México D.F. Miércoles 26 de marzo de 2003
Noam Chomsky
La Jornada
En este momento tétrico no podemos hacer nada para detener la invasión en curso. Pero eso no quiere decir que el deber haya terminado para las personas que tienen alguna preocupación por la justicia, la libertad y los derechos humanos. Lejos de ello. Las tareas serán más urgentes que antes, cualquiera sea el resultado del ataque. Y sobre eso, nadie tiene una idea: ni el Pentágono, ni la CIA ni nadie más.
Los temas son fundamentales y de largo alcance. La oposición a la invasión a Irak no tiene precedentes históricos. Hay un creciente temor al poder de Estados Unidos, que es considerado la mayor amenaza a la paz en gran parte del mundo, probablemente por una gran mayoría. Y con la tecnología de destrucción ahora a mano, cada vez más letal y nefasta, la amenaza a la paz significa la amenaza a la sobrevivencia.
El temor al gobierno de Estados Unidos no está basado únicamente en esta invasión, sino en los antecedentes de los que surge una determinación abiertamente declarada a gobernar el mundo por la fuerza. El objetivo anunciado abiertamente es evitar un desafío al "poder, posición y prestigio de Estados Unidos". Tal desafío, ahora o en el futuro, y cualquier señal de que pueda surgir serán enfrentados con fuerza abrumadora por los gobernantes del país que gasta más que el resto del mundo junto en medios de violencia.
La actual administración está en el lugar extremista del espectro de la política de planificación, y su aventurerismo e inclinación por la violencia son insólitamente peligrosos.
La "ambición imperial" de los actuales poseedores del poder, como se la llama francamente, ha provocado escalofríos en todo el mundo, incluyendo a la corriente principal del establishment en Estados Unidos. En otras partes, por supuesto, las reacciones son mucho menos temerosas, especialmente entre las víctimas tradicionales. Saben demasiada historia, la aprendieron con dolor, como para ser confortados por una retórica exaltada. Han escuchado demasiado de eso a través de los siglos mientras eran golpeados por el club llamado "civilización". Hace sólo unos pocos días el presidente del Movimiento No Alineado, que agrupa a los gobiernos de la mayoría de la población del mundo, describió a la administración Bush como más agresiva que Adolfo Hitler.
Aun antes de que la administración Bush hiciera crecer drásticamente esos temores en los meses recientes, los especialistas en asuntos internacionales y de inteligencia informaban a cualquiera que quisiera escuchar que las políticas que aplica Washington probablemente conduzcan a un aumento en el terror y la proliferación de armas de destrucción masiva, por venganza o simplemente por disuasión. Hay dos formas en que Washington puede responder a las amenazas engendradas por sus acciones y asombrosas proclamaciones. Una es tratar de aliviar las amenazas prestándole alguna atención a agravios legítimos y aceptando convertirse en un miembro civilizado de una comunidad de naciones con algún respeto por el orden mundial y sus instituciones. La otra forma es construir motores de destrucción y dominación más terribles, de manera que cualquier amenaza percibida, no importa cuán remota, pueda ser aplastada, lo cual provocaría nuevos y mayores desafíos. Esa forma plantea peligros más serios al pueblo de Estados Unidos y al mundo, y puede, muy posiblemente, llevar a la extinción de la especie, lo que no es una especulación ociosa.
La guerra nuclear terminal ha sido evitada casi de milagro en el pasado. Las amenazas son serias y aumentan. Estas se cuentan entre las grandes preocupaciones que deben, creo, recordarse claramente mientras se mira cómo se desarrollan los acontecimientos en su forma impredecible, mientras la fuerza militar más terrible en la historia humana es desatada contra un enemigo indefenso por un liderazgo político que ha compilado un aterrador récord de destrucción y barbarie desde que tomó las riendas del poder en los últimos 20 años.
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Tomado de La Jornada
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