadas de estafa, de postración y de sumisión en la miseria, procedió a estrellar su ira contra los símbolos políticos y económicos de este sistema.
Sin embargo, lo más grave es que con este discurso se oculta la mounstrosidad que cometieron los gobernantes cuando sintieron que su régimen se venía abajo, porque la institución encargada de la represión, afectada por la política impositiva del gobierno, se negaba a cumplir su rol. Entonces, dotaron de armas de guerra a adolescentes conscriptos y les ordenaron dispararlas sobre su pueblo. Todos los vimos; eran muchachitos asustados que apenas podían cargar esas pesadas metralletas. Estaban nerviosos ante el inminente enfrentamiento de fuego contra la policía. Sus ojos y rostros reflejaban el pánico de lo que se veía venir. Detrás de las filas de los conscriptos apiñados tras escudos, estaban los oficiales portando armas largas, apuntando amenazadoramente sobre uno u otro blanco que no era sino la masa de gente que se había sumado a la sublevación policial. Entonces estalló el infierno. Ráfagas de metralleta y de otras armas de grueso calibre se fueron a anidar sobre los pechos, cabezas, piernas de gente indefensa y de policías que intentaban enfrentar aquello. Uno tras otro, civil o policía, caían por todos lados. El pánico y la confusión se apoderó de aquella masa humana que corría por todos lados tratando de ubicarse fuera del alcance de aquellas balas asesinas. Otros se aventuraron a rescatar a los heridos que caían al suelo y a uno le cuesta concebir que alguien pueda disparar sobre una persona que está auxiliando al herido, pero ocurrió y entonces los heridos se multiplicaron. Esto aconteció más o menos a las 15.30 de la tarde en la esquina de las calles comercio y Colón a una cuadra de la plaza Murillo. Pero, seguramente, en ese mismo momento se suscitaban hechos similares en todas las esquinas de la plaza, pues el tronar de las balas era ensordecedor y se lo escuchaba por todos lados. Otra de las distorsiones que urden los medios es el número de muertos y heridos de esta sangrienta jornada. Recorriendo las inmediaciones de la plaza, unas dos horas después, cuando el fuego ya no había, sino esporádicamente, se veían charcos de sangre en todas las inmediaciones de la plaza. Entonces uno se pregunta: ¿no es acaso motivada la ira y la bronca de la gente que fue a asaltar todo lo que veía a su paso y que de algún modo le recordaba la opresión política y económica que sufre este pueblo desde hace décadas?
Pero, como si esta barbarie no fuera suficiente, el día siguiente nos deparó otra sorpresa. La Central Obrera Boliviana y otras organizaciones populares habían convocado a una gran marcha de protesta y repudio, ya no contra las medidas económicas que el gobierno ya las había retirado, sino contra el mismo régimen que el día anterior había cometido una masacre. Ingenuos vimos todos, mientras nos concentrábamos para la marcha, como un helicóptero sobrevolaba el centro de la ciudad y de tanto en tanto se posaba sobre las terrazas de algunos edificios. Nadie podía sospechar el crimen que estaban urdiendo en ese momento. La concentración fue multitudinaria. Los discursos y las consignas acusaban al gobierno de la masacre del día anterior y pedían la renuncia del que hoy en Bolivia es llamado "gringo asesino". De repente, cuando ya algunos sectores de trabajadores habían iniciado su marcha, mientras otros esperaban su turno, un hombre cayó al suelo y los que fueron a socorrerlo lo veían sangrando con herida de bala. Esa bala asesina se había confundido con los petardos de los marchistas, pero nadie podía darse cuenta de donde venía. Antes de que la gente saliera de su estupor, cayó otro, también herido de bala y mientras unos lo auxiliaban otros buscaban el lugar de donde provenían las balas y entonces cayeron uno más por aquí y otro por allá, hasta que la gente descubrió el origen de las balas. Eran francotiradores que el helicóptero había apostado en los techos de los edificios. La opinión pública internacional quedará, seguramente, atónita cuando sepa que esos francotiradores cegaron la vida de una enfermera y dejaron gravemente herida a una doctora que habían venido en una ambulancia a recoger a uno de los heridos. Es difícil imaginar tanta perversión, tanta alevosía, tanta cobardía, y seguramente por eso, el gobierno niega su responsabilidad sobre estos hechos, pero uno se pregunta ¿quién fue, sino ellos? Sólo ellos tienen los recursos, los motivos enfermos y la mente asesina para hacerlo. ¿Cómo sino concebir que una niña de doce años fue baleada y asesinada en la ciudad de El Alto? o ¿cómo imaginarse que, ante las cámaras de televisión, el hombre aquel envuelto en una bandera boliviana y un paño blanco en las manos que se acercaba a la tropa militar en clara señal de apaciguamiento fuera baleado por ellos?
Considero que es importante que el mundo sepa que cuando los medios de comunicación informan sobre "vándalos" que han asaltado la propiedad pública y privada, en realidad ocultan el crimen de lesa humanidad que el gobierno ha cometido contra este pueblo.
Tomado de Rebelión