17 de marzo

3 de abril del 2003

Bagdad, preparado para defenderse y asestar golpes demoledores al enemigo

Parecen impenetrables las defensas iraquíes

Las tropas de Hussein se han revelado como maestras del engaño para ocultar su presencia

ROBERT FISK ENVIADO ESPECIAL THE INDEPENDENT

Al Mussayib, Irak Central, 2 de abril. El camino al frente de guerra en la región central de Irak es un lugar de vehículos que se mueven a toda velocidad, de relucientes armas antiaéreas iraquíes, tanques y camiones ocultos en palmares, un tren de vehículos blindados bombardeado desde el aire y cientos de puestos de artillería escondidos tras montones de tierra para defender la capital.

Quien dude que el ejército iraquí está preparado para defender su capital debería tomar la carretera que va al sur de Bagdad.

¿Cómo, sigo preguntándome, podrán los estadunidenses abrirse paso a través de es-tas defensas? Kilómetro tras kilómetro de trincheras, pozos, búnkers subterráneos, palmares llenos de artillería pesada y ca-miones repletos de tropas en uniforme de combate y casco de acero.

Desde la guerra entre Irán e Irak de 1988 no había visto al ejército iraquí desplegado de este modo; los estadunidenses pueden decir que están "degradando" las defensas del país, pero este miércoles había pocos indicios de ello.

Que un periodista occidental pueda ver más de los preparativos militares iraquíes que los reporteros supuestamente "incrustados" en las fuerzas de Estados Unidos y Gran Bretaña, dice tanto de la confianza en sí mismo que tiene el gobierno de Saddam Hussein como de la intención de hacer propaganda contra sus enemigos.

Cierto, hay signos de que estadunidenses y británicos golpean a los iraquíes. Dos puestos de ametralladoras quedaron reducidos a cenizas por impactos aéreos directos, y un cuartel militar -vacío como todas las grandes instalaciones que probablemente estén en la lista de objetivos angloestadunidenses- había sido convertido en polvo gris por los misiles.

Un grupo de centrales telefónicas en los poblados de los alrededores de Hilla había sido destruido; si a ello se aúna el bombardeo de seis centros de comunicación en Bagdad, parece que el sistema telefónico del país ha sido acallado.

En una vía férrea, más al sur, un tren de transporte militar había sido bombardeado desde el aire; las explosiones levantaron por completo dos contenedores de transporte de tropas del chasís de los camiones y los arrojaron en pedazos a un terraplén.

Pero otros vehículos de transporte de tropas, entre ellos un viejo American 113 -presumiblemente una reliquia capturada al ejército iraní- seguían intactos.

Si esa es la medida del éxito estadunidense en el sur de Bagdad, hay literalmente cientos de vehículos militares intocados en una extensión de 160 kilómetros hasta la capital, cuidadosamente camuflados para evitar ataques desde el aire.

Ver lo que no es

Al igual que el ejército serbio en Kosovo, los iraquíes se han revelado como maestros del engaño. Un trigal de aspecto inofensivo, flanqueado por palmeras, resultó, observado más de cerca, lleno de búnkers y ametralladoras antiaéreas ocultas.

Se esconden vehículos bajo los puentes de las autopistas -que los invasores no quieren destruir porque desean usarlos si tienen éxito en ocupar el país- y pipas de combustible enterradas bajo montones de tierra.

En un crucero importante, una ametralladora antiaérea estaba montada en el chasís de un camión y tripulada por dos soldados que escudriñaban el cielo azul pálido primaveral, como era de esperarse en un día en que los aviones de los ejércitos invasores cruzaban entre Bagdad, Kerbala y Hilla.

Sobre el centro de Hilla, donde se encuentra la antigua Babilonia, pudo verse a lo lejos un avión estadunidense AWACS

volando muy alto en círculos; un puntito blanco indicaba el gigantesco escáner que la nave lleva en la parte superior, y cientos de milicianos y soldados seguían atentos su trayectoria.

Viajando en autobús hacia el sur pude ver soldados que apuntaban a lo alto. Si estar colgado sirve de maravilla para concentrar la mente, temer un ataque aéreo tiene casi el mismo efecto.

Un periodista iraquí que iba a mi lado insistía en que el avión estadunidense o británico cuyo curso habíamos estado siguiendo con tanto temor desde nuestro vehículo daba la vuelta hacia el sur y desdeñaba el tráfico del camino principal. Minutos después reapareció frente a nosotros, volando en dirección opuesta.

