Lunes, 6 de agosto de 2001
Política
Fernando Estrada Gallego*
Colombia Analítica
"Todo lo que camine sobre dos pies es un enemigo. Lo que ande a cuatro patas, o tenga alas, es un amigo". George Orwell, Rebelión en la granja.
Un aspecto que ha ido cobrando importancia en las estrategias del conflicto armado en Colombia, y que dinamiza el poder de desequilibrio contra el enemigo por parte de los grupos armados, es el manejo de la información y el rumor. Junto al despliegue de diversas tácticas de asalto, al escalonamiento de acciones violentas en las tomas de poblados y el terrorismo impuesto por las masacres, se han suscitado verdaderos ejércitos profesionales para recoger información en las zonas, compilar datos con nombres y propiedades y seleccionar a las víctimas, por considerárseles enemigos de la causa, informantes del bando contrario o, en algunos casos, objetivos militares que hay que matar selectivamente con el único fin de expulsar a los oponentes.
El reciente caso de secuestro colectivo en Neiva por parte de las Farc, representa tan sólo una muestra de cómo la guerra ha tomado un curso decisivamente urbano, en donde predominarán las labores de inteligencia y el manejo de la información. Serán tiempos de despliegue de contactos, alianzas camufladas, denuncias y rumores. No se crea que ahora cuando la guerra se toma las ciudades, necesariamente tendremos un mayor volumen de violencia terrorista, pues es probable que el género de violencias afecte de otras maneras, como en el caso de los secuestros, la extorsión, el incremento de las amenazas y el chantaje. Ningún ascenso de los extremos se requiere para que una gran mayoría de la población de las ciudades sea intimidada, basta con que cada uno experimente potencialmente la posibilidad de ser el próximo muerto para que las tácticas del violento surtan efecto.
El rumor y la información llegan a ser los instrumentos claves en la nueva etapa del conflicto, son las herramientas propias de las redes de informantes que tendrán los contendores para probar su mayor capacidad de fuerza y poder frente a los enemigos. Y claro, de nuevo los ratones de este ensayo serán pobladores y ciudadanos comunes, eventuales víctimas de una guerra que, ya vemos, no tiene un porvenir claro.
Lo cierto, la guerra en Colombia ha dejado muchos muertos inocentes. Si es que puede tener algún valor esta infeliz taxonomía para clasificar las víctimas del genocidio al que asistimos. Pero si la guerra deja muertos inocentes, los muertos "culpables" pueden igualmente haberse convertido en víctimas gracias a la tenebrosa información que los acusó de ser enemigos. Porque en la guerra toda víctima siempre será eso: "enemigo y culpable". Inocentes o culpables, las víctimas de la guerra en Colombia surgen como efecto de redes de información e informantes que archivan listados completos en cuadernos o en memorias electrónicas. En la masacre paramilitar de la Gabarra, la población reunida por los asesinos veía con terror que el comandante abría su computador portátil y comenzaba a llamar por su nombre a las víctimas. Esta fenomenología de la confrontación violenta enseña además, cómo los hechos duros de la barbarie dependen cada vez más de la información en los diferentes escenarios de la contienda bélica.
Porque en la guerra como en la vida cotidiana la información cuenta decisivamente para movilizar las acciones individuales y colectivas. Un ligero cambio, una ligera distorsión de los mensajes puede tener consecuencias lamentables, ¿Cómo opera la información entre los contendores del conflicto armado?, ¿Cómo se adquiere y circula la información en las zonas de conflicto?, ¿Qué tipo de aspectos presenta la información? ¿Cómo se desarrollan las dinámicas de la información dentro de las comunidades afectadas por la guerra? ¿Qué relaciones operan entre la información y la violencia?.
El papel de la información y del rumor en zonas de conflicto armado violento está relacionado con las estrategias de intimidación y las tácticas empleadas para contrarrestar las acciones del enemigo. Más específicamente, la información es útil para el propósito de seleccionar a aquellas personas que pueden ser objetivo militar. Como una fase previa a la obtención de información, en muchos casos se atiende al rumor, éste comienza como un cosquilleo de información dudosa que corre de un lado a otro, sin que se muestre alguien que sustente su contenido. Sin embargo, el rumor puede llegar a poseer una fuerza persuasiva mucho más eficaz que la información, por cuanto simbólicamente amenaza el peligro desde la incertidumbre sobre sus ejecutantes.
Una característica de la información que circula en zonas de conflicto es confidencial y, en consecuencia, se distribuye de manera asimétrica entre los actores políticos y los civiles. De ahí que su naturaleza primaria proviene regularmente del rumor. Circula con énfasis dependiendo de los grados de daño que se pretende causar, el rumor rueda como una bola de nieve hasta causar empíricamente desplazamientos de poblaciones enteras. Los agentes de violencia pueden acceder a la información por vía del temor en casos excepcionales, pero lo común es infiltrar algunos miembros en tareas de inteligencia para obtener la información espontánea de la gente.
Preguntarse y responder, por ejemplo, cómo se llevo a cabo la acción de secuestro colectivo en Neiva, para ilustrar tan sólo un caso, es redescubrir toda una variada red de interrelaciones entre informantes, inteligencia militar y proyección política sobre los alcances de la acción. Para detectar movimientos, consultar posiciones, adquirir datos de las personas residentes y especificar las condiciones sobre el día y la hora de la operación, se requirieron previamente disposiciones tácticas muy precisas. Lo que implica que en la guerra las acciones violentas no pueden separarse de la estructura de operaciones previas que le acompañan. Es importante tomar en cuenta los incentivos y las expectativas racionales de los individuos y de las comunidades (tanto en lo que respecta a quienes tienen poder en la zona así como a sus potenciales enemigos).
