17 de marzo

6 DE ABRIL DE 2003

Sólo caídos en Irak logran la estancia legal

Migrantes: ciudadanos después de muertos

MARCO VINICIO GONZALEZ
Masiosare

No murieron al cruzar la frontera pero, finalmente, tuvieron que pagar con sus vidas la ciudadanía estadunidense. Los harán ciudadanos después de muertos. Varios miles de migrantes más se han inscrito en las fuerzas armadas de Estados Unidos atraídos por la orden de "naturalización expedita" de George W. Bush. No es, claro, el único imán para los jóvenes, mexicanos de nacimiento o de origen, para enrolarse en las cruzadas bélicas del Imperio: muchos creen que el uniforme diluye las diferencias sociales y étnicas. Así lo explica el doctor en literatura Jorge Mariscal, hijo y nieto de soldados, combatiente él mismo en Vietnam. Hoy, Mariscal organiza campañas dirigidas a los jóvenes "latinos", para convencerlos de que "se puede ser hombre" sin ser soldado

SAN DIEGO, CALIFORNIA.- Fernando Suárez, padre del difunto soldado Jesús Suárez, quien murió en Irak la semana pasada, a los 21 años de edad, y quien era originario de Tijuana, Baja California, desdeñó el pasado martes la naturalización postmortem para su hijo.

En el popular programa de radio sandieguino "Morones por la tarde", el señor Suárez, quien no sabe cuándo va a enterrar a su hijo porque todavía no le entregan el cadáver, explicó que la armada estadunidense le había dicho a su nuera que "hay un límite para los gastos del funeral", lo que provocó su indignación.

"No estoy en contra del gobierno americano", dijo," pero se me hace una infamia que le digan a mi nuera que hay un límite para honrar a un soldado caído en combate".

Suárez agregó que no sabía si iba a tener la necesidad de pedir ayuda económica al gobierno, y que no quería llegar a ese extremo, "porque sería muy triste que a un soldado mexicano, peleando por una guerra americana, el gobierno de Estados Unidos no lo apoye en su última morada, en su último adiós. Podrán rendirle mil honores, pero eso no es suficiente para mi hijo".

Con la voz entrecortada añadió: "El sentimiento que a mí me había trasmitido mi hijo, antes de irse a la guerra, era que él se sentía muy orgulloso de ser tijuanense, de ser mexicano, como su abuelo, como sus padres, de tener herencia azteca. El admiraba mucho a los guerreros aztecas, por eso lo bauticé como 'mi guerrero azteca'. Y murió como mexicano... Le podrán dar la ciudadanía hoy, pero para mí, ya no vale".

Así, el padre de Jesús echó por tierra la creencia arraigada entre muchos inmigrantes de que la ciudadanía es recompensa suficiente aun a costa de la propia vida.

"Naturalización expedita"

Durante una ceremonia para marines, el 4 de julio de 2000, el entonces presidente William Clinton fue presentado en el puerto de Nueva York por un hondureño que se había "naturalizado" como estadunidense, al enlistarse en las fuerzas armadas de Estados Unidos. Muchos se preguntaron entonces: ¿cómo es que los emigrantes que no son ciudadanos pueden ingresar al ejército, y cuántos son?

Las leyes establecen que para ingresar a las fuerzas armadas de Estados Unidos se debe contar con residencia legal permanente, aunque no con ciudadanía. Sin embargo, un vacío legal permite que puedan incorporarse inmigrantes sin residencia legal permanente a las filas de la naval y la marina. Cifras del Departamento de Defensa indican que actualmente hay 31 mil extranjeros enlistados en las fuerzas armadas.

Tras la firma por el presidente George W. Bush de una orden ejecutiva de "naturalización expedita", el 3 de julio del año pasado más de 5 mil 300 extranjeros se registraron en dichas fuerzas y obtuvieron la nacionalidad estadunidense. Esta orden es una suerte de fast track (vía rápida) del proceso de nacionalización para aquellos inmigrantes que están en combate.

Aún antes de la referida orden, los inmigrantes en el ejército contaban con un trato especial, ya que podían -y pueden- solicitar su ciudadanía después de estar en este país tres años con residencia legal permanente, a diferencia de los civiles que deben esperar cinco. Quince mil extranjeros en la armada se han vuelto elegibles para obtener la ciudadanía tras la referida firma presidencial.

Este recurso ejecutivo se remite a la época de la guerra con Corea, y administraciones pasadas, como la de James Carter, después de la guerra de Vietnam, y la de Clinton durante la del Golfo Pérsico, lo han puesto en práctica.

