17 de marzo

Bogotá, lunes 24 de marzo de 2003

Argentina: Represión policial en la embajada de EE.UU

¿Una guerra contra los disidentes iraquíes?

Zoltan Grossman
Correo de Prensa de la IV Internacional

La estrategia de la zanahoria y el garrote pareció ingeniosa al principio, o por lo menos astuta. En los días que llevaron a la guerra dirigida por EE.UU contra Irak, el "garrote" de la amenzante invasión presionaría al ejército o los funcionarios políticos iraquíes para que arresten o asesinen a Saddam Hussein. La "zanahoria," o su incentivo para derrocara a Saddam y sus hijos, habría sido prevenir que extranjeros invadan su país. El vocero de la Casa Blanca Ari Fleischer lo puso más directamente cuando les dijo a los iraquíes que "una sola bala" sería menos costosa que una guerra.

Todavía en el jactancioso periodo de advertencia de 48 horas que llevó a a la guerra, la administración Bush barrió bajo la alfombra cualquier potencial golpe iraquí. Ari Fleischer (o por lo menos parecía ser Fleischer y no un doble) declaró inequívocamente que aun cuando Saddam fuera derrocado, o dejara el país voluntariamente, las fuerzas americano-británicas invadirían igualmente Irak con una "entrada pacífica" para buscar "las armas de destrucción masiva."

La señal era inequívoca: no importaba lo que hicieran los iraquíes para derrumbar a su propio tirano, los americanos irían a gobernar su país de todas formas. Si cualquier oficial de la Guardia Republicana hubiera estado listo para enfrentar a Saddam para salvar a su país, la pistola habría vuelto a su funda. ¿Por qué molestarse? La "zanahoria" había sido arrancada. La auto-liberación potencial de los iraquíes se hubiera convertido en una guerra extranjera de conquista. La tragedia es que este aplastamiento final de la libre determinación iraquí es totalmente consistente con la política histórica de EE.UU hacia el pueblo iraquí.

El pueblo iraquí tenía una reputación de determinar su propio destino históricamente. En 1920, los turcos otomanos abandonaron Irak luego de ser derrotados. En 1932, los iraquíes derrocaron el mandato colonial británico. En 1958, tiraron la monarquía hachemita y declararon la república. Este fue un pueblo que pudo derrocar dictadores yendo en contra de aplastantes desventajas. ¿Por qué no pudieron derrocar de la misma manera a Saddam? Porque por a cada paso del camino, EE.UU. ha intervenido ya fuera para sostener a Saddam, o para asegurarse que ellos serían la única alternativa a su dominio.

Traicionando a los rebeldes iraquíes

Desde que el Partido Ba'ath de Saddam tomó el poder en 1968, EE.UU. ha exhibido una política esquizofrénica hacia el gobierno nacionalista árabe. El Presidente Nixon respaldó una revuelta kurda contra Irak, pero traicionó a los kurdos en 1975 después de que Bagdad firmó un tratado de paz con su amigo el Sha de Irán. Los kurdos iraquíes todavía recuerdan esta traición con amargura y desconfianza.

Cinco años más tarde, después de que los iraníes derrocaron al Sha, el nuevo líder supremo del Ba'ath, Saddam Hussein, invadió los yacimientos petrolíferos de Irán con la bendición americana. El Presidente Reagan proporcionó a Bagdad inteligencia y protección naval americana para los embarques de petróleo de Irak, y su Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, estrechó la mano de Saddam calurosamente en Bagdad. Cuando Irak e Irán lanzaron ataques químicos en la región kurda a lo largo de su frontera, los oficiales americanos apuntaron su dedo sólo a Irán, y minimizaron o bloquearon las condenas de la ONU a Saddam hasta el fin de la guerra en 1988.

Después de que Saddam invadió Kuwait en 1990, la primera administración Bush congregó una coalición para defender la libre determinación de la monarquía petrolera, pero los opositores iraquíes de base a Saddam no serían vistos en ninguna parte en la exitosa estrategia militar. Washington alentó la formación de una oposición de exiliados iraquíes en cambio (encabezada por antiguos generales iraquíes y el banquero Ahmed Chalabi) que no sólo se dividió internamente sino que se volvió impopular dentro de Irak.

