5 de diciembre del 2002
Edward Said
Comité de Solidaridad con la Causa Arabe
"Por supuesto, esto es exactamente lo que le gusta al gobierno de EEUU: disponer de una miscelánea de intelectuales árabes sin responsabilidad ante los electores que insten a la guerra al ejército de EEUU mientras fingen llevar 'la democracia al lugar en abierta contradicción con los objetivos reales de EEUU y con sus prácticas históricas".
La proliferación de informes, filtraciones y desinformación sobre la inminente guerra de EEUU contra el dictador Sadam Husein de Iraq sigue sin disimulo. Resulta imposible saber, sin embargo, cuánto hay en ella de campaña de guerra sicológica brillantemente manejada contra Iraq, y cuánto de abierta confusión por parte de un gobierno que no está seguro de cuál será su próximo paso. En todo caso, encuentro que es tan posible creer que habrá una guerra como que no la habrá. Ciertamente, la absoluta beligerancia de los asaltos verbales sobre los ciudadanos de a pié no tiene precedentes en su ferocidad, resultando que muy pocos están absolutamente seguros de lo que está ocurriendo realmente. Nadie puede confirmar con independencia los varios movimientos de tropas y de la marina sobre los que se informa a diario, y dada la opacidad de los tumbos de su pensamiento, las intenciones verdaderas de George W. Bush son difíciles de interpretar. Pero de lo que no hay duda es de que el mundo entero está preocupado - en realidad, profundamente inquieto- por el caos catastrófico que se creará tras otra campaña aérea como la de Afganistán contra el pueblo de Iraq.
Y sin embargo, un aspecto del diluvio de opiniones y un hecho que es más inquietante por si mismo y sin referencia a su intención real, es la avalancha de artículos relacionados con el Iraq posterior a Sadam. Uno del que me gustaría hablar en particular forma parte, obviamente, de una tentativa continuada de un expatriado iraquí, Kanan Makiya, para promocionarse a si mismo como el padre de lo que él llama un país post-ba'ath, "no árabe" y descentralizado. Ahora está bastante claro para cualquiera con la mínima preocupación por las penurias de este rico y una vez floreciente país que los años de gobierno ba'athista han sido desastrosos, a pesar del temprano programa de desarrollo y construcción del régimen. Así que poca discusión puede haber al tratar de imaginar qué será de Iraq si Sadam es derrocado bien por la intervención de EEUU o por un golpe interno. La contribución de Makiya a esta tarea ha sido firme, tanto en las ondas como en periódicos cualificados donde se le está dando una plataforma para airear sus opiniones de las cuales hablaré en su momento. Lo que no quedado tan claro, sin embargo, es cómo es él y de qué origen surge. Creo que es importante saber estas cosas, aunque solo sea para juzgar el valor de su contribución y para comprender con más precisión la especial calidad de sus pensamientos e ideas.
Identificado a menudo con una relación de investigación con Harvard y como profesor de la Universidad de Brandeis (ambas en Boston), Makiya era un afiliado próximo al Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP) cuando le conocí a comienzos de 1970. Según recuerdo, era entonces estudiante de arquitectura en el Massachusetts Institute of Technology aunque escasamente habló en las ocasiones en que le vi. Después desapareció de escena, o a lo mejor desapareció a mis ojos. Emergió a la superficie en 1990 como Samir Jalil, el autor de un cacareado libro llamado La república del miedo (The Republic of Fear) que describía el gobierno de Sadam Husein con considerable terror y dramatismo. [Siendo] uno de los trabajos de la primera Guerra del Golfo más laureados por los medios de comunicación, La República del miedo se escribió al parecer -según una aduladora entrevista hecha a Makiya que apareció en la revista New Yorker- en los ratos libres que tenía cuando trabajaba como asociado en la firma de arquitectos de su padre en el propio Iraq. En la entrevista admitía que, en cierto modo, Sadam había financiado indirectamente la escritura de su libro si bien nadie acusó a Makiya de colaborar con un régimen que él obviamente detestaba.
En su siguiente libro, Crueldad y silencio (Cruelty and Silence), Makiya atacaba a los intelectuales árabes a los que acusaba de oportunismo e inmoralidad bien por elogiar a diferentes regímenes árabes o por guardar silencio sobre los diferentes abusos de los gobiernos contra sus propios pueblos. Por supuesto, Makiya no dijo nada sobre su propia historia de silencio y complicidad como beneficiario de la munificencia del régimen iraquí, a pesar de que, por supuesto, tenía derecho a trabajar para quien quisiera. Pero declaró las cosas más viles sobre gente como Mahmud Darwish o yo mismo por ser nacionalistas, supuestamente partidarios del extremismo y, en el caso de Darwish, por haber escrito una oda a Sadam. La mayor parte de lo escrito por Makiya en el libro era, en mi opinión, repugnante, basado como estaba en la insinuación cobarde y en la falsa interpretación, pero el libro, por supuesto, disfrutó de un momento o dos de popularidad ya que confirmaba la idea de Occidente de que los árabes eran villanos y pobres conformistas. Pareció que no importara que Makiya hubiese trabajado para Sadam o que nunca hubiera escrito nada sobre los regímenes árabes hasta su República del miedo, hasta que, esto es, hubo salido de Iraq y se hizo con su empleo allí. Fue aclamado en todas partes en EEUU por ser un gran hombre de conciencia y por haber desafiado la práctica de la autocensura de los intelectuales árabes, pero su elogio estuvo desplegado con frecuencia por gente que no sabía que el propio Makiya nunca escribió en un país árabe o que cualquiera que fueran los exiguos escritos que produjo habían sido escritos tras un seudónimo y en medio de una vida próspera y libre de riesgos en Occidente.
