17 de marzo

11 de febrero de 2003

De Columbia a Irak

Javier Ortiz
Periódico Resistencias

Qué horror, el accidente del trasbordador Columbia, desintegrado en el espacio apenas a un cuarto de hora de su previsto aterrizaje en Florida.

Siete muertos.

En condiciones normales, la noticia me habría producido el mismo sentimiento - supongo- que cualquier otro accidente de los que jalonan sin falta los noticiarios de los fines de semana: "Vuelca un autobús del Inserso", "Descarrila un Talgo", "Chocan un camión y dos turismos".

Siete muertos. Tremendo. Pero no por la cifra, que tiene poco de especial, sino por las circunstancias: los astronautas no se mataron por culpa de su impericia, sino por la torpeza de los técnicos y científicos de la NASA, que no dieron la debida importancia a los daños que había sufrido la nave a la hora del despegue. ¿Negligencia criminal? ¿ Imprudencia con resultado de muerte? Al margen de la posible -y plausible- tipificación penal de su comportamiento, digamos que no se cubrieron de gloria, precisamente.

Bush se apresuró a salir en televisión para dar cuenta de su pesar. Según lo vi -y le oí- me di cuenta de la gravedad del desastre: más allá de sus palabras rituales de condolencia, resultaba evidente que lo que más le dolía era el golpe sufrido por el prestigio de los Estados Unidos de América ante los ojos del mundo entero. Un golpe captado y difundido por las cámaras de televisión hasta el último rincón del planeta. La evidencia de los tremendos estropicios que puede hacer -y hace- la tremenda maquinaria tecnológica de un Poder que presume de perfecto y que nos demuestra una y otra vez hasta qué punto dista de serlo.

Y, para colmo de males, con un israelí entre las víctimas.

Conociendo el simplismo de los mecanismos propagandísticos de la Administración estadounidense, que tanto confía en la popularidad de la que gozan en su país las reacciones primarias, basadas en sentimientos de muy escasa elaboración emocional (la venganza, el "honor", el orgullo patrio, el amor a la bandera, la "misión histórica" de "la nación americana", etcétera), no creo equivocarme si vaticino que el patético estallido del Columbia va a operar como otro factor más en favor de la guerra contra Irak.

No sólo Bush: me temo que, según saltó en pedazos el viejo trasbordador espacial, cientos de miles de estadounidenses -tal vez millones- empezaron a sentir una angustiosa bajada en su nivel sanguíneo de autoestima nacional.

Es una triste querencia crónica de la clase dirigente de los Estados Unidos de América. Siempre trata de curar sus propios males de anemia moral con generosas transfusiones de sangre ajena.

www.javierortiz.net

Tomado de Rebelión

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