Bush había animado a los iraquíes para que se sublevaran contra Saddam, y aún así cuando los iraquíes chiítas del sur liberaron sus propias ciudades en marzo de 1991, las tropas americanas recibieron la orden de no ayudar desde sus posiciones. Los Aliados levantaron temporalmente la zona de exclusión aérea de guerra, otorgándole el tiempo suficiente a los helicópteros de Saddam para que ametrallaran a los rebeldes chiítas antes de restaurar las restricciones de vuelo. Saddam secó los pantanos de la región para terminar su matanza.

Las razones para la traición americana hacia los chiítas eran triples, y son instructivas para la crisis actual del 2003. Primero, Washington dio por hecho que los chiítas iraquíes buscarían emular el régimen chiíta de Irán, aún a pesar de que ellos habían luchado como soldados contra Irán en los años ochenta. (La policía secreta Mujabarat de Saddam promovió esta lazo pegando afiches del Ayatolá Jomeini de Irán en las ciudades rebeldes chiítas).

Segundo, los aliados americanos en Arabia Saudita y Kuwait temían al peligroso ejemplo de una república democrática secular en sus fronteras, en un momento en que la oposición local estaba levantándose contra sus monarquías. Los príncipes y jeques sunnitas habían apoyado las bases militares y los intereses petroleros americanos, y fueron más importantes que la libre determinación de los iraquíes.

Tercero, una revolución verdaderamente democrática dirigida por el pueblo iraquí insistiría en tomar el control absoluto de sus yacimientos petrolíferos, y en quedarse con las ganancias de la extracción del petróleo. Cuando el popular gobierno de Mossadegh en Irán nacionalizó los intereses petroleros americanos y británicos en 1953, la CIA derrocó a ese gobierno. Washington vio a Saddam como un factor preferible y predecible para un gobierno sunnita y para la "estabilidad" regional y así su reino de terror continuó.

Debilitando la oposición interior

El golpe final a la libre determinación del pueblo iraquí vino de la administración Clinton en los años noventa, cuando las sanciones patrocinadas por EE.UU. socavaron cualquier fuerza potencial del pueblo para oponerse a Saddam. Se suponía que las sanciones debían presionar a los iraquíes a derrocar a Saddam. En cambio, Saddam desvió exitosamente la culpa por las penurias económicas hacia EE.UU, y no sin evidencia. Los iraquíes educados y el pueblo trabajador gastaban todo su tiempo corriendo para conseguir los bienes básicos suficientes para que sobrevivieran sus familias. Crecieron demasiado débiles, perturbados y asustados como para organizarse contra el régimen, y cada vez más resentidos con EE.UU. por el hecho de tenerlos como blanco a ellos en lugar de Saddam.

Estaba armado el escenario para la segunda Guerra del Golfo de 2003. Sin una oposición viable civil o militar a Saddam, el Presidente George W. Bush podía presentar a una invasión americano-británica como "Operación por la Liberación de Irak". Fue precisamente durante las 48 horas claves durante las cuales los oficiales del ejército o los funcionarios del Ba'ath tenían la opción de evitar una invasión derrocando a Saddam que Ari Fleischer la descartó.

Si los americanos no echaban a Saddam, nadie lo haría. La meta se volvió no eliminar un dictador o sus supuestas armas bio-químicas (que hasta ahora no se usaron) sino conquistar y gobernar Irak. Liberar a Irak no sólo se vuelve una oportunidad de primer orden para afianzar el control sobre los yacimientos petrolíferos iraquíes, sino, lo que es más importante, para extender una nueva "esfera de influencia" de EE.UU.