Al avanzar por la autopista del sur un montón de ilusiones se alejan de la mente. Hay mercados en los pueblos pequeños en la ruta a Babilonia, puestos con rimeros de naranjas, manzanas y verduras.

Los caminos están saturados de autobuses, camiones y coches particulares, cuyo número excede con mucho el de los vehículos militares, los camiones con tropas y, de cuando en cuando, el esbelto contorno de un transportador de misiles con una lona amarrada apretadamente al vehículo pesado que lo remolca.

En el poblado de Iskandariya había cafés y restaurantes abiertos, las tiendas vendían albóndigas kofta y papas para llevar, así como las nuevas antenas aéreas altas que los iraquíes necesitan ahora para ver su canal nacional de televisión, cuyas propias antenas transmisoras han sido constantemente atacadas por la artillería aérea estadunidense y británica.

Esta no es una población al borde de morir de hambre, ni de hecho parece estar atemorizada. Si los estadunidenses fueran a lanzar hoy un ataque sobre esta tierra agrícola llena de canales, de enormes bosques de palmeras y trigales, a primera vista les parecería un campo pacífico.

Pero las grandes fábricas e instituciones gubernamentales parecían desiertas, y muchos de los trabajadores y empleados de la industria estaban en las puertas principales, de seguro para ponerse a salvo en caso de un repentino ataque aéreo.

En cierto sitio, sólo 30 kilómetros al sur de Bagdad, se oyó el estruendo de bombas y el autobús se estremeció con el impacto de descargas antiaéreas.

Una serie de piezas de artillería a nuestra derecha dispararon hacia un punto situado sobre nosotros, con la boca de las ametralladoras arrojando fuego dorado y humo y los casquillos explotando sobre el fondo del velo de humo gris de los campos petroleros de la capital, que ahora se extiende a lo largo de 80 kilómetros al sur de ella.

Las imágenes llegan a veces a los límites de la comprensión. Niños que saltan sobre el muro de una granja al lado de un radiotransmisor militar oculto; manadas de camellos de grandes jorobas que pasan como animales bíblicos junto a un tanque de combate T-82 oculto con hojas de palmera; campos de flores amarillas junto a depósitos de combustible y soldados parados entre hornos para cocer ladrillos; la explosión de un misil estadunidense que apenas si hace que los granjeros volteen a ver.

En un montón de escombros, al norte de Hilla, alguien había fijado la bandera roja, blanca y negra de Irak, tal como los palestinos colocan sus estandartes sobre las ruinas de sus edificios después de los ataques del ejército israelí.

¿Hay una lección en todo esto? Tuve quizá dos horas para asimilar todo lo anterior, para preguntarme cómo podrán los estadunidenses abrirse paso por esta larga y calurosa carretera -se puede sentir cómo se eleva la temperatura mientras más se avanza hacia el sur- con sus tanques y transportes de tropas escondidos y sus interminables y anegados campos de cultivo y plantaciones de palmeras.

Los hombres de uniforme negro del Fedayín de Saddam, con pañuelos rojos y negros llamados kuffia en torno de la cabeza, de los cuales vi miles al sur de Bagdad, estaban equipados con sacos de municiones y granadas impulsadas por cohetes. Y no me dieron el aspecto de un ejército "degradado" al borde de la rendición.

El motivo de la resistencia

Por supuesto todo podría ser una ilusión. Las tropas de combate que vi podrían no tener ánimos de batalla. Los tanques podrían ser abandonados cuando los estadunidenses se acerquen por la carretera hacia la capital de esta nación, los depósitos de combustible remolcados de vuelta a la capital y las trincheras quedar desiertas.

Saddam podría salir huyendo cuando los primeros proyectiles estadunidenses y británicos caigan silbando sobre los suburbios, y las estatuas del Gran Líder que se levantan a las afueras de tantos pueblos del camino sean ritualmente derribadas.

Pero no era esa la impresión que daba hoy. Tenía el aspecto de un ejército iraquí y una milicia del partido Baaz y unos fedayines preparados para luchar por su líder, como lo han hecho en Um Qasr, Basora, Nasiriya y Suq-al-Shuyuj.

¿O será que lucharán por otra cosa? ¿Por un Irak que, por dictatorial que sea su go-bierno, simplemente rechaza la idea de ser conquistado por extranjeros?

