20 de marzo del 2003
María Toledano
Grandola Vila Morena
El capitalismo tardío -en su sofisticada versión del siglo XXI- es una guerra imperialista permanente, una guerra (colonial) de ocupación del espacio físico y de salvaje explotación de las poblaciones y sus recursos. Su lógica interna es clara: conflicto armado, beneficio contable y reconstrucción garantizada. Persiguen la aniquilación de cualquier forma de resistencia. Dios padre en los billetes verdes y el Winchester -el lobby del armamento- en la montura, en la cintura, en la impostura. Asistimos al imperio del águila calva, vivimos (todavía) bajo el yugo y las flechas. Somos imperio y su binaria sintaxis es la fuerza de choque. Aplastados bajo los mecanismos de la represión social y psicológica, supeditados a la maquinaría ideológica del capital, pensamos como esclavos, siervos del poder, del trabajo, de la vida. El pensamiento, decían, no delinque. Farenheit 451. Al ritmo que va esto, acabaremos en Sierra Maestra o en las serranías de Teruel pegando tiros al lucero de la injusticia, pasando frío. La esperanza es la memoria que desea, escribió Balzac. Y memoria tenemos. Maldita memoria de sabañones. Se escribe (bien) desde el rencor. Dirigen la ofensiva unos pistoleros de gabán polvoriento, brillantes espuelas y misiles. Neofascistas de orígenes diversos e ideas comunes: yankis, pequeña burguesía de negocio, multinacionales y unos señoritos católicos. Botella y Aznar. Y un pasodoble torero. España, Carolina, es una fiesta.
La sociedad del espectáculo generalizado y una variada gama de colores pastel completan el cuadro falso y sentimental. Todo es obvio. Controlan los medios de producción (y las relaciones) y su bandera contiene estrellas teñidas de sangre. Viven de la mentira institucionalizada. Del marketing (con insistentes seminarios de formación de cuadros) y de la (in)comunicación política. Nadie está a salvo de sus tentaciones y tentáculos. Volney recordaba que los imperios se construían sobre los huesos de los muertos. EEUU es una inmensa fosa común adornada con corazones de azúcar, marginación e ignorancia. Un campo de concentración empapelado de domingo, sucios moteles de alcohol y putas clónicas (H. Zinn, La otra historia de los EEUU). Exterminadores de cuerpos y conciencias criticas, su cultura es el genocidio. El mundo es un cementerio civil donde serpentean los muertos, los asesinados a golpe de pistola automática, bayoneta, gas y bombardeos colaterales. América para los americanos: la doctrina Monroe, la doctrina Estrada. De Canadá a Tierra del Fuego. Y el resto, por extensión. Arrojaron dos bombas atómicas una vez terminada la guerra mundial. Criminales. Criminales de guerra, de su santa guerra universal, desgarradora y perpetua. Algún día reclamaremos, cuando tengamos divisiones acorazadas dispuestas -un viejo sueño jacobino-, un (verdadero) Nüremberg universal para ellos. Un tribunal popular. La única justicia posible.
Aspiran a la hegemonía (World Company) y la hegemonía económico- militar son ellos mismos, o su sombra recortada en el espejo de la muerte. Las legiones acorazadas recorren los caminos del hambre imponiendo eso que llaman pax americana. Un reinado de terror blanco -fascismo de nuevo cuño- disfrazado de la ilusión infantiloide de Walt Disney y sus secuaces. Reyes de la propaganda y la falsificación, compran voluntades con monedas y cine. Acogieron a la mayoría de los responsables nazis (Dorothy B. Hughes El gorrión caído) y edificaron un país (inexistente) sobre la idea del éxito rápido y la comida basura. Es inimaginable que estemos manipulados/dirigidos por estos gerifaltes de cartón, por estos mamarachos del odio y el empleado del mes. Las torres y su aliado/actor Bin Laden fueron la excusa perfecta, demasiado perfecta. La represión final ha empezado. Primero Irak, luego vendrán otros países, otras voces.
Tomado de Rebelión
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