¡Mentira la inferioridad de nuestros pueblos; mentira la inferioridad de nuestros países; mentira la debilidad de nuestras razas mestizas!
Hombres y mujeres de Venezuela:
Yo, que pertenezco a un gran país cuyo pueblo es superior a sus dirigentes, al ver la muchedumbre de rostros morenos que están reunidos en esta plaza, he experimentado hoy una emoción que hace contraste con la sensación de angustia que siendo estudiante experimentara ayer, ante el dolor y la tragedia que se agolpaban sobre el alma grande de los herederos de Bolívar.
Hasta ayer yo sabía que las dolientes masas venezolanas, vuestros abuelos, vuestros padres y vuestros hermanos, rumiaban su dolor en las mazmorras que eran deshonra de América y que existía en esta tierra admirable una pequeña minoría oligárquica que disponía abusivamente de los destinos de esta patria del Libertador, a espaldas del pueblo, contra el pueblo y sin el querer del pueblo.
Pero yo, capitán de multitudes de Colombia, vengo a contemplaros vibrantes y plenos, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, irrumpiendo en esta plaza; y a decir desde esta tribuna a todas las gentes de Venezuela que de ¡hora en adelante sólo habrá una voz que mande sobre esta tierra sagrada: ¡la voz del pueblo, por el pueblo y para el pueblo!
Estáis en la primera etapa de vuestro recorrido inexorable. Habéis comenzado a conquistar vuestra libertad política, la cual apenas será formal si en posteriores épocas no llegáis a la conquista de la libertad económica y social. Pero esta primera etapa la tenéis que defender, modelar y terminar con bravura, con tenacidad, con coraje, y sin vacilaciones ni desmayos. Afortunadamente tenéis a la cabeza capitanes y gonfaloneros que jamás, estoy seguro, traicionarán vuestro interés ni vuestros anhelos.
Hacéis bien en defender corajudamente esa obra; en conquistar previamente esa libertad política formal que nosotros, los colombianos ya conquistamos, y que os preparéis para una nueva etapa de las realizaciones por venir. Ya nadie -de ello estoy cierto y esa la razón de mi emoción profunda- podrá poner al margen de su destino al pueblo de Venezuela. Ahora va a ser él, como los demás pueblos de nuestra América, de nuestra América morena, quien va a darse libremente su propio gobierno.
Nosotros hemos aprendido a reírnos de esas generaciones decadentes que ven a las muchedumbres de nuestro trópico como a seres de raza inferior. Inferiores son ellos que carecen de personalidad propia y se dejan llevar por algunas mentes esclavas de la cultura europea. ¡Mentira la inferioridad de nuestros pueblos; mentira la inferioridad de nuestros países; mentira la debilidad de nuestras razas mestizas!
Yo le pidiera a las más antiguas y grandes razas de la tierra que vinieran a esta América; que se adentraran como nuestros mulatos en las selvas del trópico; que trabajaran como lo hacen los hombres nuestros 12 y más horas, casi sin salario y siempre desnutridos; que sufrieran los dolores de nuestro pueblo; sintieran a la selva envolviéndolos; supieran lo que son los niños sin escuela y sin cultura; lo que es la muchedumbre sin defensa en el campo, sin poder satisfacer el apetito de la belleza y del amor que se les niegan y saborean tan sólo el dolor y la angustia permanentes. Que vengan los europeos a presenciar el drama de esta masa enorme de América devorada por el paludismo, con gobiernos que le han vuelto la espalda a su gente para enriquecerse en provecho propio; que vengan a contemplar las inclemencias perpetuas que vivimos los habitantes del trópico, y entonces tendrán que comprender cuán brava es la gente nuestra, qué brava gente sois vosotros, y reconocer la falsedad de su concepto sobre la inferioridad de las masas americanas. Porque aquí y en el Perú y en todas nuestras naciones sucede lo que yo afirmo que pasa en Colombia: "El pueblo es superior a sus dirigentes".
Estos pueblos hermanos conservan sus peculiares notas, sus realidades diversas, pero cada día se acercan más los unos a los otros. Y esas distintas realidades pueden condensarse en una sola afirmación que hace temblar el criterio feudal de las castas minoritarias que todavía en América imperan; pueden sintetizarse en el deseo que todos anhelamos y que todos impondremos: i queremos que los amos sean menos amos para que los siervos sean menos siervos; queremos que los poderosos sean menos poderosos para que los humildes sean menos humildes y queremos que los ricos sientan que deben ser menos ricos! ¡para que los pobres reciban mejor remuneración por su trabajo!
Pueblo: Ni un paso atrás en esta maravillosa obra que estáis realizando con un gobierno comprensivo y sin una vacilación, porque el ritmo de vuestros corazones es el mismo ritmo del corazón de todos los hombres de América.
El hombre vale por su tenacidad. El hombre vale por la rotundidad que ponga en el amor a sus ideas. Nada puede detener al pueblo ni hacerlo vacilar y si un solo varón quedara en Venezuela de todos los que aspiran a ser libres; que ese hombre solo se sienta obligado a la batalla, porque yo diría que ¡vale más una bandera solitaria sobre una cumbre limpia que cien banderas tendidas sobre el lodo!
Jorge Eliécer Gaitán
18 de octubre de 1946 en Caracas