17 de marzo

29 de julio del 2003

Bush: homicidio y obscenidad

La Jornada

Si el gobierno de George W. Bush hubiese sido capaz de mostrar al menos un remedo de compromiso con las causas de la libertad, la legalidad y los derechos humanos de los iraquíes, habría debido capturar a Uday y Qusay Hussein, señalados por el propio Bush como responsables de terribles crímenes, presentarlos ante un tribunal y garantizarles un proceso legal justo y apegado a las garantías individuales universalmente reconocidas. En cambio, las tropas de ocupación no vacilaron en asesinar a los dos hijos varones del depuesto Saddam Hussein en cuanto tuvieron la certeza de su localización. La residencia de Mosul donde se encontraban los hermanos Hussein no fue puesta bajo sitio para exigir la rendición y lograr la detención de los ocupantes, acción que habría resultado lógica, sino que fue rodeada por centenares de soldados, además de tanques y helicópteros de asalto, que de inmediato abrieron fuego de artillería, misiles y granadas contra una casa defendida por cuatro personas armadas con fusiles.

Los homicidios perpetrados por los invasores han eliminado de manera definitiva la posibilidad de esclarecer y confirmar o disipar las acusaciones que los opositores al régimen de Saddam y los gobiernos occidentales esgrimían contra Uday y Qusay. Ahora resulta imposible saber en qué medida fueron ciertas las atrocidades atribuidas a los hijos de Saddam, o si formaron parte de las innumerables mentiras fabricadas por Washington y Londres para justificar una invasión cuya barbarie está, esa sí, claramente documentada.

Ahora, en lugar de Uday y Qusay, quienes tendrían que ser llevados ante tribunales por crímenes de lesa humanidad son George W. Bush y Tony Blair, responsables, sin ninguna duda, de la muerte de miles de iraquíes. Pero la "justicia" ofrecida por esos gobernantes ha resultado ser, simplemente, la brutalidad del más fuerte.

No puede pasarse por alto que, tras los homicidios de Mosul, el gobernante estadunidense ha realizado una obscena exhibición planetaria de los cadáveres de sus enemigos, en lo que constituye una contravención de los más elementales principios de humanidad y de respeto al prójimo, además de una expresión de vulgaridad, bajeza y mal gusto. No está de más recordar la furia de los gobernantes estadunidenses cuando, en plena agresión militar contra Irak, algunos medios árabes de información transmitieron imágenes de bajas de guerra estadunidenses, y contrastar esa furia con la actual saturación mediática de los cuerpos reventados de Uday y Qusay.

En términos políticos, es asombrosa la capacidad de Washington y Londres para percibir al revés la lógica de los acontecimientos en Irak. Bush y Blair se empecinan en pensar que la creciente resistencia nacional iraquí está dirigida por los restos del régimen de Saddam y se esfuerzan, por ello, en la cacería humana del ex dictador, su familia y sus ex colaboradores. En esa misma perspectiva, suponen que la exhibición de los hermanos asesinados en Mosul puede servir de escarmiento y de factor de desmoralización de quienes combaten, con armas en la mano, a los ocupantes.

El estadunidense y el inglés no acusan recibo de los datos que apuntan al desarrollo de una red de combatientes iraquíes sin vínculos con el viejo régimen, unida por la determinación de expulsar del país a los invasores y saqueadores extranjeros. Mientras persistan en ese aferramiento, caracterizado por acciones a un tiempo torpes y criminales como el asesinato de los hermanos Hussein, lo único que harán será atizar el encono en su contra.

Tomado de Rebelión


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