19 de febrero de 2003
Ignacio Ramonet
otrarealdiad.net
"Se acabó el juego", declaró el presidente Bush. O sea, como dice la canción: "Se terminó el alboroto y ahora empieza el tiroteo". Mal momento. Nadie dudaba, desde hacía semanas, de que tendría lugar la guerra de los Estados Unidos contra Irak. Washington quiere con frenesí ese conflicto y nada parece poder impedirlo. Pero todos los observadores pensaban que las hostilidades empezarían hacia principios de marzo. Y nunca antes.
¿Por qué? Pues porque, desde el 24 de enero pasado y hasta finales de febrero, es la época de la gran peregrinación a La Meca, ciudad sagrada del islam. En estos momentos hay allí concentrados, procedentes de todo el mundo, más de dos millones de musulmanes. Dos millones... Casi todos ellos con sentimientos muy antiamericanos. Y a escasas leguas de algunas de las principales bases militares de la región de donde despegarán los bombarderos de ataque... Si el conflicto estalla en los próximos días -después del 14 de febrero como algunos lo están vaticinando- se armará en La Meca un caos hipercolosal.
Por imperativos militares, los aviones de los peregrinos se verán impedidos de volar en un cielo saturado por decenas de aeronaves que cumplen misiones de guerra. Bloqueados en la ciudad santa, centenares de miles de buenos musulmanes no podrán regresar a sus respectivos países y, cual náufragos, pasarán a depender para todo -alojamiento, comida, bebida, asistencia médica- de las autoridades saudíes, reputadas por su excepcional incapacidad organizativa. Todo ello creará una formidable atmósfera explosiva cuyo estallido de ira no podrá esta vez ahogarse en sangre. Podría extenderse hasta la propia capital, Riad, y acabar por derrumbar a la dinastia saudí.
Incluso es posible que, en Washington, algunos perversos consejeros, entre los halcones que rodean al presidente Bush, hayan imaginado empezar antes la guerra para provocar así la caída de la muy reaccionaria monarquía de Arabia Saudí (que los Estados Unidos han sostenido siempre, pero de la que han empezado a distanciarse después de los atentados del 11 de septiembre del 2001) como primer acto del gran zafarrancho que prometen para toda la región de Oriente Próximo.
Influidos sin duda por la propaganda dominante, algunos expertos pretenden que Washington va en efecto a intervenir no sólo en Irak sino, de paso, en el conjunto de la región, para desembarazarla por fin de todas las dictaduras que por allí hay. La liquidación de Sadam Huseín no sería sino el botón de muestra. Y por eso nos invitan a aplaudir tal empresa de democratización del mundo árabe ... En cierto modo, nos dicen, el fin (la democracia por venir) justificaría los medios (la guerra preventiva).
Este cuento de hadas no lo puede creer nadie que mínimamente conozca la historia de las intervenciones militares norteamericanas en los países del otrora llamado Tercer Mundo. Los Estados Unidos han sembrado dictaduras por doquier. Principalmente en América central y en el Caribe, en donde nadie ha olvidado las sangrientas tiranías de Batista en Cuba, de Trujillo en Santo Domingo, de Duvalier en Haití, de Somoza en Nicaragua, de Ríos Montt en Guatemala, de Pérez Jiménez en Venezuela, de Stroessner en Paraguay, de Videla en Argentina y de Pinochet en Chile, para no citar sino la más memorables.
En el propio Oriente Medio, el proyecto de establecer una democracia en Irak resulta muy poco creíble, puesto que Washington apoya, a veces desde hace decenios, a algunas de las más espantosas autocracias de la región: Egipto (uno de los países que más presos políticos tiene en el mundo, más de 20.000...); Arabia Saudí (foco principal del islamismo radical); los emiratos del Golfo, Pakistán (protector durante años de los talibanes), Uzbekistán...
El argumento propagandístico es excelente: morir por la democracia. La realidad, mucho más prosaica: conquistar el petróleo iraquí.
Tomado de Rebelión
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