Excepto por sus dos libros y un artículo en el que instaba a la Administración de EEUU a ocupar Bagdad durante la Guerra del Golfo de 1991, no se oyó hablar mucho más de Makiya después de aquello. Más tarde, el año pasado escribió una novela ilegible que probaba de algún modo que la Cúpula de la Roca [en Jerusalén] fue realmente construida por un judío; el editor me la envió así que tuve oportunidad de hojearla antes de que se publicara formalmente, aunque me quedé pasmado de lo mal escrita que estaba y de cómo, incapaz de resistir mostrar cuántos libros había leído su autor, estaba sazonada con notas a pié de página, ciertamente algo infrecuente en lo que se suponía era una obra de ficción. No obstante, tuvo una muerte feliz, y Makiya volvió a sumirse en el silencio .
Hasta que estalló hace unos meses la campaña contra Iraq inspirada por el gobierno [de EEUU], Makiya había dicho poco sobre la guerra contra el terrorismo, los sucesos del 11-S y la guerra de Afganistán. Es verdad que hizo una especie de comentario para una popular revista bimensual de EEUU sobre el supuesto manual de terrorismo islámico de Mohamed Atta, pero incluso para su nivel fue una actuación insignificante. Recuerdo vivamente, sin embargo, que al final del último verano me ocurrió que escuché una entrevista de radio con él en la que se le identificaba por primera vez como director de un grupo del Departamento de Estado de planificación para la post guerra del Iraq [de la era] post Sadam. Su nombre no había aparecido entre los mencionados como parte de los grupos de oposición financiados por EEUU, ni había contribuido con nada que pudiera leer el público general sobre el conflicto palestino-israelí o ninguna otra cuestión de Oriente Medio, aunque yo había oído que había visitado Israel varias veces.
La versión más completa de sus planes para Iraq tras la invasión estadounidense, que deriva de su actual empleo como funcionario residente del Departamento de Estado de EEUU, aparece en la edición de noviembre de 2002 de Prospect, una buena publicación liberal mensual británica a la que estoy suscrito. Makiya comienza su propuesta enumerando las extraordinarias presunciones tras sus argumentos, dos de los cuales son, casi por definición, inimaginables. El primero es que "el destronamiento" (the unseating) de Sadam no debe ocurrir tras una campaña de bombardeos. Makiya ha debido estar viviendo en Marte para imaginar que en caso de guerra no se llevaría a cabo un ataque masivo, aunque todos y cada uno de los planes que han circulado sobre el cambio de régimen en Iraq dejan claro explícitamente que Iraq sería bombardeada despiadadamente. La segunda presunción es igualmente imaginativa ya que Makiya parece creer contra toda evidencia que EEUU está comprometido con la democratización y la construcción nacional iraquí. Porqué piensa que Iraq es como Alemania o Japón tras la II Guerra Mundial (ambas fueron reconstruidas por la Guerra Fría) está fuera de mi alcance; además, no menciona ni una vez el hecho de que EEUU está determinado a hacer caer el régimen iraquí por las reservas de petróleo del país y porque Iraq es un enemigo de Israel. Así que empieza por hacer presunciones absurdas que simplemente revolotean ante cualquier evidencia.
Sin inmutarse por tal clase de consideraciones, sigue insistiendo. Los iraquíes están comprometidos con el federalismo -declara- más que con un gobierno centralizado. La prueba que ofrece es bastante despreciable. Al igual que todos sus otros intentos de convencer al lector de que está argumentando eficazmente, su lógica es tan débil porque está basada igualmente en suposiciones ficticias y en sus propias y altamente dudosas afirmaciones personales. Él es quien está comprometido con el federalismo y eso mismo dice de los kurdos. No se preocupa en decir de dónde se supone que va a salir el federalismo como sistema -más que de su propio despacho en el Departamento de Estado. Claramente, él proyecta que se imponga desde el exterior, aunque hace una reivindicación en absoluto probada de que "todo el mundo" está de acuerdo en que el federalismo en Iraq debe ser la salida. Ello "significa delegar el poder fuera de Bagdad en las provincias", presumiblemente mediante el golpe del general Tommy Franks [1]. Uno podría haber pensado que la Yugoslavia posterior a Tito nunca existió y que el trágico federalismo de ese país fue un éxito total. Pero Makiya está tan apegado a sus ideas como una especie de teórico gubernamental que simplemente ignora conjuntamente las consecuencias, la historia, la gente, las comunidades y la realidad para poder dar forma a su improbable y absurdo planteamiento. Por supuesto, esto es exactamente lo que le gusta al gobierno de EEUU, es decir, disponer de una miscelánea de intelectuales árabes sin responsabilidad ante los electores que insten a la guerra al ejército de EEUU mientras fingen llevar "la democracia" al lugar en abierta contradicción con los objetivos reales de EEUU y con sus prácticas históricas. Parece como si Makiya no supiera nada sobre las ruinosas intervenciones de EEUU en Indochina, Afganistán, América Central, Somalia, Sudán, Líbano y las Filipinas, o que en la actualidad, EEUU está involucrado militarmente en más de 80 países.