El último precio

En esta guerra, dos infantes de la marina, el guatemalteco José Angel Garibay y el jalisciense José Gutiérrez, aportaron con su muerte una dimensión relativamente novedosa al concepto de la nacionalidad estadunidense, conseguida a través del servicio en las fuerzas armadas. Se trata de la nacionalización postmortem.

En San Diego, California, donde se halla Camp Pendleton, una división de la marina de donde ha zarpado la mayor cantidad de soldados a Irak y a donde han comenzado a llegar más muertos latinos durante estas dos primeras semanas de la guerra en Irak, los padres de Gutiérrez, Garibay y Francisco A. Martínez Flores -mexicano que también murió en Irak- recibirán los certificados de naturalización, recién impresos, para sus hijos muertos.

La ciudadanía, aunque sea posmortem, tiene un valor material para los hijos que se quedan sin padres, ya que les permite el acceso a la educación superior y a los servicios de salud.

Por su parte, Ron Rogers, vocero de la Oficina de Ciudadanía del recién restructurado Servicio de Inmigración y Naturalización, con sede en Laguna Niguel, California, declaró al periódico San Diego Union que los soldados caídos en batalla "son individuos que pagaron -con su sangre- el último precio como inmigrantes".

El imán de la ciudadanía

Apenas arrancó la guerra, el gobierno estadunidense admitió la necesidad de enviar más tropas a Irak, tras la "inesperada" resistencia encontrada en aquella nación. Quizás eso haya influido en la decisión del presidente Bush para acelerar los procesos de naturalización de los conscriptos, que está atrayendo a miles de extranjeros a enrolarse en las filas del ejército estadunidense.

"Hay rumores fuertes de que la gente puede conseguir una situación legal en Estados Unidos a través de inscribirse en las fuerzas armadas", dijo la semana pasada, a la agencia Reuters, Jim Dickmeyer, agregado de prensa de la embajada de Estados Unidos en México.

Según Reuters, desde que comenzó la invasión a Irak, por parte de las fuerzas angloestadunidenses, en los nueve consulados de Estados Unidos en territorio mexicano, "centenares" de mexicanos preguntan diariamente por teléfono, correo electrónico o personalmente si se pueden enrolar en el ejército a cambio de la nacionalidad estadunidense. Lo mismo pasa en otros países del mundo, particularmente de América Latina. No obstante, datos del Pentágono afirman que sólo unos 54 mil soldados en las fuerzas armadas de Estados Unidos son de origen mexicano, poco menos de 20% de los efectivos enviados a Irak.

El Pentágono confirmó que 2% de las fuerzas armadas en Estados Unidos son emigrantes con residencia legal. Y hasta mayo del año pasado, nueve de cada 100 soldados en Estados Unidos eran de origen latino.

Pero, ¿será verdad que la posibilidad de hacerse ciudadano de este país rápidamente sea el principal motivo para enlistarse en el ejército?

La ilusión del uniforme

Masiosare entrevistó a Jorge Mariscal, doctor en Literatura y ex combatiente chicano de tercera generación, que participó en la guerra de Vietnam y ahora da clases de estudios chicanos en la Universidad de California, en San Diego.

Mariscal afirmó que la ciudadanía es apenas uno de los componentes, aunque quizá uno muy atractivo últimamente, de este caprichoso fenómeno que se observa entre los emigrantes que aspiran a inscribirse en el ejército de Estados Unidos.

Nacido en el Este de Los Angeles, Mariscal contó que su abuelo, originario de Sonora, peleó en la Segunda Guerra Mundial y su padre en la guerra de Corea.

"Hay una tradición latina muy fuerte de entrar al servicio militar de Estados Unidos", dijo Mariscal, y describió el hogar de sus padres: una casa chicana con las paredes llenas de fotos de los hermanos, primos, tíos, padres y abuelos portando el uniforme militar de Estados Unidos, durante "las diversas guerras que ha sostenido a lo largo de su joven historia este país imperialista".

En 1969, cuando fue enviado a Vietnam, para un joven de 19 años como él, luego de terminar la preparatoria, "era casi natural enrolarse en el servicio militar".

En este sentido, Mariscal afirmó que para los jóvenes de escasos recursos y bajo perfil académico se trata de "un rito de iniciación". Hay familias, sostiene, que hoy le dicen a sus hijos que tienen que entrar en el servicio militar "o no van a llegar a ser hombres".

Por otro lado está la búsqueda de aceptación en la cultura estadunidense. Mariscal explica que el uniforme militar crea la ilusión de que las diferencias sociales y étnicas se disipan, sobre todo al ingresar en los niveles de la oficialidad. Cosa que, según su experiencia, "es mentira".

Pero las cosas varían de acuerdo a la generación de que se trate. Los inmigrantes de primera generación suelen estar motivados por el sentimiento profundo de la gratitud, afirma Mariscal.

