Siguiendo la costumbre de hacer una política de asiento netamente popular, me ha parecido conveniente ensayar unos comentarios de la actual situación, a propósito de las incidencias que no digo que el país conozca, sobre la última reunión de parlamentarios, incidencias que desde luego no me sorprenden ni parece que estén llamadas a provocar desaliento, desánimo en el ánima de las huestes liberales que combaten por la reconquista de la posición perdida.
Desde luego si nuestra concepción de la política fuera la de su simple aspecto inmediato, transeúnte y mecánico; si nuestra concepción de la política se encerrara en el estrecho cerco de las habilidades tendenciosas, malabaristas y exiguas, que suele en veces ser el contenido de propósitos de almas a las cuales les falta el impulso de hondas y grandes palpitaciones; si la política para nosotros fuera tan solo la manera de encuadrar las fuerzas, con la perspectiva de logros inmediatos, para los intereses económicos o los intereses personales o simplemente electorales de pequeñas camarillas, podría haber razón para desconciertos y desánimos. Pero como esa no es, ni puede ser, la perspectiva ni la visión, como otra muy distinta es y tiene que ser, entonces no cabe el quebrantamiento de la voluntad, ni el recortamiento de los ideales predicados, ni la cesación de la batalla, en la cual no hemos tenido desfallecimiento y estamos seguros de que no vamos a tenerlo en lo futuro.
Nosotros sabemos y no ignoramos, que la más noble de las expresiones de los hombres que viven en relación social es la política. Y estamos bien lejos de la ingenua manera de sentir de quienes viven elevando plegarias, desde la iniciación de la historia, para que cese entre los hombres el contraste de las diversas pasiones, de las disímiles ideas, de los diversos prospectos de concebir la vida en sociedad.
No desconozco que en veces hay un aliento de espíritu generoso entre quienes quisieran que los partidos políticos no se enfrentaran. Que hubiera lo que a veces otros capciosamente llaman «la unidad de frente», que no tiene otro significado para ellos que el silencio de las conciencias angustiadas, para mejor repartirse la cosa pública en provecho de sus recortadas ambiciones, de intereses económicos y sociales.
Pero la existencia de las fuerzas contrapuestas de los partidos obedece a un proceso de razón y de lógica social tan profundo, como la existencia de las fuerzas negativas y positivas en la electricidad que permiten la expresión del más hondo elemento propulsor de la transformación técnica de la especie.
La existencia del contraste ideológico de los partidos tiene origen tan cimentado y explicación tan honda para la existencia equilibrada de los pueblos, como es honda y valedera la razón de las fuerzas encontradas del amor y del odio en el gran drama de la psicología afectiva de los hombres. La razón de los partidos y de las ideas encontradas de los partidos, cuando ya se mueven por verdaderas causas y conductos ideológicos, tiene tanta razón en la integración del proceso social, como la tienen las fuerzas encontradas de potencialidad en la vida del cosmos, en la ley de la gravitación universal, que solo por razón del encuentro de fuerzas contrapuestas logran la unidad y el equilibrio del mismo cosmos en que vivimos, sin las cuales fuerzas encontradas su existencia no la podríamos concebir.
La razón del contraste de las ideas en los partidos es un fenómeno psicológico tan necesario a la existencia misma de la sociedad y al progreso y a la mejora de su vida, como lo es la diversidad de contraste en las fuerzas funcionales, que hacen que cuando ellas no se contrapongan con diversos elementos, para formar la unidad del equilibrio, tomemos el aspecto de los organismos que entran en el plano de la patología.
Los partidos no son invenciones de momento. El contraste de las ideas no son valores transeúntes y momentáneos que puedan ponerse al margen, ni es posible, cuando los partidos tienen en realidad impedimento valedero en el plano de las ideas, que una de las fuerzas le arrebate las banderas al otro, porque lo que quiere decir entonces, es que uno de los dos campos ideológicos claudicó en sus principios, entregó sus banderas y no tiene razón de existir en un pueblo civilizado.
