18 de febrero del 2003
Higinio Polo
Rebelión
Escribo esta nota de urgencia todavía con la emoción de haber participado en la mayor manifestación que jamás se ha celebrado en Barcelona. Según fuentes del Ayuntamiento de la ciudad, un millón trescientas mil personas abarrotaban las calles del centro de la ciudad, en una masiva demostración de que los ciudadanos están contra la guerra que Washington prepara contra Iraq. La cabeza de la manifestación ha tardado tres horas en llegar a la plaza de Tetuán, donde terminaba el recorrido. El clamor era unánime: No a la guerra.
Una hora antes del inicio de la manifestación ya se veían por todas las calles del centro verdaderas riadas humanas, gente de todas las edades, con la determinación de mostrar su rechazo a la aventura belicista del gobierno norteamericano. Allí estaban las banderas contra la guerra, los tanques de cartón llevados por estudiantes; los mil estandartes sencillos, hechos en todos los rincones donde la gente alimenta su confianza en la libertad y su rechazo a la guerra; allí se mostraban los gestos de solidaridad con el maltratado pueblo iraquí. Después de tres horas, queda la emoción incontenible y algunas imágenes en la retina: los jóvenes incansables que gritaban contra el odio, el grupo de veteranos jubilados que guardan la memoria del horror de la guerra y aguantaban a pie firme el inicio de la manifestación, el precario folio con el que un anciano mostraba desde un balcón su rechazo a la guerra, o el cartel de una tienda oriental que había escrito en castellano y chino: "China contra la guerra". También, los gritos constantes de la gente contra el gobierno de Estados Unidos, contra la sumisión de Aznar, Blair o Berlusconi, el rechazo a la política del gobierno español, los gritos de solidaridad con el pueblo palestino, las canciones que subrayaban la determinación de seguir en las calles luchando por la paz, intentando detener la agresión imperialista a Iraq. Después de esas tres horas, queda la razón democrática contra la ferocidad de la guerra.
La actriz Carme Sansa leía al final un comunicado en el que se muestra el firme rechazo a la guerra y se reclama el levantamiento del embargo a Iraq. También, el reconocimiento de los derechos del pueblo palestino, la exigencia al gobierno español para que no se implique en la guerra ni acceda a facilitar instalaciones a la máquina de guerra de los Estados Unidos. Era unánime el rechazo: cuando Carme Sansa hacía referencia a la actuación del gobierno norteamericano o español la gente gritaba OTAN, no; bases, fuera, o gritaba asesinos. Terminó haciendo un llamamiento a la desobediencia civil, si la guerra comenzase.
Es difícil parar la guerra, sí, pero hay que hacer lo posible. Los ciudadanos lo saben, y, antes de que se inicie, quieren detener esta guerra infame y criminal. No lo decían sólo en Barcelona, y los manifestantes lo sabían: en Nueva York, París, Londres, Berlín, Madrid, Valencia, Roma, y en tantas otras ciudades del mundo la gente, la buena gente, mostraba con su presencia en las calles la soledad de los guerreros de la muerte. Bush y Blair se han puesto al mundo en contra. Bush tiene el dedo en el gatillo, pero el mundo está en las calles.
Tomado de Rebelión
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