Hola, ché, flaco, ¿qué andás haciendo por esos pagos del cielo? Nos estás haciendo falta aquí, en la tierra, en estos tiempos de confusa urgencia, como dijo el poeta. ¡Volvé, flaco! Volvé con tu asma y con tus ganas.
Te lo digo yo, Víctor, que tenía apenas veintiún años, cumplidos un día antes de que te asesinaran en esa escuelita, por allá por Ñancahuazu, en el pueblito de La Higuera. Cuando supe de tu final lloré. Lo hice sin lágrimas, porque era un anónimo soldado del ejército argentino, cumpliendo mi servicio militar, y no podía llorar por nuestro Ché. Por nuestros pueblos, por nuestras ganas.
Mi servicio militar terminó. Salí de baja como "soldado instruido de la reserva", como consta en mi Libreta de Enrolamiento, que aún conservo. Después vinieron los años en que mi generación ejerció la rebeldía, y después los años de plomo. Fuiste bandera y fuiste ejemplo. Cuando los compañeros caían con ese grito que se ahogaba en la garganta, "Perón o muerte, viva la Patria", estaban hablando de vos, Ché. Y del General, por supuesto, aunque ustedes nunca se encontraron, porque el General lloró tu muerte como la lloramos nosotros.
Sólo que en aquella época a los muertos por la Libertad de nuestras Patrias no se los lloraba. "Al combatiente caído -decíamos- no se lo llora, se lo reemplaza". Y te reemplazamos, Ché, vaya si te reemplazamos. No quiero repetir la lista de los compañeros que cayeron en ese reemplazo, porque por ahí se me olvida alguno, y no quiero ser injusto.
Algunos, después de la tormenta, quedamos para dar testimonio. A veces uno se avergüenza de haber quedado, pero así fue la vida. Y creeme, Ché, que no olvidamos a nuestros muertos, que no te olvidamos, y que hacemos lo posible por merecerlos.
Ché, Ernesto, hoy vivimos en un mundo que no podrías haberte imaginado. Hoy tu indignación, Ernesto, sería mayúscula. No te preocupes, flaco. Seguí con tu asma por los campos del cielo, que nos tenés a nosotros, aquí, en esta tierra, para indignarnos.
Un día nos encontraremos, ché, flaco, asmático Ernesto. Nos encontraremos en ese mundo solidario que imaginó tu asma, estoy seguro. Y nos encontraremos agitando banderines, banderitas de victoria.
Ese día, Ché, me guiñarás el ojo, y yo te saludaré de lejos, como se saluda a los grandes. Me imagino tu carcajada, la del que nunca se sintió grande, sino un compañero más. Y nos fundiremos en un abrazo, porque entonces estaremos cerca de la Victoria.
¡Hasta la Victoria siempre, Ché, Comandante, amigo! Este pequeño homenaje no es para ti, es para todos nosotros, que seguimos tus huellas, y las seguiremos hasta la victoria.
Víctor, tu amigo y compañero, a los 35 años de tu muerte física, pero no espiritual. En San Carlos, el 8 de octubre de 2002.