17 de marzo

20 de marzo de 2003

Compras de pánico, durante las horas previas al bombardeo a Bagdad

Civiles iraquíes se aferran a la esperanza de sobrevivir a los ataques de EU y GB

ROBERT FISK
La Jornada

Las farmacias, atestadas; demanda de vendas, analgésicos, algodón, desinfectante y alcohol

Bagdad, 19 de marzo. En la calle Yasser Arafat, en la farmacia Sana Nimr al Ibrahim, Riad ofreció darme dos rollos de vendas gratis. Le dije que prefería pagar porque pensaba que la Real Fuerza Aérea iba a bombardearlo dentro de unas horas. "Supongo que sí", contestó, y me dirigió una sonrisa que no merecía.

Como británico, comprar raciones de emergencia en las tiendas de Bagdad esta tarde ha sido una experiencia aleccionadora. La farmacia de Riad estaba atestada; sus clientes no sólo compraban vendas sino analgésicos, pinzas, tijeras, algodón, desinfectante y alcohol para frotar. Fue lo mismo la noche del martes, de 5 a 10.

Sin embargo, en ninguna parte de la avenida Yasser Arafat escuché una sola maldición o mala palabra contra el británico. Siempre me dijeron que era yo "bienvenido en Irak" -los pocos periodistas que estamos aquí debemos desear con fervor que las cosas sigan así cuando empiece el ataque- y que era agradable ver a un sahafa, un periodista, correr los mismos riesgos que la gente de la calle.

No era momento, claro, de recordarles que yo tenía un chaleco antibalas y ellos no, que yo tenía una máscara antigás y ellos no, y que incluso tenía un casco que le quedaría a cualquiera de ellos pero que probablemente sólo estaría en mi cabeza.

Los tenderos calcularon un incremento de precios de 100 por ciento. En la tienda de abarrotes Alabastak compré 25 panecillos loo, una montaña de bisquetes y un montón de velas rojas y verdes.

Abbas me dijo que yo era su cliente número 200 de la inexorablemente lenta tarde. En días normales menos de cien personas visitan la tienda en todo el día.

En la tienda Tabarak -en español, "Dios te Bendiga"- puse sobre el mostrador 24 bolsas de frituras, cajas de queso de larga conservación y 30 latas del Seven Up más insípido del mundo.

Después de haber estado en una o dos ciudades sitiadas -el sitio israelí de Beirut, en 1982, fue mi primero- uno adquiere una intuición innata de lo que debe buscar.

Compré dos adaptadores eléctricos en la tiendita de Sami para las baterías de mi computadora, aunque no serán de mucha utilidad si los estadunidenses bombardean la red eléctrica iraquí.

La carne y cualquier tipo de verduras son un desperdicio de dinero, a menos que la carne sea enlatada. Y eso era lo que los bagdadíes compraban hoy.

Preparativos para lo que vendrá

El doctor Mohammed, del hospital Karameh, compró hojas de afeitar para poder rasurarse con agua fría... si es que hay electricidad para impulsar las bombas.

El alimento más popular en una tienda era el tamaniya, popular dulce iraquí de dátil, tan duradero que se dice que se conserva comestible toda una década y tan pegajoso que puede acabar con las muelas más débiles. No se derrite con el calor.

La mayoría de las tiendas de la calle Yasser Arafat ya han sido cerradas por sus dueños por temor a los ladrones, y las calles están tapizadas con una mezcla deprimente de compradores de última hora y soldados.

Un miembro uniformado y barbado de la Guardia Republicana cruzó el camino trayendo abrazado a su hijo pequeño, en su última visita al hogar antes de la guerra.

Con todo, aun esta noche es difícil captar la realidad de lo que nos aguarda. Dos vetustos cañones antiaéreos de fabricación soviética se ven en lo alto de las puertas ornamentales de un palacio, alumbrados por las luminarias de abajo.

Hay nuevos montones de costales de arena en las esquinas, y los soldados que se parapetan tras ellos charlan con los compradores retrasados.

¿Es esto lo que la guerra constante hace a estas personas? ¿Las convierte en hombres y mujeres que saben que sobrevivirán por la sencilla razón de que sobrevivieron la vez anterior?

En Nueces Baalbek compré un kilo de pistaches a los propietarios -ambos, naturalmente, de ascendencia libanesa-, quienes a mi pregunta sobre lo que piensan de la guerra contestaron con la típicamente libanesa frase de "no hay problema". Es mentira, y todos lo sabemos.

Al final, el doctor Mohammed me invitó a su hospital porque los dos suponemos que habrá víctimas civiles.

En la televisión iraquí están repitiendo el teatro de la mañana en la Asamblea Nacional, donde los miembros del Parlamento corearon obedientes su imperecedera lealtad a Saddam Hussein e hicieron la rutinaria ofrenda de su cuerpo y su alma a dicho caballero.

Antes, el ministro iraquí de Información había dicho a los periodistas extranjeros que esta guerra "no sería un día de campo" -cosa que nadie podía negar-, y añadió que los estadunidenses y británicos perecerían en cualquier guerra contra Irak.

Esto puede ser cierto, pero hay que decir que esta noche los iraquíes están mucho más interesados en saber cuántos de ellos morirán a manos de los soldados estadunidenses y británicos.

© The Independent
Traducción: Jorge Anaya

Tomado de La Jornada

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