16 de febrero de 2003
La gran confrontación está en marcha: barbarie contra civilización
James Petras
Rebelión
Traducido para Rebelión por Manuel Talens http://www.manueltalens.com/
Según estimaciones de las Naciones Unidas, la guerra estadounidense de agresión provocará la muerte, la invalidez o el desplazamiento de más de 10 millones de iraquíes. Es sumamente probable que las cifras que manejan los servicios de inteligencia de los EE.UU. sean similares. Washington ha puesto en marcha un plan militar que incluye cientos de aviones y barcos de guerra dispuestos a lanzar miles de toneladas de explosivos sobre ciudades, pueblos, infraestructuras esenciales e instalaciones de defensa de Irak. Los medios de comunicación del mundo han descrito con mayor o menor detalle el despliegue por tierra, mar y aire. Los funcionarios públicos estadounidenses hablan abiertamente de la destrucción sistemática, del pillaje y de la ocupación prolongada de Irak.
El genocidio -la destrucción masiva, sistemática de un pueblo y de una nación- ha sido planeado hasta el último detalle táctico. Los economistas han calculado de forma minuciosa el costo de los movimientos de tropas, de los bombardeos y de los desplazamientos de la población, tras lo cual han estimado el impacto de la guerra sobre el presupuesto nacional y los futuros beneficios a obtener del petróleo, así como el tiempo que durará la ocupación y los gastos a que dará lugar.
Se trata de un genocidio científicamente premeditado, similar al que preparó la Alemania nazi durante la Conferencia Wannsee de enero de 1942, cuando el alto mando decidió la exterminación de los judíos. La diferencia principal con aquella experiencia es que la decisión de Washington con respecto al genocidio antecede a la guerra y los verdugos la han difundido ampliamente en documentos públicos y en discursos oficiales.
Los arquitectos de la aniquilación proceden de diversos grupos étnicos, raciales y religiosos: dos son negros, algunos son anglosajones, varios son judíos y uno es de origen hispano. A excepción de Powell, todos ellos evitaron el servicio militar o cualquier función de combate durante la guerra de Vietnam. Todos ellos han estado implicados en la planificación o el apoyo de guerras anteriores de agresión o de atrocidades militares. Durante la guerra de Vietnam, Powell escribió un informe en el que justificaba la matanza de My Lai, es decir, el asesinato de cientos de campesinos desarmados por parte del ejército estadounidense. En tiempos de la Administración Reagan, Rumsfeld fue un gran defensor de la intervención militar y el apoyo de terroristas en América Central, Asia y África. Paul Wolfowitz y Richard Perle, como consejeros del Likud, diseñaron la estrategia de la destrucción sistemática del Estado palestino, política que el régimen de Sharon ha venido poniendo en práctica desde entonces.
Lo que en el pasado fueron ejercicios teóricos de limpiezas étnicas, planificación de matanzas localizadas y justificaciones teóricas, se ha fundido ahora en una doctrina sistemática de genocidio internacional. Cada miembro de la elite genocida aporta sus patologías particulares: Powell, su capacidad para fabricar sistemáticamente "pruebas" que justifiquen las matanzas; Condeleeza Rice, su apego ilimitado al poder a cualquier precio; Rumsfeld, las frustraciones de no haber sido nunca más que un mediocre no combatiente que ahora se las da de ser el mayor estratega militar del mundo; Wolfowitz y Perle, su odio visceral hacia los palestinos y los árabes y su adhesión incondicional a las limpiezas étnicas israelíes y al terror.
Lo que les importa a las elites genocidas no es el petróleo o Wall Street, sino el poder ilimitado y la dominación mundial. No ven peligro alguno en la extrema derecha, sino aliados como Sharon. Para estas elites, las críticas de socios de la OTAN como Chirac y Shroeder representan el mal y no son más que "obstáculos". Protegen y promueven a sus innobles y serviles vasallos en la Europa del Este y del Sur. Las fanfarronadas y los insultos de taberna que ha lanzado Rumsfeld retumban como un eco por los salones silenciosos de las Naciones Unidas. La aguda voz metálica de Bush busca la complicidad del pueblo estadounidense para llevar a cabo su genocida invasión de Irak. Los integrantes de la elite militarista, cada uno de ellos según su propio estilo, avanzan en formación militar en pos del exterminio sistemático de una nación entera, y ello con un sentimiento absoluto de impunidad y una arrogancia ciega.
