24 de mayo del 2002
León Valencia
Rebelión
Un ex guerrillero y actual analista político y militar desgrana las razones y sinrazones de un conflicto de cuatro décadas. Se reproduce parte del capítulo octavo del libro "Adiós a la política. Bienvenida la guerra", de próxima aparición en Colombia.
El 20 de febrero de 2002, día en que el presidente Andrés Pastrana dio por terminadas las negociaciones de paz, los principales protagonistas de este proceso tenían una sola coincidencia: la guerra, en Colombia, se va a escalar en estos próximos años. Los generales Fernando Tapias y Jorge Enrique Mora, responsables de la guerra antisubversiva, lo dijeron en agosto de 2001. Jorge Briceño, comandante de las farc, lo planteó en los días en que se rompió el proceso de paz. Carlos Castaño y sus paramilitares (Autodefensas Unidas de Colombia, auc) lo manifestaron en el mensaje de fin de año. Rand Beers, subsecretario de Estados Unidos para el narcotráfico y el general Peter Pace, jefe del Comando Sur, lo habían dicho, también, de mil maneras.
En el mayor o menor escalamiento y duración de la guerra, la variable política jugará un papel fundamental y la variable militar jugará un papel menor en el corto y mediano plazo. Si las tendencias de la opinión pública a favor de la guerra se mantienen y los líderes políticos que creen que el conflicto puede tener una resolución menos costosa y más rápida por este camino se ponen al mando del gobierno, la guerra puede intensificarse y generalizarse a todo el país.
Y si las tendencias de la opinión pública cambian y además se desata una presión civil y desarmada hacia las guerrillas y grupos de autodefensa, con la consecuencia de que el timón del gobierno lo toman los partidarios de la salida negociada del conflicto, la guerra se puede estancar y tender a resolverse en la mesa de conversaciones.
De acuerdo con la historia reciente del país y a la disposición que tienen todos los protagonistas de la confrontación en estos momentos, la guerra tendrá un alcance nacional, pero se librará principalmente en escenarios regionales muy definidos.
Tanto la confrontación de las guerrillas con el Estado, como la acción de los paramilitares y la configuración de las redes del narcotráfico, han tenido en Colombia una expresión regionalizada. Las acciones que dieron origen a las FARC en 1964 y 1965 se desarrollaron en Pato, Riochiquito y Guayabero, en los límites entre Tolima, Cauca y Huila. El surgimiento del ELN en 1965 ocurrió en el Carmen y en San Vicente de Chucurí, en Santander, en la margen derecha del Magdalena, y su prueba de fuego, la operación en la cual sufrió su primera gran derrota, se efectuó en 1973 y 1974 en Anorí y Amalfi, en Antioquia, en la margen izquierda del mismo río. En 1969, en su memoria, el ministro de Defensa, general Ayerbe Chaux, enumera como zonas subversivas a Caquetá, Nevado del Huila, Magdalena Medio, Alto Sinú y Bajo Cauca. El epl (Ejército Popular de Liberación) tiene sus primeras acciones en 1968 en las montañas de Córdoba y luego en Urabá construye sus principales bastiones hasta su negociación en 1991 en el municipio de Apartadó. El M-19, que desarrolló en su primera etapa un accionar urbano, terminó concentrando sus esfuerzos en el Caquetá y el Cauca a finales de los años ochenta y estableciendo su campamento de negociación con el gobierno del presidente Barco en 1989 y 1990 en el municipio de Corinto, departamento del Cauca. Los paramilitares de hoy tuvieron su origen en la experiencia de Puerto Boyacá en los años ochenta. El narcotráfico arrancó con la bonanza de la marihuana en los años setenta en el Magdalena y la Guajira.
La historia de las guerrillas, de los paramilitares y de los narcotraficantes se podría describir como un espejo móvil que se desplaza por el país y refleja en cada momento los puntos de mayor contradicción de la sociedad, los lugares donde la nación está en un punto de ebullición y cambio. Y la acción del Estado, como la de un bombero que acude a apagar los incendios que estos espejos generan cuando captan estas intensidades.
El mapa de la violencia está muy ligado al mapa del desarrollo del país en los últimos 40 años. Las zonas de colonización que han mostrado un gran potencial económico se han convertido en los lugares privilegiados para el crecimiento de los actores del conflicto. Esto es ya un consenso entre todos los estudiosos de la violencia y de los problemas sociales en Colombia. Algunos explican este fenómeno diciendo que allí, en esos lugares, se expresan de modo concentrado las contradicciones básicas e históricas de toda la sociedad. Otros lo explican como la emergencia de unas economías de frontera, donde no funcionan la justicia y las reglas y donde factores externos como el narcotráfico o la guerrilla sirven de catalizadores del conflicto, creando nichos claramente disfuncionales con el resto de la sociedad. En todo caso ya nadie duda de que las regiones de producción de banano, coca, petróleo y de otros productos que se han posicionado como importantes generadores de riqueza, han abrigado también a los actores más duros del conflicto.