Entonces, este contraste de los partidos tiene mayor razón -actuante cuando se trata de una democracia. En vano los estados totalitarios, en vano las fuerzas opresoras de toda la historia, han tratado de anular el contraste beligerante de los diversos partidos, que son la interpretación de las diversas concepciones de la vida social, en cada momento histórico y en cada espacio del mundo.
Es necesario mirar el verdadero contenido de contraste que deben tener los partidos.
La democracia reside esencialmente -y de ahí el valor de su permanencia y la indomeñable calidad de su pujanza, malogrando las transitorias debilidades que sus pequeños hombres dirigentes les pueden infligir, se debe precisamente a esa razón de contraste- a que existen unos partidos con sus ideas que gobiernan y existen unos partidos con sus ideas que están en la oposición, a que existe un partido dirigente y existe un partido opositor, que vive y debe vivir para la oposición y que con su fuerza pujante de oposición, con el idealismo de sus mejores concepciones, con su querer avanzado de la vida, pone freno y dique a la natural pereza que se apodera siempre de los hombres que gobiernan. Y entre el equilibrio del gobierno, que tiene que ser más ponderado, desde luego, que desde la oposición y entre sus razones de mando y la controversia con el partido que se opone y que censura y que lucha y que crítica y que hace de expresión fiscal de la sociedad, se forma el progreso de las patrias, que no pueden vivir en la inactividad de unos mentirosos frentes sociales de las oligarquías, sino entre las ansias y las necesidades de los pueblos que se oponen, y de los gobiernos que se ven empujados por el fuego revolucionario de los que no están en el poder.
Tan esencial y necesaria es a la vida de progreso de un pueblo la mesurada concepción del estadista que gobierna como el fuego, el impulso, la vitalidad vehemente del partido que se opone para impedir la petrificación, que es fuerza instintiva en los que tienen en sus manos las direcciones y los comandos.
Desde luego, esto no les es muy agradable, aun cuando es eminentemente vital, a esas generaciones nutridas en la desnutrición pasional e ideológica del republicanismo. Para ellos la política es el «algodón entre los dos vidrios». Para ellos la política se expresa en el sentido de que hay una «chusma sin clase», una «plebe irresponsable e incapaz», unos «demagogos inconscientes», unos «ambiciosos personales», que deben ser puestos al margen de la vida pública para que no «intranquilicen a los estadistas», a los que tienen la concepción de que la política y los cambios de gobierno son ferrocarriles que pueden tener estaciones, pero que deben ser siempre máquinas que van hacia adelante y a sus objetivos propios, a quienes interpretan eso que he llamado el país político, con sus diversas estructuras, a la cabeza de las cuales se encuentran, no ya las cuarenta familias de Francia que tienen en su poder y bajo control todo el dominio en todos los aspectos, ni las 10 familias de que se habla en los Estados Unidos, sino esas 15 ó 20 familias que estratégicamente dividen sus apelativos políticos en Colombia y que unas veces se llaman liberales y otras se reparten el apelativo de conservadoras, para que se realice ese panorama que nosotros combatimos, de que la diferencia entre los partidos se reduce a que en unas ocasiones hay una pequeña oligarquía que se llama liberal que da los negocios, los honores y los contratos, y hay otras veces otra pequeña oligarquía conservadora cuya diferencia es la de dar los contratos conservadores para que los reciban los oligarcas liberales.
Y el gran panorama, de esa tan recortada política, se expresa todavía más cuando se piensa que el cambio se reduce a poca cosa: a que unos dan y otros reciben, para que cuando se sucedan cambios políticos, otros reciban cuando son los terceros los que dan. Pero es que queda -y no lo vengo a sostener ahora después de la victoria del candidato conservador sino que lo prediqué durante el tiempo de la victoria y del mando de los liberales- es que del otro lado hay una inmensa masa para la cual no deben experimentarse tampoco, jamás, cambios profundos.