Empíricamente el desenvolvimiento de la guerra en distintas poblaciones del territorio en disputa, muestra cómo las comunidades se han ido fragmentando hacia dentro, es decir, como efecto de los desequilibrios generados por la intimidación y el terror, las comunidades son propensas a un ambiente social de desconfianza y división. No se trata de actores unitarios que puedan tomar medidas uniformes contra sus enemigos (aunque tenemos excepciones), antes bien, es claro que: (1) Las acciones de los actores sobre determinadas zonas dispersa los intereses y los proyectos de la población; (2) La violencia generada busca enemistar entre sí a los propios pobladores de la misma comunidad.
En este trasfondo bélico la información y el rumor se instrumentalizan con el propósito de distinguir amigos y enemigos. En donde antes coexistían distintas formas de intercambio y compañerismo, aparece la desconfianza y el oportunismo, los lazos de solidaridad se pierden, los separa una dinámica de amedrantamiento y temor que se visualiza en la propia comunicación entre los distintos miembros de la comunidad. La composición de la violencia en una localidad proviene así de dos tipos de transacciones o compromisos: por una parte, los agentes "externos" (tanto insurgentes y paramilitares, como actores políticos en el ejercicio del poder), y por la otra, los agentes "internos" (civiles, informantes, milicianos, gente común de la localidad). La interacción de estos agentes exógenos y endógenos producen selectivamente la violencia con base en la información obtenida por parte de los agentes violentos.
La información, que circula regularmente como rumor en zonas de guerra, tiene como fin denunciar, y las denuncias tienen su origen en todo tipo de conflictos locales: de carácter privado únicamente (por ejemplo, una enemistad recurrente de familia), o reflejos locales de un pleito de mayor envergadura (por ejemplo un conflicto entre indígenas y terratenientes). Las denuncias pueden estar ligadas al conflicto (por ejemplo, los adversarios por un pleito de tierras pueden alinearse en campos políticos opuestos), y pueden generarse en el conflicto mismo (por ejemplo, los actores políticos pueden invertir recursos disponibles en una comunidad determinada y generar competencia con sus adversarios). Ocasionalmente la denuncia la motiva el apoyo verdadero a un actor político (el caso del miliciano), tenemos una denuncia en su estado "puro". Pero la mayoría de las veces las denuncias están motivadas por intereses mezquinos, egoístas, resultado de un interés por resolver venganzas personales (denuncia malintencionada). Es en estos casos que la información y el rumor desempeñan en la denuncia un papel distorsionante, quien delata tiene la intención de causar daño contra las personas acusadas.
Esta relación entre la información y la denuncia pasa, prima facie, por el rumor. Los individuos que a menudo están dispuestos a denunciar a sus vecinos con el fin de obtener beneficios o protección y seguridad. La denuncia puede tomar las de Villadiego una vez que corre el rumor: "dicen que", "algunos dicen", "por ahí se dice". La ocasión creada por el rumor es la oportunidad para el ajuste de cuentas de pequeños altercados o discrepancias, pero los resultados pueden llegar a ser terribles. En esta red de vasos comunicantes entre el rumor, la información y la denuncia se desplazan intereses personales y colectivos, los primeros están relacionados por prebendas que recibe quien denuncia, en el segundo caso, la movilización estratégica de señales de terror con el fin de intimidar a quienes estén cercanos a las víctimas.
El rumor y la denuncia se pueden colegir en condiciones de incertidumbre, cuando los agentes violentos no disponen del tiempo para corroborar los datos recogidos, se toma el rumor como denuncia válida. Es la ocasión propicia, denunciar a los enemigos personales cuando una causa o actores políticos asumen todos los costos de la violencia exime de responsabilidades. El escenario del conflicto violento, cuando éste se torna denso, oculta bajo las sombras al denunciante. Se paga y se dota de armas sofisticadas un ejército de mercenarios con el fin de liquidar a los enemigos, o de obtener beneficios sobre tierras con cultivos ilícitos. Este fenómeno conculca entre los individuos la idea de un poder privado para asegurar su integridad. Crecen ejércitos alternativos para proteger intereses particulares, con lo que directamente pierde legitimidad el uso de la fuerza por parte del Estado. Bien lo dice Kalyvas, "el Estado se entrega en concesión, por así decirlo, a individuos de la región, quienes utilizan su recién adquirido poder para luchar por sus intereses personales y ajustar cuentas pendientes".
En Colombia el escalamiento de la confrontación armada y la inclusión inveterada de la población civil por parte de las agentes de violencia (insurgencia y paramilitarismo) ha ido creando una personalización del conflicto, es decir, se han incrementado los eslabones subjetivos para justificar los actos de barbarie. Todo lo cual no hace más que coadyuvar el incremento de las venganzas personales, de familia o de grupos milicianos. La guerra se libra entonces, no entre bandos claramente diferenciados, sino en espacios de intercambio común entre los agentes armados y la población civil. Estos intercambios violentos constituyen un ciclo irregular que afecta las relaciones sociales, desde fenómenos de choque y fuerza microsocial (los casos de venganza personal) hasta la rivalidad entre ejércitos irregulares. Tenemos así como prototipo para estudio, un conflicto cuyas dimensiones, pese a comprender aspectos heterogéneos en su detalle, corresponden a un conjunto estructurado en el que interactúan violencias dispares.
* Coordinador del Seminario Problemas Colombianos Contemporáneos, Profesor de la Escuela de Filosofía de la Universidad Industrial de Santander.
Tomado de Colombia Analítica