Ahora bien, en la medida en que estos actores armados surgidos en estos conflictos regionales se han expandido a otras zonas o se han conectado con pares en otros sitios, se han configurado como actores nacionales que de manera racional y planificada organizan sus fuerzas para repercutir en todo el país y en el mundo.
En la actualidad no es difícil hacer un mapa del conflicto, si establecemos, primero, el punto territorial más fuerte de cada uno de los protagonistas de la guerra; si miramos en segundo lugar los puntos de mayor disputa entre estos protagonistas, es decir los lugares donde no hay un predominio claro de uno u otro actor pero se desarrolla una confrontación importante; y si descubrimos las zonas de expansión, es decir, los sitios hacia donde quieren y pueden ir las fuerzas en contienda. Al hablar de los puntos territoriales más fuertes de cada uno de los protagonistas podemos utilizar la categoría de retaguardia que en el lenguaje de la guerra alude al sitio o a la región donde un actor destaca su mayor fuerza, tiene el mando central y los lugares de entrenamiento, donde recibe más apoyo y a partir del cual desata su expansión principal.
Las FARC tienen su retaguardia en una amplia zona de la cordillera oriental, en la confluencia de los departamentos de Meta, Caquetá, Guaviare y el sur de Cundinamarca. Tienen como sitios de expansión cercanos a esta retaguardia: el sur del Tolima y el norte del Huila, Putumayo, Cauca y Nariño y las cercanías a Bogotá. Y claro, en su trasegar nacional han configurado muchas zonas de disputa en las que sobresalen Magdalena Medio, Oriente Antioqueño y Arauca.
Las auc tienen su retaguardia en una amplia zona que comprende el Alto Sinú y San Jorge en Córdoba, el Urabá antioqueño y el Bajo Cauca. Han desatado una expansión buscando los centros urbanos, colocándose al lado de Medellín, Bogotá, Cali y Barranquilla. En este momento sus disputas más importantes son el Magdalena Medio y la zona alrededor de la Sierra Nevada de Santa Marta.
El ELN ha visto vulnerada su zona de retaguardia comprendida entre el Bajo Cauca y el sur de Bolívar, pero allí sigue teniendo su punto histórico. Su expansión se ha frenado y tiene zonas de disputa importantes en el Oriente Antioqueño y en el norte de Santander y Arauca.
El centro de la lucha antinarcóticos se encuentra ahora en el Putumayo y se coordina desde las bases militares de Tres Esquinas y Larandia en el Caquetá. Pero es claro que también se desarrolla en sitios específicos del sur como Cartagena del Chairá en el Caquetá y en el norte del país en lugares como el sur de Bolívar y la Gabarra Norte de Santander.
Las fuerzas militares colombianas han tenido una concentración de fuerzas en Bogotá y sus alrededores y en el cuidado de nervios de la economía y la vida nacional como las hidroeléctricas y el petróleo, pero con la reestructuración han logrado conformar una gran fuerza móvil especializada que permite trasladar fuerzas a cualquier sitio del país con suma rapidez. Es evidente que esta fuerza móvil tendrá su mayor actividad en los años venideros en el sur, tanto en la lucha antinarcóticos como en la acción contra las FARC.
Podríamos decir entonces que en el país se presentan seis zonas con un nivel alto de conflicto: la del sur del país donde confluye el enfrentamiento del Estado y los paramilitares con las FARC y la lucha contra el narcotráfico; la de Córdoba y Urabá donde tienen sus dominios los paramilitares y las FARC, intentan a veces contraofensivas -y el Estado tendrá que definir en unos años la recuperación del monopolio de la fuerza-, la del Magdalena Medio donde se da una intensa disputa entre todos los actores; la de Arauca y la frontera con Venezuela donde la presencia del eln y las farc ha sido confrontada por el Estado y empieza también a ser disputada por los paramilitares; la del Oriente Antioqueño en disputa entre todos los actores del conflicto. Y la que se está abriendo en el Magdalena y el César alrededor de la Sierra Nevada y la Serranía del Perijá.
Todas estas regiones serán, seguramente, en los próximos años, escenarios de guerra, es decir, lugares donde por un tiempo se gestarán ofensivas y contraofensivas sostenidas que impactarán a todo el territorio y afectarán masivamente a la población civil. Todo hace pensar que la primera de estas regiones que entrará en una guerra propiamente dicha será el sur del país, por todas las circunstancias que han rodeado el rompimiento de las negociaciones de paz.
Obviamente estas guerras regionales serán acompañadas por la realización de múltiples acciones dispersas en el país por parte de todos los actores. La sensación que se creará en muchos momentos es la de una guerra total. Esta sensación se acentuará sobre todo porque los actores irregulares tenderán a utilizar cada día más el terrorismo y el sabotaje como armas de combate. Estas acciones crean un ambiente de zozobra en todos los sitios del país aunque los hechos no ocurran en el lugar o no lo afecten de modo directo.
