6 DE ABRIL DE 2003
II y último
Miguel Marín Bosch*
La Jornada
Hace unos días planteamos la necesidad de que, ante una guerra ilegal, los defensores del derecho internacional deberían presentar un proyecto de resolución al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas condenando el uso de la fuerza militar en Irak. Hoy abordaremos el tema de la ONU: ¿y ahora qué?
Con la acción bélica en Irak de la coalición que encabeza Estados Unidos se ha puesto de moda otra vez la discusión sobre el futuro de la ONU, su relevancia o irrelevancia, discusión que invariablemente se decanta hacia el tema de la necesidad de reformar las Naciones Unidas. En las semanas recientes se han escuchado muchas voces pidiendo cambios en la estructura de la ONU. Al analizar ese tema es necesario subrayar que la ONU no es una entidad independiente con vida propia. Es la suma de las voluntades de sus 191 miembros. Para aquilatar la actuación de la ONU debemos partir de la siguiente premisa: no podemos pedirle, y mucho menos exigirle, a otros países o a la ONU algo que no estamos dispuestos a hacer nosotros.
Si nosotros no somos capaces de defender el derecho internacional, no podemos pedirles a otros que lo hagan. Ejemplo:
El 12 de julio de 2002 el Consejo de Seguridad adoptó por unanimidad la resolución 1422 relativa a la entrada en vigor (el 1° de ese mes) del Estatuto de la Corte Penal Internacional. Originalmente el asunto fue planteado por Estados Unidos al solicitar que el Consejo de Seguridad les concediera inmunidad a sus ciudadanos que formaban parte de operaciones establecidas o autorizadas por la ONU. La reacción inicial de aquellos países que se habían adherido al estatuto fue muy negativa. ¿Cómo era posible que se pidiera al consejo que concediera inmunidad a los nacionales de Estados Unidos? Muy pronto, sin embargo, el consejo decidió, con base en el artículo 16 del estatuto, concederles inmunidad al personal de todos los países que no han suscrito el Estatuto y que trabajan en las operaciones establecidas o autorizadas por la ONU. Dicho de otra manera, en el momento que entró en vigor el Estatuto de la Corte Penal Internacional, un viejo anhelo de la comunidad internacional que la ONU había promovido, la propia ONU suspende la aplicación del mismo para todos aquellos que, como Estados Unidos y otros países, lo han rechazado.
Al aprobar la resolución 1422, el Consejo de Seguridad actuó contra la misma ONU y ninguno de sus 15 miembros se atrevió a decirlo. Se limitaron a endosar la posición de Estados Unidos. Otro ejemplo del unipolarismo actual.
Es cierto que la guerra fría definió en gran parte los límites de la acción de la ONU hasta 1990. La desaparición del mundo bipolar ha obligado a sus miembros a replantear toda una serie de cuestiones que la rivalidad ideológica entre los dos bloques militares había definido, de una manera u otra, para el resto de la comunidad internacional.
La llamada "nueva realidad internacional" se puso de manifiesto en la reunión cumbre que celebró el Consejo de Seguridad el 31 de enero de 1992. Ahí se volvió a tratar la necesidad de ampliar la composición y de aumentar el número de miembros permanentes del Consejo de Seguridad. El presidente de Venezuela habló de la necesidad de adecuar la estructura de la ONU a las nuevas realidades internacionales. El primer ministro de India señaló que el número de miembros de la Asamblea General se había triplicado desde 1946 y que el consejo no podía seguir del mismo tamaño. El primer ministro de Japón fue aún más lejos al recordar que la contribución de su país al presupuesto ordinario de la ONU era más que el total de Francia y Reino Unido. Como era de esperarse, los miembros permanentes no aludieron a esta cuestión que cada día cobra más interés para los demás.
Son dos los aspectos centrales del tema de la composición del Consejo de Seguridad. En primer lugar, es obvio que refleja una concepción caduca del concierto de naciones, ya que hace tiempo que Alemania y Japón rebasaron a algunos de los "cinco grandes" de 1945. Esa expresión suena rara en estos momentos, sobre todo a la luz del poderío económico de esos dos países que, por cierto, sufragaron buena parte del costo de la Guerra del Golfo.
Tras su reunificación en 1990, Alemania empezó a actuar de manera más independiente en sus relaciones internacionales. Claro ejemplo de ello fue su reconocimiento apresurado de las repúblicas de Croacia y Eslovenia. Su opinión pública también empezó a criticar la composición del consejo, calificándola de anacrónica.
La reforma del Consejo de Seguridad se ha convertido en el símbolo de la adaptación de la ONU a las nuevas realidades del mundo después de la guerra fría. Se habla de "democratizar" su estructura. Algunos buscan eliminar el veto de los miembros permanentes; otros quieren ampliar su número. El debate se intensificó en vísperas de 1995, año del quincuagésimo aniversario de la organización. Pero en 1994 el comité de la Asamblea General encargado con esta cuestión no pudo llegar a recomendaciones acordadas. Poco después Japón inició una campaña abierta para conseguir un puesto permanente en el consejo. Alemania hizo lo propio.
