Bogotá, Domingo 28 de octubre de 2001
ANDRES MOMPOTES
EL TIEMPO
Los años no pasan en vano. Menos en política. A finales de 1997, Horacio Serpa y Noemí Sanín preparaban su arsenal de ideas para lanzarse a una campaña presidencial que los dejaría convertidos en dos de las principales figuras políticas del país. Ahora, nuevamente ambos se lanzan oficialmente a la pelea electoral, pero con algunas arrugas de más y con una que otra mutación en su ADN político.
Serpa renovó su visa a Estados Unidos, recompuso sus relaciones con ese país y se convirtió en el estratega de la oposición liberal contra Andrés Pastrana. Los analistas le reconocen su habilidad para mantener su caudal electoral y el propósito de vestir a su partido con el traje de la socialdemocracia, pero dicen que ese proyecto se quedó en la retórica y le critican que se mantiene rodeado de las mismas figuras políticas de siempre.
A Noemí le aplauden su capacidad para mantener el reconocimiento con un proyecto que no nació de las maquinarias políticas, su preparación en el exterior y la renovación de su equipo de colaboradores, pero señalan que aún no logra traducir al electorado el crecimiento de sus capacidades y que tiene un libreto tan rígido, que parece limitado.
En una cosa cambiaron juntos: ambos endurecieron su posición frente al proceso de paz. Ayer, Serpa fue proclamado como el candidato oficial del liberalismo, mientras que el próximo martes Noemí lanzará su campaña en Cartagena. Cuatro años después, otra vez están listos para dar la pelea.
Ya no está en el centro entre los liberales y los conservadores. Todo porque las banderas azules están a la deriva y dejaron de ser uno de los dos extremos visibles. Sin embargo, Noemí Sanín sigue dando la pelea con un discurso de lo independiente y con un movimiento por el que no muchos apostaban un peso antes de las elecciones del 98.
Se fue del país para prepararse mejor. Puso punto final a su matrimonio con Mario Rubio y se dedicó a cazar ideas para la paz y la economía en Europa y África. Estuvo casi dos años en Harvard y regresó, en febrero de este año, a encarar un país que criticaba la ausencia de su voz en los grandes debates nacionales.
Hoy, Noemí exhibe un alto índice de reconocimiento en las encuestas, pero sufre un descenso en la intención de voto. "Es cierto que está mejor preparada, que tiene un conocimiento más claro, pero ese es un matiz que su campaña no ha logrado comunicar al electorado", dice Luis Javier Orjuela, politólogo y catedrático de la Universidad de los Andes.
El entorno de sus asesores también se renovó. Un reconocido equipo de expertos, la mayoría de ellos procedentes del gavirismo, le dio a Noemí un perfil más técnico. Por eso, el ex presidente Alfonso López dijo que ella tenía el mejor 'estado mayor' entre los candidatos, pero advirtió que le falta "asesoría política".
Según Orjuela, ese perfil más técnico hace que pierda impacto en términos de votos, a diferencia de la imagen política que encarnaba hace cuatro años.
Como cuando era canciller, la candidata sigue calculando muy bien lo que dice. Y eso se le nota cuando habla de un proyecto independiente, pero acepta los coqueteos de los políticos tradicionales.
Noemí también endureció su discurso frente a la paz. Incluso, propuso suspender las conversaciones con las Farc y realizar persecuciones en caliente en la zona de distensión. "Este cambio fue producto de la presión de las encuestas y como resultado del agotamiento del país frente a la negociación", añade Orjuela.
Aunque participa en el Frente Común por la Paz y en la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores, ha mantenido a raya su distancia con el Gobierno.
En términos de imagen, la Noemí de hoy aparece con el cabello más corto y algunos dicen que los años se le notan, mientras otros sostienen que se ve más madura e interesante. Lo cierto es que cumple al pie de la letra "una campaña muy elaborada desde el punto de vista de la comunicación", dice Darío Vargas, socio de Dattis Comunicaciones y experto en estrategias de imagen.
Pero en su disciplina por el libreto, otros creen ver en ella una clara ausencia de espontaneidad. A lo que el ex ministro Fabio Villegas, su jefe de debate, responde que en estos años su discurso ha mejorado sustancialmente, "sin ningún libreto memorizado, porque en el fondo ella sigue siendo la misma Noemí que representa la renovación y el cambio".
El ex presidente Ernesto Samper está a casi cuatro años de distancia. La pesada carga de un gobierno cuestionado, que Horacio Serpa soportó a sus espaldas, se ha aliviado un poco. Y en eso ha ayudado mucho el descontento de la mayoría de los colombianos por el desempleo y las débiles políticas sociales de Pastrana.
Serpa, que congrega a un oficialismo liberal más convencido de su victoria, "tiene ahora la posibilidad de recoger el descontento social de la gente que votó en contra de él creyendo que Pastrana era la solución a todos los problemas", señala el politólogo Luis Orjuela.
Desde su derrota en el 98, Serpa está en campaña. Y eso tenía que servir de algo. Se ha curtido como candidato, se dedicó a administrar su feudo de votos cautivos y a arreglar su relación con los Estados Unidos. Renovó su visa y fue recibido en las oficinas del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional y del Departamento de Estado. Hoy es otro a los ojos de Washington e incluso cambió su tono frente al Plan Colombia.
Sin embargo, aún sigue rodeado de los mismos. Su equipo de colaboradores no ha tenido ninguna renovación significativa y sus contradictores le recuerdan con insistencia que detrás de él se mueve una estirpe de caciques electorales, que vive aferrada a la burocracia.
Algunas de sus mutaciones políticas han estado en el tema de la paz. Él fue el motor que impulsó la idea del Frente Común para la Paz, pero luego terminó hablando duro contra el proceso de diálogo, pidiendo rectificaciones de la zona de despeje y promoviendo una marcha al Caguán que fue bloqueada por las Farc. "Su endurecimiento ha sido claro, aunque da bandazos y mantiene ambigüedades en su discurso de paz", dice el analista Daniel García-Peña.
Los expertos en imagen creen ver en él una evolución hacia el prototipo del político que busca consensos. Tal vez por eso ya no acude a esos refranes que hace unos años causaban tanta polémica y encendían el ambiente nacional, como "Ni chicha ni limoná" o "Esto dijo el armadillo...". Sin embargo, sigue manteniendo su vocabulario popular y su vibrato de plaza pública. Además, echándose discursos largos, aunque ya no improvisa tanto.
"Su reducción en la irreverencia del lenguaje puede ser debido a una neutralización al discurso populista, de promesas inviables, para presentarse como una persona más ejecutiva, capaz de materializar su discurso de la socialdemocracia", dice la politóloga Lariza Pizano.
Precisamente, su propósito de darle el carácter de socialdemócrata a su movimiento ha sido un punto clave en su nueva anatomía política. Aunque en noviembre de 1999 logró la membresia del liberalismo en la Internacional Socialista, los analistas consideran que la socialdemocracia se ha quedado en la retórica.
César González, el asesor económico clave de Serpa, dice que la prueba de la que socialdemocracia no es pura retórica se dará cuando sean gobierno, ya que mientras tanto el Partido Liberal, que no está en el poder, no tiene como traducir ese discurso a políticas públicas.
"Lo importante que se impulsó la transformación en el liberalismo, que ha ocurrido un proceso pedagógico y que estamos caminando por las avenidas por la socialdemocracia rumbo al poder", señala.
Por ANDRES MOMPOTES
Redactor de EL TIEMPO
Tomado de EL TIEMPO