El clímax de la justificación de Makiya para la invasión de Iraq por EEUU es su propuesta de que el nuevo Iraq deberá ser no-árabe. (En alguna parte, habla con desprecio de la opinión árabe que, dice, no llegará nunca a nada. Ello aclara obviamente el tablero de sus aireadas especulaciones tanto sobre el futuro como del pasado). De qué modo se producirá esa mágica solución desarabizadora, Makiya nada dice; ni de cómo se va a deshacer Iraq de su identidad islámica y de su capacidad militar. Se remite a una misteriosa cualidad alquímica que él llama territorialidad y procede a construir otro castillo de arena sobre esta base para un futuro Estado de Iraq. Al final, sin embargo, indica con voluntarismo que todo esto va a estar garantizado "desde el exterior", por EEUU. Dónde haya ocurrido esto anteriormente es algo que no preocupa a Makiya; mucho menos parece preocuparle el unilateralismo de EEUU y su destructividad innecesaria.
Uno apenas sabe si reír o llorar ante la actitud de Makiya. Claramente, este es un hombre sin experiencia de gobierno o siquiera de ciudadanía. Entre países y culturas y sin estar comprometido visiblemente con ninguno de ellos excepto a su móvil y ascendente carrera- [Makiya] ha encontrado ahora un refugio profundo dentro del gobierno de EEUU que utiliza para estimular sus fantasiosos vuelos pasmosamente especulativos. Para ser alguien que ha dado conferencias sobre responsabilidad intelectual y juicio independiente, da ejemplos de [no tener] ni lo uno ni lo otro; sino todo lo contrario. Elevado en un púlpito que le ha liberado de ninguna responsabilidad, parece estar sirviendo ahora a un amo que le ha pagado bien por sus servicios -como Sadam le empleó en el pasado- y por su versátil conciencia. Me parece increíble que Makiya se permita a si mismo tal mojigatería y vanidad, pero ¿por qué no? Nunca se ha implicado en un debate público con sus compatriotas iraquíes, nunca ha escrito para un público árabe; nunca se ha propuesto a si mismo para un cargo o papel político que requiera coraje personal y compromiso. O ha escrito bajo seudónimo o ha atacado a gente que no ha tenido la posibilidad de responder a sus difamaciones.
Es triste que Makiya sugiera implícitamente que él es la voz y el ejemplo del futuro Iraq. Y pensar que miles de vidas se han perdido ya por las crueles sanciones de su patrón o que más vidas y sustentos están a punto de ser destruidos mediante la guerra electrónica ejecutada en su país por el gobierno de George Bush. Pero a este hombre no le preocupa nada de todo esto. Desprovisto de compasión o de verdadera comprensión, parlotea para audiencias anglo-estadounidenses que parecen satisfechas de que aquí, al menos, haya un árabe que muestra el debido respeto a su poder y a su civilización, sin consideración de qué papel jugó Gran Bretaña en la partición imperialista del mundo árabe o del daño que EEUU ha inflingido a los árabes dando su apoyo a Israel y al conjunto de dictadores árabes.
En si mismo y por sí mismo, Makiya es un fenómeno pasajero. Sin embargo, él es un síntoma de varias cosas a la vez. Representa al intelectual que sirve al poder incuestionablemente; cuanto mayor es el poder, menos dudas tiene. Es un hombre vanidoso que no tiene compasión ni conciencia demostrable del sufrimiento humano. Sin principios ni valores estables, es el típico de los cínicos halcones antiárabes (como Richard Perle, Paul Wolfowitz y Donald Rumself) que picotean la Administración Bush como moscas en un pastel. Ni el imperialismo británico, ni las brutales políticas de la ocupación de Israel, ni la arrogancia estadounidense le detienen ni un momento. Y lo peor de todo: es un hombre pretencioso y superficial que se favorece a si mismo por su falta de sensatez incluso cuando condena a su propio pueblo a mayores penas y a más dislocación. ¡Ay, pobre Iraq!
*Edward W. Said, árabe nacido en Jerusalén en 1935, es ensayista y profesor de Literatura Inglesa en la Universidad de Columbia (Nueva York) y ha sido galardonado recientemente con el Premio Príncipe de Asturias.
Al Ahram Weekly, núm. 614, 28 de noviembre-4 de diciembre de 2002
Traducción: Loles Oliván, CSCAweb
1. Véase en CSCAweb: La Administración Bush prevé la ocupación indefinida de Iraq y la imposición de un régimen militar provisional estadounidense
Tomado de Comité de Solidaridad con la Causa Arabe
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