No sabemos entender la política -y por eso hablamos aquí en el ejemplo de la lucha presidencial, de que queríamos una revolución en las costumbres políticas y no hemos cedido nuestras banderas ni podemos cederlas, porque tienen asiento profundo y sólido-, no hemos sabido entender que pueda haber una política distinta de la de darle un cambio rotundo al comportamiento que las oligarquías, las pequeñas castas que arbitrariamente se declaran superiores tienen y han tenido para con los hombres que integran la clase media y la clase trabajadora, los hacendados y comerciantes, los profesionales y los trabajadores sin influencias políticas, para los cuales la vida es áspera y dura, para los cuales el trabajo no tiene la igual compensación y las ventajas, mientras sólo les toca ver que a la pequeña minoría oligárquica, no por el trabajo sino por las influencias, no por la lucha sino por la especulación, o por la ardentía en las virtudes, sino al contrario, por la pequeñez sinuosa en los procedimientos, les corresponden ganancias fabulosas y acumuladas mientras a la gran masa solo le corresponde sufrir la carestía de la vida y de la especulación, para que haya una minoría de la oligarquía conjunta, llamada liberal y conservadora, que hace su agosto sobre la miseria y la desgracia de un gran pueblo abandonado.
Estamos, pues, en presencia de dos concepciones políticas dentro de nuestro partido: la que no quiere que se cambie nada, la que no desea que estos «gritos demagógicos» perturben la pesada digestión de los «tranquilos estadistas». Esas, señores, no son ideas al azar ni al vuelo ni fruto de las circunstancias. Es la vieja pugna, la honda pugna que la humanidad ha sufrido a través del calendario de su historia. Es la eterna pugna entre la pequeña minoría privilegiada y la gran zona democrática. La honda aspiración multitudinaria de todos los tiempos, que aspira siempre a un cambio que traiga mejores días, menos desconsoladoras horas, más fructíferas perspectivas de porvenir para aquellos que no las han conocido. Porque los partidos no son improvisación acomodaticia de este pueblo o del otro. Las divisiones políticas no han nacido en Colombia. El hondo abismo entre las fuerzas en contraste tiene una progenie histórica que va más allá de la moderna civilización para encontrar sus raíces en el viejo oriente, en el comienzo de los tiempos, cuando hubo un fuerte que quiso abusar del débil y un débil que no quiso el abuso del fuerte.
Es verdad que la expresión de ese contraste puede cambiar y que esa expresión no la dan caprichosamente los hombres sino el proceso histórico mismo, que no está en las manos individuales transformar o modificar.
Un día la opresión de los hombres se hizo a través de la teocracia y el fuego de las piras ardió para aquellos que no comulgaban con la adoración de los dioses, que eran pertenencia de las pequeñas minorías opresoras. Y otro día la expresión de esas pequeñas minorías opresoras se hizo a través del feudalismo para que los pequeños señores dominaran sobre los siervos. Y la voluntad de las grandes masas en contraste, era la de los siervos para romper esa modalidad histórica que era la expresión del mismo fenómeno entre la pequeña minoría que oprime y la gran mayoría que se rebela. Y en otra época de la historia, la expresión de ese contraste profundo no se hizo ya a través de la concepción clerical, sino que se hizo a través de las normas dogmáticas, a través de la metafísica, cuando los valores humanos fueron puestos al margen y para reemplazar el grito de los hombres en su materia y en su carne se discutían fórmulas, como si ellas solas, descarnadas de la vida, pudiesen redimir a la humanidad. Entonces, cuando se habló simplemente, en forma simplemente legalista, de la igualdad de las gentes ante la ley, como si la ley fuera una fórmula taumatúrgica que pudiera pasar por encima de los valores económicos, de las causas étnicas, de los hechos funcionales, de las causas de la alimentación y de la cultura, que hacen la desigualdad de los hombres, aun cuando las leyes formularan la igualdad que resultaba solo un mito metafísico; y entonces los pueblos de la Revolución Francesa se rebelaron contra la pequeña minoría opresora que no era ya la feudal ni las otras, sino la absolutista, que imperaba a su capricho y a su manera, para reemplazarla con el ansia insubordinada de las muchedumbres que inocentemente pensaban que en la fórmula podían conseguir su redención.
