29 de julio del 2003
Manuel Vázquez Montalbán
La Jornada
Descritos como dos solventes y crueles matarifes, dos huevos de futuras serpientes, los hijos de Saddam fueron durante su infancia, adolescencia y primera juventud príncipes herederos bien vistos por Estados Unidos y otras potencias que entonces no tuvieron en cuenta los excesos de aquellos jóvenes malcriados por su padre. Papá era el aliado de los dueños de la Tierra y cometió el error de pensar que algo le tocaba en el reparto: ¿por qué no Kuwait, provincia simbólica e histórica de Irak? Fue después de la guerra del Golfo cuando Saddam y sus hijos fueron demonizados y pocas horas después de la cacería buena parte de los medios de comunicación internacionales, más que plantearse lo moral o lo ético de la ejecución, recordaban las maldades cometidas por las dos víctimas. Curiosa relación lógica que podría conducir a la conclusión de que en aquellos años en que el joven Bush era una larva de gobernador exterminador, un alcohólico y un peligro como conductor borracho de coches deportivos que le había regalado papá, la señora Thatcher, es un decir, hubiera financiado una invasión de Estados Unidos con la finalidad de cazarlo y salvar así a la humanidad de morir atropellada o en la cámara de gas. Es más, los hermanos ahora exterminados figuraban muy destacadamente en una baraja de criminales de guerra diseñada por los mismos que habían perpetrado la guerra de anexión de Irak. Es como si los nazis, durante la Segunda Guerra Mundial, hubieran convertido a Churchill, a Roosevelt o a Stalin en una frívola baraja que por su frivolidad precisamente justificaba el que todos los personajes reproducidos fueran carne de exterminio. O a la inversa, que después del desembarco de Normandía el mando aliado, los representantes entonces del imperio del bien, hubieran hecho lo propio con los dirigentes nazis, fascistas y franquistas. Insospechable entonces una conducta semejante de potencias que precisamente se movían en pro de los derechos humanos y la democracia. Además, en el caso de los hijos de Saddam, la información militar insiste en que fueron localizados por dinero, es decir, los incentivos económicos creados para llegar mediante delaciones a todos los personajes de la baraja han dado resultado y se espera que próximamente otro iraquí pueda hacerse rico denunciando el lugar de escondite del dictador. Matar al dictador será la definitiva justificación para una guerra que ha gastado sangre y dinero a expuertas y que ha dinamitado el ecosistema político heredado de la guerra fría. Mientras las tropas estadunidenses cazaban y pateaban los dos huevos de serpiente, en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas asistíamos a una comedia de enredo, consistente en intentar que la ONU asumiera el padrinaje a posteriori de la guerra de anexión de Irak. Una vez más, la señora Palacio tuvo un papel estelar en la tragicomedia y muy carrerista ha de ser la ministra de Exteriores de España para tragarse todos los sapos que le exige el ejercicio de su cargo. De hecho, salvo Bush, que se siente obligado a compensar a sus conciudadanos de la voladura de las Torres Gemelas de Nueva York, la mayor parte de los políticos movilizados en favor de las sucias represalias emprendidas, sea en Afganistán, sea en Irak, han demostrado una gran tenacidad carrerista como principal virtud, aunque hayan tratado de disimularla con objetivos en ocasiones surrealistas. Por ejemplo Blair, semanas atrás, trataba de convencer a la humanidad de que gracias a la guerra contra Irak todos podíamos sentirnos más tranquilos, y Aznar debe considerar a estas alturas que todo, absolutamente todo lo ocurrido y por ocurrir en esa guerra, nos ayuda a luchar contra el terrorismo, contra el terrorismo concreto y contra el terrorismo abstracto. Necesitamos todavía unas cuantas semanas para ultimar los únicos objetivos posiblemente justificativos de todo lo ocurrido: la caza, captura, posible muerte de Saddam y un principio de acuerdo entre Israel y los palestinos, prendido con alfileres pero que al menos sirva de compensación y causa del intervencionismo militar de Estados Unidos y el Reino Unido. Se ha impuesto una política de hechos consumados, frente a los cuales la ONU trata de conservar la apariencia de una política de principios democráticos y de momento no se presta a ponerle cascos azules a los ángeles exterminadores del imperio del bien. Desde su encerrona iraquí, los ejércitos de ocupación retiran los cadáveres propios y ajenos y se ponen muescas en los misiles inteligentes, especialmente marcadas las de los hijos de Saddam, aquellos muchachos tan prometedores cuando papá machacaba a los iraníes, pero que luego crecieron alimentados por los peores vicios de la omnipotencia antidemocrática.
Tomado de Rebelión