Cada intervención americana desde 1990 (en el Golfo, los Balcanes y Asia Central) ha sembrado montones de nuevas bases militares permanentes en la "tierra media" estratégica entre los competidores económicos emergentes en la UE y el Este asiático. No es para nada extraño que Alemania, Francia, Rusia y China sean los principales opositores a esta guerra. Irak e Irán han sido los únicos obstáculos que bloquean la dominación americana de la región entre Hungría y Pakistán, como el eje de un nuevo "imperio" militar y económico.

A los habitantes de esta "esfera de influencia" de EE.UU simplemente no se les permite derrocar a sus propios dictadores. El movimiento antibélico comprensiblemente ha puesto el foco en la perspectiva de bajas masivas en la segunda Guerra del Golfo, y la crisis humanitaria que ya ha comenzado. Pero el verdadero crimen ha sido el rechazo de Washington a la libre determinación del pueblo iraquí durante las últimas tres décadas, hasta la segunda Guerra del Golfo, e incluyéndola, aun cuando mueran relativamente pocos iraquíes.

¿Dando la bienvenida a las tropas?

No sería raro que algunas tropas iraquís cansadas y asustadas o civiles inicialmente den la bienvenida a las tropas invasoras (más allá de los motivos americanos para invadir), como una reacción humana hacia el derrocamiento del terrible gobierno de Saddam. Pero, ¿y qué? Algunos suditas dieron la bienvenida a las tropas americanas en 1990, hasta que empezaron a quedarse demasiado tiempo en la tierra santa islámica después de la victoria en la primera Guerra del Golfo. Los somalíes dieron la bienvenida a las fuerzas americanas en forma similar cuando aterrizaron en Mogadishu en 1992, hasta que EE.UU. empezó a tomar partido en la guerra civil de clanes y pagó las consecuencias en la infame batalla del "Halcón Negro caído".

Al conquistar Irak, el ejército americano está metiéndose en un país que está étnica y religiosamente mucho más dividido que Somalía, y rivalizando con Bosnia y Afganistán. En este país intricantemente más complejo, EE.UU. comenzará dentro de poco su rutina de definir a los "chicos buenos" y los "chicos malos," y a tomar partido en conflictos internos. Los iraquíes podrían tirar flores a las tropas americanas en el 2003, pero en el 2004 les estarán tirando granadas.

Con su orgullosa historia de libre determinación, los iraquíes no estarán satisfechos con ser gobernados por un comandante militar americano o alguna persona designada por ellos. Simplemente no serán condescendientes con un títere iraquí estilo Karzai como Chalabi, que ha establecido su cuartel en el norte de Irak. Ni tampoco los kurdos aceptarán tropas turcas en el norte de Irak, ni siquiera como un intercambio de favores por el uso del espacio aéreo turco por parte de los americanos para atacar a Saddam.

Los chiítas en el sur pueden saludar a los americanos que los libran del dictador sunnita Saddam, pero ciertamente resentirán a los dominadores americanos que les impedirán tomar su legítimo lugar como mayoría de la población iraquí que son, y mejorar su status económico de segunda clase. De la misma forma, los ciudadanos educados iraquíes y los partidos de izquierda anti-Saddam, no estarán satisfechos con cambiar el perro pero no el collar.

Ganar es la parte fácil. El Presidente Bush puede ganar fácilmente la segunda Guerra del Golfo, pero perder la paz. El hueso duro de roer no será la resistencia de los seguidores de Saddam, sino la resistencia de sus antagonistas. Como hace un siglo en las Filipinas, EE.UU. ha llegado para "liberar" a un pueblo de un gobierno tiránico, pero puede encontrarse finalmente como un poder imperial que lucha contra los rebeldes democráticos que había venido a apoyar.

* Zoltan Grossman es Profesor Auxiliar de Geografía en la Universidad de Wisconsin - Eau Claire, y un organizador de toda la vida de causas por la paz, el medio ambiente y el anti-racismo. Sus escritos por la paz pueden consultarse en: http://www.uwec.edu/grossmzc/peace.html
CounterPunch, 21 de marzo de 2003.
Traducción de Guillermo Crux

Tomado de Rebelión

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