Pobres pero "con paz y amor"

A José Angel Garibay, uno de los soldados muertos en Irak y "naturalizado" después de muerto, le faltaba menos de un mes para obtener la ciudadanía.

"El creció aquí, y ya ve cómo pasa con los latinos marginados, se nos ve más abajo. El quería sobresalir, ser alguien por quien se sintiera respeto, quería ser parte de la sociedad estadunidense. Su sueño era ser admirado, reconocido y no se le cumplió", dice su hermano Pablo.

Con una inmensa fatiga, Pablo Garibay afirmó que a José Angel "no le interesaba la ciudadanía; él no alcanzaba a ver todas esas cosas sino que nada más quería trabajar para el servicio militar de Estados Unidos".

Y añadió que aunque su familia no tiene posibilidades económicas ("somos pobres y de nuestro trabajo hemos hecho lo poco que tenemos, en este mundo vamos de pasadita, se puede vivir, a veces con buena casa, buena comida, pero eso sí, con paz y amor"), no les interesa el dinero, "sino poder demostrar nuestra gratitud con el país que nos abrió las puertas".

"El problema es que aquí tienes que sacrificar tu vida para mostrar la gratitud", dice Mariscal.

El engaño de la educación superior

Autor de un libro sobre los horrores de la guerra, Aztlan and Viet Nam: chicano and chicana experiences of the war (University of California Press, 1999), Mariscal afirma que al hablar con soldados latinos que se van a la guerra, "como sin duda pasará con los que se han ido a Irak, te van a decir que no esperaban los enfrentamientos ni las emboscadas, que sólo creían que se iba a tratar de un entrenamiento".

Otro de los grandes "mitos", que ejerce una poderosa influencia sobre los jóvenes conscriptos, es la idea del financiamiento a la educación superior.

"Se trata de una trampa, en la que sale ganando el Pentágono". Mariscal contó que cuando un joven latino se inscribe en el ejército, es movido por la poderosa influencia que ejercen las agresivas campañas de reclutamiento, el glamour de la guerra expresado por el cine, la televisión, la literatura barata y los juegos de video, pero también por las visitas a las escuelas, por parte de los reclutadores de la armada, que suelen ser personas de bajos recursos económicos.

Entonces, los fondos que les retiene el ejército a los soldados, de su salario mensual, para el costo de la educación posterior, nunca los vuelven a ver.

"Es una trampa" explica, "porque el ejército sabe muy bien que muchos latinos no tienen las calificaciones que exigen las universidades en sus políticas de admisión -los latinos representan sólo 5% de los graduados de universidades en todo el país". Algo similar ocurre con los afroamericanos y anglos de bajos recursos económicos.

"Cuando prometen en sus campañas publicitarias beneficios por 30 mil dólares para la educación, sólo 2% de los soldados reciben este dinero. Porque la cantidad que recibes depende del trabajo que desempeñes, y éste es asignado de acuerdo a los resultados que obtienes en los exámenes de admisión al ejército, o si realizas actividades muy peligrosas, como en la infantería o en la artillería. Y los soldados de este rango simplemente no acostumbran ir a la escuela porque suelen ser pobres, y cuando regresan de la guerra se incorporan al único trabajo que saben hacer para mantener a sus familias".

Además, Mariscal dice que no se tiene ánimo para ingresar a una universidad cuando recién se llega de la guerra. "Yo me aislé por un buen tiempo en mi casa, totalmente deprimido, pero otros se volvieron locos, drogadictos, o se quedaron sin casa y andan de vagabundos durmiendo y delinquiendo en las calles".

"Se puede ser hombre siendo reportero"

Recientemente, las campañas de reclutamiento se han vuelto más agresivas en barrios y escuelas con alta presencia negra y latina, utilizando tráileres "multimedia" que muestran películas y videos, fotografías, y charlas pregrabadas para convencer a los estudiantes de que se enrolen en el ejército.

Frente a esto, Jorge Mariscal, también es activista. A través de su grupo Juventud y Oportunidades No Militares (Youth And Non Military Oportunities, YANO) intenta contrarrestar las campañas publicitarias del ejército con organización comunitaria, dando charlas a los estudiantes de secundaria y preparatoria sobre los horrores de la guerra y sobre las alternativas que existen para salir adelante sin necesidad de enrolarse en el ejército.

"Les digo a los muchachos: se puede ser hombre siendo abogado, o reportero, o mecánico, y no nada más siendo soldado".

Por su parte, el presidente Bush confía en que su orden ejecutiva cumpla con el propósito de atraer más inmigrantes al ejército estadunidense ahora que las cosas se complican en Irak.


Tomado de La Jornada

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