La pregunta pertinente es: ¿cuál es el perfil de un miembro permanente del Consejo de Seguridad? El debate surgió a raíz del creciente poder económico de Japón y Alemania, pero ahora han aparecido o reaparecido otros candidatos. India, por ejemplo, estuvo a punto de ser miembro permanente en 1945. Brasil, y en menor medida Argentina, también se consideran candidatos. Lo mismo ocurre con Nigeria y ahora Sudáfrica. El debate ya no es sólo cómo dar cabida a Japón y Alemania, sino cómo modificar el número de miembros, tanto permanentes como no permanentes del consejo a fin de que su composición refleje mejor la nueva realidad internacional.
Lo cierto es que la ONU no puede existir sin la presencia activa de las principales potencias militares y/o económicas, y éstas no participarán en sus trabajos si no tienen el derecho al veto.
En el Consejo de Seguridad recae la responsabilidad principal de la ONU para el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales. En los años recientes el consejo ha ido multiplicando sus operaciones de paz y actividades conexas. Al mismo tiempo, su composición no refleja las nuevas realidades internacionales. Más aún, sus decisiones no siempre gozan del apoyo decidido de los demás miembros de la ONU. He ahí la clave del problema que tendrá que resolverse pronto si la organización ha de convertirse en un verdadero instrumento multilateral de paz, y así cumplir con los nobles objetivos que sus fundadores se fijaron en 1945. Y la solución a este problema tendrá que buscarse en un equilibrio entre el reconocimiento del papel de las grandes potencias, por un lado, y la necesidad de que actúen conforme a la voluntad de la mayoría de los miembros de la ONU, por el otro.
La ONU se encuentra una vez más activamente involucrada en la búsqueda de soluciones a muchas crisis internacionales. En la última década del siglo xx dejó de ser un foro de debates casi olvidado para convertirse en otro cada vez más activo y relevante. Su imagen ha cambiado y, al igual que a finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta, hoy se le considera, con razón o sin ella, como la poseedora de la respuesta a muchos de los problemas mundiales.
La opinión pública mundial no siempre es consciente de lo que razonablemente se le puede pedir a la organización. Con frecuencia es vista como una institución independiente de sus estados miembros. Y cuando las cosas salen mal, hay quienes, sin saberlo, critican a "la ONU" como si ésta tuviera una vida propia. El problema se complica más al no contar con reglas claras para guiar sus múltiples operaciones para la consecución y el mantenimiento de la paz. El público y los medios de comunicación no siempre pueden distinguir entre una fuerza observadora de la ONU enviada para prevenir el inicio de hostilidades entre dos bandos antagónicos, y una fuerza militar de la ONU, parecida a un ejército nacional, con un mandato para restablecer la paz en alguna región.
A menudo se pide al Consejo de Seguridad que emita un juicio acerca de determinada situación y luego éste aparece impotente para componerla. Además, las tropas que los estados miembros deciden poner bajo el mando de la ONU son vistas por algunos como parte de un ejército humanitario, mientras que otros las consideran como un indicio de un proyecto intervencionista o punitivo. Y no debería pedírsele a la organización que, en un determinado conflicto, lleve a cabo misiones humanitarias (parecidas a las que, con neutralidad muy estudiada, viene desarrollando desde hace más de un siglo el Comité Internacional de la Cruz Roja) y, al mismo tiempo, exigirle que tome partido en el mismo.
En suma, la ONU debería resistirse a asumir misiones paralelas y con frecuencia contradictorias en torno a un mismo problema. Y aún más importante sería evitar convertirse en un "actor complementario" en la solución de crisis, encargado de recoger los trastos de otros, como en Somalia, Ruanda o Haití. La ONU tampoco debería prestarse a jugar un papel de "frente" para cubrir la intervención de otros, como en los casos de Bosnia-Herzegovina y Kosovo, en los que la Organización del Tratado del Atlántico Norte dirigió la misión de la ONU. En Afganistán la historia ha sido otra y ahora en Irak se ha puesto en duda una vez más la capacidad de la ONU para resolver situaciones difíciles.
Al suscribir la Carta de las Naciones Unidas, los miembros de la organización se comprometieron a cumplir y hacer cumplir sus propósitos y principios. No todos lo están haciendo. Pero será imposible que la ONU avance hacia sus metas mientras aquellas naciones que sí creen en la organización no sigan los dictados de sus conciencias. Hay que predicar con el ejemplo y, mientras más ejemplos haya entre los 191 miembros de la ONU, mejores resultados cosecharemos para la organización.
* Ex subsecretario de Relaciones Exteriores.
Tomado de La Jornada
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