Es verdad que esa era otra manera y otra expresión, pero la expresión del mismo proceso histórico profundo de contraste. Pero las gentes entendieron que con la fórmula, que era el hombre mismo, con sus quereres y con sus odios, con sus amores y con sus pasiones y sus tranquilidades, con su vibrar a ritmo de sus venas, el concebir de sus madres y el clamor para vivir, el ir a la escuela para educarse, el tener herramientas intelectuales para combatir; y entonces, por razón del nacimiento de la técnica se comprendió que el contraste que iba a empezar en otros sitios y sobre otros planos, no era el conflicto ya expresado teocráticamente, ni expresado clericalmente, ni expresado metafísicamente como en la Revolución Francesa. Era el contraste de lo económico y de lo social; era el hombre que sabía que había una pequeña casta que convertía su influencia política en ventajas económicas y sus ventajas económicas en influencias políticas. […]
Ahora no tenemos sino que no traicionar nuestras ideas y decir esto: el partido liberal no va a entregarse, el partido liberal no va a hacer de manumiso, el partido liberal no va a pedir el plato de lentejas a nombre de la mentirosa unidad y cordialidad que no es sino sofisma de los que no tienen el amor y el sentimiento de la idea liberal para entregarse al partido conservador.
Esto, desde luego, no se acomoda, no puede acomodarse. Nos sentimos honrados de que no pueda acomodarse a la modalidad de los oligarcas y de los llamados «estadistas». Yo sé que para ellos no ha habido ni hay problema de ninguna naturaleza. Los oligarcas conservadores colaboraron con todas las corrupciones de los oligarcas liberales que nosotros criticamos, se enriquecieron con el mismo dinero, hicieron los mismos contratos, no tienen autoridad moral porque se hallan hermanados por el hecho de la especulación de las mismas acciones. Asistieron a las mismas juntas directivas, estuvieron de acuerdo con las mismas iniquidades y ahora la casta cesante de los otros oligarcas quiere tomar también su asiento para hacer dentro del partido conservador lo que los oligarcas hicieron en su puesto y... con nuestro partido y en nuestro gobierno.
Pero al pueblo qué le interesa eso. Al pueblo liberal y al pueblo conservador. Porque no ahora tampoco, sino desde hace tiempo lo dije: No encuentro la diferencia que haya entre el paludismo de los campesinos liberales y el paludismo de los conservadores. No encuentro la diferencia que exista entre el analfabeta liberal y el analfabeta conservador. No encuentro la diferencia entre esas inmensas masas colombianas que se ven un día sometidas al cacique que se llama mentirosamente liberal y las oprime y les pone la botella de aguardiente cuando no dan el voto por él para seguirles el proceso y meterlos en la cárcel el día siguiente de su rebelión. Y por eso nosotros decimos que no nos aterra ninguna labor social que tienda a redimir nuestro pueblo. Hay liberales en las zonas oligarcas y plutocráticas que fingen aterrarse de los programas dizque avanzados y revolucionarios que vaya a realizar el partido conservador. Ojalá los hicieran, que tendrían nuestra colaboración, porque lo nuestro no es para cotizar nuestra situación política. No estamos tras delegaciones ni ministerios, so pretexto de hacer la unión liberal.
Estamos tras un pueblo, a la defensa de un pueblo oprimido y puesto al margen, de inmensas multitudes abandonadas y escarnecidas y burladas en todos sus intereses, a las cuales se les halaga pero no se les cumple. .
Estamos a la defensa de esas inmensas masas que constituyen el partido liberal y de esas masas todavía obscurecidas del partido conservador que no han visto la verdad.
Estamos a la defensa de ellas y sabemos que su necesidad es la que nosotros sentimos, su clamor es el que nosotros exclamamos, su dolor es el que nosotros sentimos ayer y sentimos hoy, su verdad es la que nosotros proclamamos y contra la pequeña concupiscencia de los abrazos de la plutocracia queremos oponer el abrazo de la gente olvidada de Colombia.
