17 de marzo

25 de febrero del 2003

Antes de la guerra

Ignacio Ramonet
Radio Chango

Todo indica ahora que estallará la guerra de Estados Unidos y algunos de sus vasallos contra Irak. Por tierra, mar y aire la formidable maquinaria militar está en pleno y la logística preparada. También las cámaras de televisión del mundo están dispuestas. La orden de abrir el fuego no se debería demorar.

Sin embargo, nada hasta hoy autoriza el ataque a los ojos de la legalidad internacional. Los inspectores enviados por la ONU para descubrir eventuales armas de destrucción masiva siguen con las manos vacías. Su informe entregado a la ONU el 27 de enero es por así decirlo vacuo. Por otra parte, no se ha podido establecer ningún vínculo entre Bagdad y las redes terroristas islámicas, especialmente Al-Qaeda, autora de los atroces atentados del 11 de septiembre de 2001, y convertida desde entonces en el enemigo público número uno de Washington. Por consiguiente, la opinión pública mundial sigue reclamando las pruebas indiscutibles que justificarían la inminente agresión.

El régimen iraquí es por cierto odioso, y Saddam Hussein es un autócrata particularmente detestable, que no vaciló en masacrar en varias oportunidades a su propia población, habiendo llegado a utilizar contra ella gases de combate prohibidos por los tratados internacionales. ¿ Justifica eso una "guerra preventiva"? Desgraciadamente, no es el único dirigente de índole tan siniestra. Cuando servía a sus intereses, Washington nunca tuvo el menor escrúpulo en apoyar a Saddam Hussein en la década de 1980, así como a otros dictadores igualmente abominables: Marcos en Filipinas, Suharto en Indonesia, el Sha en Irán, Somoza en Nicaragua, Batista en Cuba, Trujillo en Santo Domingo, Pinochet en Chile, Mobutu en Congo-Zaire, etc.

Algunos de los tiranos más sanguinarios y repugnantes siguen siendo apoyados por Estados Unidos, como el delirante Teodoro Obiang de Guinea ecuatorial, a quien Bush recibió con todos los honores en la Casa Blanca en septiembre de 2002.

Ante tanta arbitrariedad por parte de Washington, incluso viejos aliados de Estados Unidos se resisten a apoyarlo en su cruzada contra Iraq. Dos de ellos, Francia y Alemania, en un movimiento casi de insubordinación, afirmaron a fines de enero que no se habían reunido pruebas que justificaran una intervención militar. Exigen que los inspectores de la ONU prolonguen su tarea hasta despejar toda duda sobre la posibilidad de que Bagdad tenga armas de destrucción masiva. Y en todo caso exigen que una segunda resolución de la ONU autorice explícitamente el empleo de la fuerza contra Bagdad. Francia no descarta el recurso a su derecho de veto, llegado el caso. Esta posición franco-alemana parece haber alentado a Rusia y China, miembros permanentes del Consejo de Seguridad, a adoptar posiciones menos tímidas y a exigir también una segunda resolución de la ONU.

Todo eso irritó sobremanera a Washington, cuyo enojo especialmente con Berlín, a quien acusa de deslealtad, lo mismo que a París, no cede. Pero no parece haber modificado su decisión de invadir Iraq. El secretario de Estado estadounidense Colin Powell, al llegar el 25 de enero al Foro económico mundial de Davos, confirmó que Estados Unidos podía contar con una docena de países "amigos", lo cual según él basta para constituir una coalición internacional contra Iraq.

El mundo sigue preguntándose con inquietud sobre las verdaderas razones de esta intervención militar. En el Foro social mundial de Porto Alegre, por ejemplo, que reúne a los principales actores de la sociedad civil planetaria, esta preocupación pesó en el conjunto de los debates. Muchos intelectuales presentes - Noam Chomsky, Tariq Ali, Naomi Klein, Adolfo Pérez Esquivel, Eduardo Galeano - se preguntaban si no es absurdo, incluso criminal, dedicar decenas de miles de millones de dólares a hacer esa guerra que nada parece justificar cuando esas sumas serían tan útiles dedicadas a la educación, la salud, la alimentación, la vivienda y la alfabetización de los tres mil millones de pobres que hay en el planeta. Ese es el mensaje que transmitió el presidente de Brasil Lula da Silva en nombre de todos los desheredados a los dueños del mundo reunidos en Davos.

Para gran parte de la opinión pública internacional este conflicto no tiene otro objetivo que el petróleo. El verdadero fin es adueñarse de una de las principales reservas de hidrocarburos del mundo. Esta estrategia aparece como una manifestación de la nueva arrogancia imperial de Estados Unidos, como una suerte de "capricho de poderoso" cuyas consecuencias geopolíticas (sumadas a millares de víctimas humanas) podrían ser desastrosas.

Una guerra querida por la reducida camarilla de halcones de extrema derecha (Richard Cheney, Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz, Richard Perle, Douglas Feith, Jack D. Crouch, John R. Bolton) que rodea al presidente Bush, y que cree, como todos los embriagados de poder, que a todo problema político, económico o social siempre se puede aportar una solución militar.

Tomado de Rebelión

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