17 de marzo

20 de Marzo de 2003

¿El fin de la ONU?

Angel Guerra Cabrera
La Jornada

El régimen de Sadam Hussein no merece simpatía. Ha reprimido con saña a los comunistas y a todo opositor, agredió al Irán antiimperialista de los ayatolas, contra el que usó municiones químicas, e invadió Kwait. Estados Unidos lo sabe bien porque fue quien lo instigó contra Teherán y le vendió esas armas y quien le dio la venia para atacar al emirato, aunque luego lo haya negado. Pero ha sido el pueblo iraquí el diezmado por el bloqueo impuesto en la ONU por Washington y será ahora también el blanco de las bombas. Por eso es farisaico el ultimátum de George W. Bush a Irak, inicio de la aplicación de la demencial doctrina de la guerra "preventiva" y de un ciclo de guerras coloniales.

El inquilino de la Casa Blanca no sólo tuvo la desfachatez sin precedentes de exigir a Hussein que antes de 48 horas marchara al exilio, sino al ejército de ese país que renunciara al deber de defender su patria rindiéndosele incondicionalmente, exigencias que de no acatarse determinarían el inicio del ataque. Esto, sin que la superpotencia haya sido agredida o siquiera amenazada por Bagdag, sin que concurran las circunstancias que convalidarían legalmente una declaración de guerra, sin que Washington haya probado las acusaciones con que ha pretendido justificar la agresión, sin que los inspectores hayan verificado la existencia de armas de destrucción masiva operativas en la nación árabe y sin que el Consejo de Seguridad de la ONU haya aprobado una acción bélica, a la que se oponen expresamente 11 de sus 15 integrantes. Viendo que tras frenéticas presiones a los miembros permanentes y no permanentes de ese órgano no conseguía más votos para su proyecto de agredir a Bagdag -únicamente respaldado por Reino Unido, España y Bulgaria- Bush optó sin tapujos por prescindir de su opinión burlando descaradamente la Carta de la ONU.

El soborno y la amenaza como instrumentos para quebrar resistencias y reclutar aliados que tanto resultado le han dado hasta hoy a la diplomacia yanqui, en esta ocasión no alcanzaron más que para uncir en la empresa bélica a un desprestigiado puñado de reclutas -la "coalición de los decididos"- que no vale la pena enumerar. De los más conspicuos -Tony Blair y José María Aznar-, uno representa las ruinas nostálgicas del imperio británico y del naufragio neoliberal de la socialdemocracia(¿ alguien se acuerda todavía del profeta de la tercera vía e ilustre adalid de la izquierda moderna reverenciado por tantos intelectuales?); el otro, la obscena permanencia del franquismo en la columna vertebral del Estado español bajo el ropaje de una transición manipulada por las cúpulas a espaldas de los pueblos que lo integran.

Fuera de acompañantes de esa calaña, al ataque contra Irak se opone la abrumadora opinión pública mundial, que es lo que principalmente ha hecho posible, sostiene y confiere una fuerza sin precedentes a la postura contra esta guerra de Francia, Alemania, Rusia, China, el Vaticano y una mayoría de gobiernos en el planeta. Se ha afirmado por analistas que la decisión unilateral de Bush liquida a la ONU, lo que da la razón a aquel cuando declaró que esta se volvería "irrelevante" de no acceder a su obsesión guerrerista.

Sin embargo, la situación actual indica lo contrario. Ningún momento ha sido más propicio que este para plantearse el fortalecimiento de la ONU, que equivaldría a su profunda reforma democratizadora. Si el Consejo de Seguridad no actúa hasta las últimas consecuencias -como es su deber- contra la violación flagrante de la Carta del organismo por Washington y sus compinches, tocaría intervenir a la Asamblea General y exigir de aquel que asuma sus responsabilidades. Contará para ello seguramente con el apoyo de esa opinión pública que rechaza vehementemente la guerra de Bush y a ella debe apelar. La iniciativa podría tomarla el Movimiento de los no Alineados -la mayoría de los estados miembros-, cuyas poblaciones serán las que más sufran las consecuencias de la agresión a Irak, incluida la ulterior aplicación generalizada de la doctrina de guerra "preventiva". Un debate en la Asamblea General de la injusta y arbitraria agresión en marcha, atento a la opinión de quienes protestan en la calle, concluiría con una censura plebiscitaria universal a Estados Unidos que exigirá su retirada de Irak. Sería un buen comienzo del proceso que lleve a una ONU que como norma escuche a los pueblos y donde termine el monopolio de las decisiones por las grandes potencias en el Consejo de Seguridad.

guca@laneta.apc.org

Tomado de La Jornada

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