Por eso no nos extrañan las incidencias. Parece que en cierta prensa conservadora se insinúa ahora la idea de que todo el que no acuda presuroso a comer el plato de lentejas, pertenece al país político. Y nosotros que no hemos arriado nuestras banderas de la restauración moral y democrática, porque su obra no se ha cumplido, decimos claramente esto: hay gente que se apresura a hacer la unión nacional, ¿a base de qué? Ya lo han dicho: cinco ministerios conservadores y cinco liberales ¿a base de qué? A base de que haya tantas gobernaciones liberales como conservadoras. ¿Pero eso qué significa?: la repetición del mismo país político, el reparto burocrático de la misma famélica ambición. ¿Qué quiere decir eso para el pueblo liberal o conservador? ¿Qué quiere decir eso para la clase media y los labriegos y los hacendados y los comerciantes que no tienen influencia política? ¿Qué quiere decir eso para los obreros? ¿Qué quiere decir eso para los intelectuales? Nada, absolutamente nada. El mismo régimen burocrático, la misma cosa repulsiva, la misma mecánica política, el mismo país político que después de las grandes faenas electorales del pueblo, cumplidas el 5 de mayo, tiene que encontrar que los de arriba hagan lo que ellos llaman la unión nacional, los cinco ministerios liberales y los cinco conservadores.
Pues nosotros les decimos esto: les regalamos su plato de lentejas de los cinco ministerios, porque lo nuestro no va tras la unión burocrática, no nos seduce ese concepto de los cinco oligarcas de uno y de otro lado que puedan sacarle la partida y el residuo a la gran lucha de la multitud colombiana el 5 de mayo. Queremos otra cosa, queremos no el plato de lentejas, que lo dejamos gustosos. No nos engañen con eso de la «colaboración patriótica» Colaboración patriótica en eso, quiere decir cinco nóminas equilibradas con otras nóminas para las influencias en los negocios y las juntas directivas de la gran plutocracia. Lo que queremos saber no es cuántos ministros nos van a dar sino qué van a hacer los ministros cualesquiera que ellos sean.
Y en ese caso, señores, tenemos una concepción limpia, no de plato de lentejas. Hacen bien en decirles a los apresurados entreguistas que las lentejas se las coman o si no, las dejen. Se merecen que así les hablen, porque no queremos, no concebimos que mientras haya ese entendimiento por lo alto en los municipios, no haya sino palo para los héroes liberales que luchan las batallas de todos los días.
Es que no basta que los presidentes, como lo ha hecho el candidato electo conservador, digan, y yo creo que lo sienten, que quieren hacer justicia. Es que en un país que tiene sus bases democráticas tan profundamente carcomidas por los viejos principios feudales, es muy difícil que la simple expresión verbal de esos deberes pueda causar los hechos que son los únicos que el pueblo quiere y el pueblo conoce.
¿Qué es lo que se ha contestado a esas nobles y elevadas palabras en los municipios de Boyacá y de Santander? Sí, yo tengo en mi poder las pruebas de que las casas de los liberales han sido incendiadas por los caciques y los perseguidores conservadores de los municipios. Sí, ya se ha empezado la hostilidad contra los hombres que no militan en el régimen conservador.
Nosotros no podríamos perdonar y no estamos dispuestos a tolerar, los hombres de lucha, que mientras haya cinco ministros conservadores, dándose abrazos mentirosos en los consejos de ministros, los caciques conservadores estén oprimiendo a los héroes y luchadores de los municipios del partido liberal. Pasión que alienta, temperamento que no cede, carácter que se modela, ejemplo para las juventudes, odio a la mentira, incapacidad para el fraude, pureza en la vida administrativa, aliento en el destino personal, guía para las almas débiles, estímulo para los que no quieren luchar, abominación para los que no saben defender sus ideales, asco por los que claudican invocando profanamente el nombre de la unidad nacional.