Pero sus consejeros y sus publicistas les han dicho que la gente está inquieta. Cientos de miles de ciudadanos se han echado a las calles en todas las ciudades principales y en muchos de los pueblos a lo largo y a lo ancho de los EE.UU. Al principio, los genocidas recibieron tales informes como provenientes de "los izquierdistas habituales". Pero, entonces, decenas de miles de otros ciudadanos, que incluyen a escritores prominentes, artistas, ex embajadores y generales, unieron sus voces a las de la calle. Los genocidas se pusieron frenéticos e intentaron negar el clamor de la oposición pública activa: "Prohiban las protestas callejeras", "impidan cualquier cobertura en los medios de comunicación". Ahora, se inventan mentiras más audaces, dan más ruedas de prensa, escriben discursos más beligerantes y envían al Emperador Bush a que lea sus discursos en cualquier parte donde esté garantizado un público seguro.
Los genocidas están cada vez más histéricos, sus insultos son cada vez más fuertes conforme se enfrentan a "obstáculos" en la OTAN y en las Naciones Unidas y a la creciente oposición en el interior del país. Sienten que corren contra el reloj, pues cuanto más retrasen los europeos el genocidio, mayor será la conciencia pública del horror y de las implicaciones de la empresa, y más probabilidad habrá de que la oposición aumente por millones y sea imposible controlarla con los medios de comunicación y la policía. Quieren el genocidio ahora: les aterra que todos sus planes, sus fantasías de poder mundial y de un Oriente Próximo bajo poder angloisraelí y sin la resistencia árabe, se esfumen en el aire y que ellos, personalmente, fracasen y pasen a la historia como los genocidas que cayeron derrotados por su propio pueblo y no por ejércitos invasores, que es lo que les sucedió a sus precursores en el Tercer Reich.
En la cima del poder, los líderes de Europa y EE.UU. discuten sobre las condiciones y el momento de la guerra: los EE.UU. movilizan a sus satélites de la Europa del Este, heredados de la antigua URSS, mientras que los gobiernos francés, alemán y belga cuentan con el apoyo de la inmensa mayoría de sus votantes, que se oponen a la guerra. Washington y Gran Bretaña movilizan a sus reservistas militares y a los fundamentalistas cristianos y sionistas de extrema derecha, mientras que los sindicatos obreros ingleses, franceses, italianos y españoles amenazan con huelgas y las principales iglesias cristianas se unen, y millones de ciudadanos cierran filas a través de las naciones con protestas públicas y actos de desobediencia civil.
La guerra que se acerca al Oriente Medio no es sólo una conquista colonial imperial, sino también un conflicto entre la barbarie y la civilización, cuyos resultados y consecuencias no se limitarán al desenlace militar en Irak. Estamos ante una confrontación histórica entre los partidarios del genocidio, que creen en uno, dos o muchos Afganistán e Irak, y la oposición floreciente de millones de seres humanos, de sus mejores escritores e intelectuales, de todo lo que hay de noble y digno entre sus portavoces religiosos y espirituales y, por encima de todo, de sus líderes naturales entre las clases populares. No es posible hacer compromiso alguno, no habrá final hasta que se llegue a uno de estos dos resultados: o bien el mundo abraza una civilización limpia de imperialismo, genocidio y matanzas étnicas o bien descenderemos al infierno de un mundo gobernado por psicópatas genocidas que consideran la guerra como el medio para la dominación perpetua.
Tal como dejó escrito Jean-Paul Sartre, "no hay salida", hemos de tomar partido y afrontar las consecuencias. Allá donde vivamos y trabajemos, tendremos que implicarnos, porque el imperio está por todas partes, desde el norte de México al centro de Buenos Aires, desde los yacimientos petrolíferos de Oriente Próximo a los bancos de Yakarta. Pero también los movimientos populares están por todas partes. En las calles de Roma, Londres, París, Madrid, Atenas, Seúl, Manila, Nueva York y en otros cientos de ciudades y pueblos pequeños, millones de trabajadores, de pobres urbanos, de campesinos, de jubilados, de miembros de la clase media y de estudiantes, se han movilizado.
La gran confrontación tendrá lugar. Estamos viviendo la historia. Creo que ganaremos. No con la fe del visionario, sino con la convicción de que nuestra lucha representa lo mejor del género humano.
Tomado de Rebelión
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