20 de febrero del 2002
ALFREDO MOLANO BRAVO
Red Resistencia
El terrorismo -lo ha dicho Chomsky- no es una ideología; no es de derecha ni de izquierda. Es un arma de guerra, un arma feroz. Hay que rechazarlo de plano, sin consideraciones ni justificaciones, y así lo hago y lo firmo. Tan repugnante me parece el brutal bombazo en el Club El Nogal como la masacre del río Naya, o la masacre de San Carlos, o la bomba racimo-cluster que, según el FBI, la Fuerza Aérea soltó contra los campesinos en Santo Domingo.
El terror se ha apoderado de la guerra, es cierto. Pero esa asociación íntima tiene una larga historia: matanza de las Bananeras (1928); matanza de Gachetá (1939); genocidio de gaitanistas, matanza de Ceilán (1949); matanza en la Casa Liberal de Cali (1949); matanza de Líbano, Tolima (1952); matanza de estudiantes en Bogotá (1954); matanza de Galilea (1955); matanza de Santa Bárbara, Antioquia (1965); matanza en el Paro Nacional de septiembre de 1977 en Bogotá; matanza del Palacio de Justicia (1985); matanzas de La Negra, Mejor Esquina, Honduras (1987); matazón de La Rochela (1988), matazón de pasajeros de Avianca (1990); matazón de Mapiripán (1997); matazón de Bojayá, genocidio de la Unión Patriótica, matazón de sindicalistas, dirigentes campesinos e indígenas, periodistas, indigenistas, curas y monjas. La historia muestra que el terror y la guerra son en nuestro caso consustanciales. De ahí que, si somos coherentes, honestos y valientes, hay que rechazar con la misma vehemencia la guerra misma como alternativa para resolver nuestros conflictos sociales y políticos. Es puro fariseísmo tratar de distinguir lo uno de lo otro.
Tan perverso como el terrorismo me parece el uso de los actos de terror para imponer otro terror. A raíz del incendio del Reichstag en 1933, Hitler logró la aprobación de las "medidas de emergencia" que le permitieron volverse el amo de Alemania y después de la guerra. Más cerca: Bush usó el 11 de septiembre para tomar todas las "medidas de excepción" que el pueblo americano jamás hubiera aceptado en otra condición. Y miren dónde va. Ahora, sobre las cenizas de El Nogal, el Gobierno reaccionará con una cascada de medidas represivas que nada le harán al terrorismo -porque muchas tendrán ese signo- pero que recortarán más aún los espacios de expresión y de respuesta frente a las regresivas políticas estatales. Ya se estarán cocinando medidas de emergencia para que toda protesta sea tratada como una evidencia de terrorismo: defender la dosis mínima, no votar el referéndum, no aplaudir la mordaza hoy en las llamadas Zonas de Rehabilitación -mañana en todo el país-; apoyar al juez de Tunja que cumplió con su deber; respetar las sentencias de la Corte Constitucional; escribir que la Seguridad Democrática hace aguas. El Gobierno está utilizando el crimen de El Nogal para meter gato por liebre, y volvernos a todos los que no comulgamos con las ruedas de molino que nos impone, sospechosos, cuando no cómplices del asesinato.
Debo sí reconocer que considero un paso significativo que el Estado indemnice a las víctimas de El Nogal. Apenas justo. Se sentaría así jurisprudencia para compensar a todas las víctimas del terrorismo, sin distinción: a los afectados por los 2.500 homicidios y las 15 masacres anuales cometidas por los paramilitares según El Tiempo; a los afectados por la destrucción de pueblos por las guerrillas; a los afectados por las fumigaciones.
Estanislao Zuleta escribió hace unos años, con la lucidez profética que lo caracterizaba: "El poder pretende que su palabra produzca el famoso consenso social con el cual si bien no todos los problemas quedarían resueltos, al menos -y esto es lo más importante- serían interpretados de la misma manera y si algún aguafiestas viene a dañar esta alegre comunión del sentido y dice tercamente como Galileo eppur si muove debe saber que queda condenado a mentir sobre su propio pensamiento, al silencio y a la soledad"."
Tomado de Red Resistencia