Por eso me encontráis ahora, después de una batalla electoral perdida en el hecho material y numérico, todavía batallando y empezando apenas la nueva batalla. Por eso encontráis que ese grupo manzanillo y oligárquico, al día siguiente de la batalla electoral, entrega las armas y se desalienta y se desconcierta y se desanima. ¿Por qué? Porque para ellos la política es simplemente la mecánica de la política, para ellos la política es simplemente la habilidad, que ellos llaman política, para saber qué frente de ministerios y de puestos públicos hacen. Para nosotros la política tiene un acento más profundo, que nos hace volver los ojos, que nos hace volver el espíritu a Peralonso y a Palonegro, no para nutrimos en esas ideologías, porque tenemos las izquierdas del mundo moderno, sino para encontrar el venero profundo de su espíritu y de su carácter y de su voluntad, sin el cual las ideas no valen nada, ni significan nada. […]
Pues estoy dispuesto a cederles el puesto, pero no a cederles el puesto a las camarillas para que vengan a imponerse sobre la voluntad y la conciencia del partido liberal, sin que el partido y las masas del liberalismo los respalden; que vengan como yo a estos sitios, que se vayan por las plazas y calles como yo desde mañana me iré por el Departamento de Boyacá y de todos los departamentos, que abandonen un poco su profesión, como yo la he abandonado, que se dediquen, como nosotros nos hemos dedicado, a hacer el carné liberal para formar el frente liberal, que se dediquen a hacer un periódico que defienda las ideas que no sea una entidad plutocrática que tenga que poner primero sus intereses comerciales por encima de los intereses del partido. Que salgan a la batalla, como yo estoy ahora en la batalla y siempre, que no se esperen a la víspera de las elecciones para que los periódicos plutocráticos y mentirosos la víspera de las elecciones saquen la lista de los señoritos para decir que esa es la lista de lujo aprobada por la plana mayor del partido liberal; que vayan al pueblo, que se pongan en contacto con el pueblo liberal, que lo alienten, que luchen, y entonces yo declaro esto: que ellos deben, si son superiores, tener el puesto que yo tengo porque no estaría bien que yo, inferior luchador, metido a las especulaciones, ganándome tranquilamente mi vida, alejado de la masa a la que conduje en las pasadas elecciones, cerrando las oficinas de las direcciones liberales, sin carné, sin lucha, viniera mañana a decir que yo debo ser el jefe, porque eso sería inmoral, bajo e inaceptable. Y yo no les diría a esos pequeños envidiosos y calculadores, no les diría que son dictatoriales. Les diría, al contrario, esto: habéis cambiado vuestra raquítica capacidad de lucha, habéis reemplazado vuestra recortada visión de la política por una fe; ahora sois hombres y no dictadores, porque la democracia no es plato de lentejas solamente para la hora del convite, sino calvario de dolores para ganar una conquista por la justicia. Son miles de ventajas que son bien remuneradas... Demagogo no es estadista, y yo les concedo que tienen la razón.
Para terminar, señores, ya iba a hacer un llamamiento a la masa y a la lucha viva; tenemos que sacar un periódico. Debéis tener confianza, gentes de Colombia, porque nos hemos portado como bravos. En 28 días tenemos la máquina y sobrantes para otras... Tenemos dificultades y las venceremos. Estamos haciendo una organización no por capricho sino porque el partido liberal no puede ser dejado a la deriva. No por pretensión personal porque no necesitamos nada desde el punto de vista burocrático. Estamos dedicados a hacer el censo que es base fundamental. Tenemos el carné. Les pedimos a las organizaciones gaitanistas que exijan a los hombres honrados de las otras corrientes que sigan trabajando y dignificándose, porque la unidad debe hacerse no por arriba sino por abajo. Les pedimos que trabajen como ayer. Y no nos digan que es arbitrario que sigamos con nuestra organización, porque esa organización se destruyera para que volviera al viejo sistema del canapé republicano donde se hacen las cosas a la espalda del pueblo.
Estamos pregonando una convención que tiene que ser de la multitud, la organizaremos y demostraremos, contra lo que ellos hablan, que las zambras no se suceden en la multitud y en las grandes convenciones democráticas. Que esas convenciones sabrán dar ejemplo, como ya lo dieron en una justa los electores del pueblo el domingo 5 de mayo en todas las capitales de la república y en todos los pueblos donde eran mayoría. Justificaremos que no hay razón para la desconfianza. Y le pido a la gente, además, que no se muestre inferior. Ser bravo a la hora de la victoria, ser enérgico cuando las cosas se tienen no vale la pena. Es ahora cuando hay que serlo. Recordemos la frase de aquel ministro de Francia a su reino: «Si la cosa es difícil ya está hecha, si es imposible se hará».
¡Pueblo! Por la restauración moral, ¡a la carga!
¡Pueblo! Contra la oligarquía, ¡a la carga!
Jorge Eliécer Gaitán
Mayo de 1946