Las razones para pensar que la primera de estas guerras regionales se librará en el sur son varias. Las fuerzas armadas que han sido sometidas a un proceso de modernización, que recibieron un gran equipamiento de parte de Estados Unidos y que tienen ahora una gran motivación para librar un pulso con la insurgencia, se empeñarán a fondo para mostrar importantes resultados en la confrontación bélica.
La presión que ejercieron durante los últimos meses sobre el gobierno de Pastrana, para que rompiera las conversaciones y suspendiera la zona de distensión, y el compromiso público y privado de golpear a la insurgencia, una vez que les desataran las manos en los cinco municipios que componían la zona para las conversaciones de paz, las empujan irremediablemente a una acción contundente y sostenida sobre el sur del país.
Pero las FARC harán también su mayor esfuerzo para sostener y ampliar su retaguardia estratégica y para mostrarle al país que están en condiciones de ganar la guerra. Tienen también cosas a su favor. En estos últimos tres años hicieron un gran reclutamiento en la zona de distensión y la suma de estos nuevos combatientes y los viejos puede componer una fuerza de 6 mil combatientes - de un total de 18 mil que tienen en todo el país- que serán involucrados ahora en acciones ofensivas y defensivas.
Así mismo, las FARC han logrado la conformación de comandos urbanos especializados y el desarrollo de milicias en las ciudades, que han empezado a emplear en acciones de sabotaje, en secuestros, en operaciones para liberar presos, en redes de apoyo para sus fuerzas de retaguardia.
Las fuerzas armadas han mostrado efectividad en operaciones sobre concentraciones de fuerza de las FARC, como se vio en las campañas realizadas en 2001, dirigidas a aniquilar o contener columnas y destacamentos numerosos de las FARC donde el ejército logró importantes victorias y no sólo dio de baja a importantes oficiales de la insurgencia sino que dispersó a estas unidades que pretendían operar de un modo más cercano a un ejército regular.
Pero las farc han mostrado que su punto fuerte, en el plano ofensivo, sigue siendo la "operación avispa" y las estratagemas puramente guerrilleras. Mediante acciones de esta naturaleza le causaron más de 50 bajas al ejército y produjeron grandes estragos en la infraestructura económica en enero de 2002. Han dejado a oscuras poblaciones de cuatro departamentos, han volado puentes y carreteras aislando al Caquetá y golpeando el transporte en otros sitios del país.
También prosiguieron en su campaña de secuestros a políticos, especialmente en los departamentos aledaños a la zona de distensión. En el Huila, en Nariño, en el Meta, en el Tolima, lograron poner en cautiverio a dirigentes políticos destacados hasta llegar al secuestro de la candidata presidencial Ingrid Betancourt, en febrero de 2002.
Los paramilitares de las auc, a finales de 2001 y principios de 2002, dirigieron sus esfuerzos a organizar y consolidar una estructura militar de carácter ofensivo, disciplinada y móvil, tal como la mostró Carlos Castaño con ocasión del lanzamiento de su libro; a reducir las masacres y priorizar las acciones selectivas sobre la población civil; y a buscar una gran presencia en las elecciones al Congreso con el fin de estrechar los lazos con las elites regionales y construir una fuerza política propia. Su actitud no deja ver que quieran involucrarse en un primer momento en una gran confrontación en el sur del país.
Las auc están ante la disyuntiva de acompañar a las FARC en la confrontación para involucrarse de lleno en la disputa de las zonas donde tienen presencia y tratar de reconstruir su retaguardia o decidirse a buscar unas negociaciones de paz aparte de las FARC. Lo más probable es que se decidan por el segundo camino, pero esto depende mucho de la oferta que les haga el gobierno que culmina y el que está por llegar.
Tal como están las cosas, las FARC tendrán una estrategia de defensa de su zona de retaguardia en la confluencia de los departamentos de Caquetá, Putumayo, Huila, Meta y Guaviare. Una estrategia ofensiva orientada a consolidar su expansión hacia Nariño, Cauca, Valle, Norte del Huila y Tolima. Y una multiplicación de acciones en todos los lugares del país para reafirmar su presencia nacional.
El principal reto estratégico del ejército es romper la retaguardia de las farc y contener la expansión de esta fuerza. Pero en el plano táctico tiene todavía una tarea más exigente: tratar de neutralizar las acciones sobre las grandes ciudades que tendrán, sin duda, una repercusión política mayor que las acciones profundas en los lugares donde se libra la confrontación decisiva.
Lo más probable es que los paramilitares dediquen su mayor esfuerzo a consolidar su propia retaguardia y a establecerse de manera definitiva en los lugares donde se han ubicado en estos años. Es improbable que persistan en una gran labor de expansión en los próximos meses. El crecimiento ha sido vertiginoso de 1998 a 2001. Pero esta expansión ha tenido costos. Las FARC alcanzaron a golpear en lugares clave en los límites entre Córdoba y Urabá.
Desde Bogotá
Tomado de Rebelión