18 de julio del 2003
"Salvajemente distante de la realidad", había dicho antes de la guerra en Iraq el subsecretario (viceministro) de Defensa, Paul Wolfowitz, cuando respondía en un comité del Senado si la fuerza ocupante requeriría más de 200.000 soldados, como afirmaba el entonces jefe del Estado Mayor del ejército, Eric Shinseki. "Creo definitivamente más probable que improbable algún grado de anuencia" entre el régimen de Saddam Hussein y la red radical islámica Al Qaeda para cometer los ataques del 11 de septiembre de 2001 contra Estados Unidos, repetía antes de la guerra en un tribunal el ex jefe de la CIA y asesor del Pentágono James Woolsey. "Sabemos dónde están. Están en el área alrededor de Tikrit y Bagdad, y en algún lugar al este, el oeste, el sur y el norte", dijo a los televidentes el secretario (ministro) de Defensa, Donald Rumsfeld, sobre la ubicación de las armas de destrucción masiva que supuestamente poseía el régimen de Saddam Hussein. "El gobierno británico se ha enterado de que Saddam Hussein buscó recientemente cantidades importantes de uranio en África", declaró el presidente George W. Bush en enero ante el Congreso legislativo, en su discurso anual Estado de la Unión. "Sabemos que (Saddam Hussein) está tratando otra vez de producir armas nucleares, y sabemos que él tiene una larga relación con varios grupos terroristas, incluida la organización Al Qaeda", aseguró el vicepresidente Cheney en las vísperas de la guerra. Hoy, tres meses después de que las tropas estadounidenses consolidaron su control sobre Iraq, la Casa Blanca admitió que ni ella ni Gran Bretaña tuvieron jamás evidencia sólida ni genuina de que Saddam Hussein intentaba comprar uranio en Africa. Las fuerzas invasoras tampoco descubrieron armas de destrucción masiva en Iraq. Por otra parte, la posibilidad de que existiera un vínculo entre el régimen secular de Saddam Hussein y la red radical islámica Al Qaeda fue oficialmente desacreditada por un panel especial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Y el público iraquí dista mucho de percibir a los soldados invasores como una fuerza de "liberación", según afirman, incluso, los medios de prensa estadounidenses. Ahora, el gobierno de Bush trata de asegurarse una fuerza significativamente mayor de los actuales 145.000 soldados estadounidenses para asegurar el control de Iraq, y por eso le pidió colaboración a no menos de 70 países, que pondrían policías y militares. Los contribuyentes estadounidenses, el dinero. Todo ese despliegue para una ocupación sin plazo definido. Mientras, legisladores estadounidenses, incluidos cada vez más miembros del gobernante Partido Republicano, muestran creciente inquietud por la situación en Iraq, en contradicción con los confiados pronósticos anteriores a la guerra. Las fuerzas invasoras sufren un promedio de 13 ataques cada día. Bush declaró el fin de la operación militar el 1 de mayo, pero todo indica que se desarrolla ahora una guerra de guerrillas. "El problema es que los estadounidenses estamos inseguros sobre el futuro de nuestro involucramiento en Iraq", dijo el senador republicano John McCain, un "halcón" antes de la guerra. Fue una intervención gentil en una audiencia en el Senado a la que asistía Rumsfeld, el miércoles. El jefe del Pentágono se defendía entonces del acoso de los senadores del opositor Partido Demócrata, que le exigían tragarse su orgullo y pedir ayuda a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) o a la ONU. "Lo que usted necesita, en mi opinión, es delinear un plan concreto", le recomendó McCain a Rumsfeld. La palabra "empantanamiento" --para no mencionar la palabra Vietnam-- ha vuelto a imprimirse en los periódicos estadounidenses. Cada día muere atacado al menos un soldado de la fuerza ocupante, mientras militares de todo rango dicen ante las cámaras de televisión que carecen del poder necesario para imponer el orden en un país del tamaño del sudoccidental estado de California. La población iraquí aprecia cada día menos la presencia de soldados estadounidenses. Y hay allí personas que los quieren muertos. Analistas militares comparan la situación en Iraq a la afrontada por la ocupación israelí en territorio palestino. "Algunos soldados frustrados escriben cartas a sus representantes en el Congreso para pedir el retorno de sus unidades", informó esta semana el diario Christian Science Monitor. "La mayoría de los soldados vaciarían su cuenta bancaria sólo por un pasaje de avión hacia casa", dice una de esas cartas, enviada por un soldado del ejército. Un oficial de su misma división escribió: "No se engañe, la moral de la mayoría de los soldados que he visto ha tocado fondo". Expertos en asuntos de Medio Oriente, en especial ex diplomáticos, agentes de inteligencia y académicos, habían dicho durante muchos meses que derrotar a Iraq sería fácil, pero no consolidar el control sobre el país. Pero se trataba de los mismos expertos que cuestionaban las afirmaciones del gobierno de Bush sobre los vínculos de Bagdad con Al Qaeda, sobre la reanudación del programa nuclear iraquí y sobre la cantidad de armas químicas y biológicas en sus arsenales. De todos modos, esas visiones que a la postre resultaron acertadas fueron sistemáticamente ignoradas, incluso en el Congreso, donde la mayoría de los demócratas se resistían a criticar a un presidente popular y procuraban no mostrarse "blandos" ante la amenaza de Saddam Hussein luego de los atentados del 1 de septiembre. Numerosas evidencias que iban en sentido contrario al del gobierno fueron desviadas. Aquellos expertos que realmente sabían algo sobre Medio Oriente fueron excluidos de los círculos políticos ejecutivos. "Es francamente increíble que los civiles en el Pentágono inhalen su propia propaganda sobre la bienvenida que las fuerzas estadounidenses recibirían de los iraquíes", dijo el presidente del Consejo de Políticas de Medio Oriente y diplomático retirado Chas Freeman. "Nadie que sepa algo sobre la región hubiera comprado la idea de que los soldados serían recibidos como libertadores. Pero nadie que sepa algo sobre la región fue invitado a participar en las discusiones políticas", sostuvo Freeman. Como consecuencia, los ideólogos, en particular los que rodean a Cheney y a Rumsfeld, simplemente se reforzaron las suposiciones unos a otros y atacaron a cualquiera que discordara con ellos, incluíos los verdaderos expertos. Esos profesionales eran vistos por los halcones del gobierno como defensores de dictadores árabes que odian a Israel y aman a Arabia Saudita, cretinos útiles al servicio del Gran Petróleo, esclavos del pensamiento tradicional. El propio Rumsfeld definió tal actitud, pero para referirse a los agentes de inteligencia que no reforzaban su visión: "Tendemos a oír lo que esperamos oír, sea malo o bueno. Así es la naturaleza humana. A menos que algo nos sacuda, tenemos a seguir nuestro camino y a reforzarlo, más que a modificarlo."
Tomado de Rebelión