En la guerra Irán-Irak, sunnitas y chiítas combatieron juntos bajo el mismo dictador cuando creyeron que los iraníes preparaban la ocupación de su país.

En Hilla, en la provincia de Babilonia, casi todas las víctimas civiles del reciente ataque con bombas de racimo lanzadas por los estadunidenses y/o los británicos son musulmanes chiítas, esos hombres y mujeres que esperábamos que se rebelarían contra Saddam en nuestro nombre.

Los estadunidenses y británicos jamás esperaron esta resistencia. Tampoco, sospecho, muchos iraquíes. Ni jamás esperé estar recorriendo esta carretera al sur de Bagdad, junto a un ejército del Tercer Mundo que se prepara para defender su capital contra sus antiguos amos coloniales y la única superpotencia del mundo.

Quizá la guerra perdone a esta hermosa campiña; quizá los estadunidenses tratarán de atacar desde el desierto que se extiende al noroeste, cruzando Ramadi. Pero "quizá" es una palabra peligrosa en tiempos de guerra. Inclusive los estadunidenses y británicos -que tan desesperadamente creyeron en el vano "quizá" de un levantamiento iraquí- deben haberse ya dado cuenta de eso.

Este día sólo puedo citar una vez más mi aforismo favorito de Lawrence: "hacer la guerra es como tratar de comer sopa con un cuchillo".

© The Independent
Traducción: Jorge Anaya


Sobrevivientes aseguran que no existen instalaciones militares en las cercanías

Las bombas de racimo "cayeron como uvas" sobre la población de Al Hilla

Imposible que el ataque sea "un montaje iraquí"; clara violación al derecho internacional

ROBERT FISK ENVIADO ESPECIAL EN BABILONIA THE INDEPENDENT

Las heridas son desgarradoras y profundas, una ráfaga de manchas escarlata en espaldas, muslos o rostros. Son las esquirlas de las bombas de racimo que quedan enterradas en la piel a una pulgada o más de profundidad. Los pasillos del hospital didáctico de Al Hilla son la prueba de que algo ilegal, algo que está claramente fuera de la Convención de Ginebra, ocurrió en los poblados que rodean la ciudad que alguna vez fue llamada Babilonia.

Niños que gritan, mujeres jóvenes con heridas en senos y piernas, los 10 pacientes a los que los médicos practicaron cirugías cerebrales para retirarles trozos de metal, todo ello habla de los días y las noches en que cayeron explosivos, "como uvas", del cielo. Los doctores aseguran que fueron bombas de racimo. Los escombros dejados por los bombardeos aéreos en torno a las aldeas de Nadr, Djifil, Akrarin, Mahawil, Mohandesin y Hail Askeri les dan la razón.

¿Fueron estadunidenses o británicos los aviones que rociaron estas aldeas con una de las más letales armas con que cuenta la guerra moderna? Los 61 muertos que han pasado por el hospital de Al Hilla desde la noche del pasado sábado no nos lo pueden decir. Tampoco pueden decirlo los sobrevivientes, quienes, en muchos casos, estaban en sus hogares cuando las compuertas blancas de los contenedores se abrieron sobre sus poblados, derramando en el cielo miles de pequeñas bombas que atravesaron ventanas y puertas para estallar en el interior de las casas, o que rebotaron en los tejados de chozas de concreto para explotar en los caminos.

Rahed Hakem recuerda que a las 10:30 (hora local) del domingo pasado, cuando estaba en su hogar en Nadr, escuchó "la voz de las explosiones", se asomó por la puerta y vio "fuego llover del cielo". Ella dice que las bombas eran de un color negro-grisáceo. Mohamed Moussa describe los racimos como "pequeñas cajas" que cayeron en la misma aldea, pero para él eran plateadas. Afirma que caían como "pequeñas toronjas. Si no explotaban y tú las tocabas, estallaban de inmediato", describió. "Explotaron en el cielo y en la tierra, y aún tenemos en casa algunas que no estallaron".

Karima Mizler piensa que las pequeñas bombas tienen unos alambres; tal vez la "mariposa" de metal que mantiene unidos los conjuntos de diminutas bombas salta como resorte para liberar los explosivos que se desperdigan sobre la tierra. Algunas víctimas murieron de inmediato, en su mayoría mujeres y niños. Algunos de estos cadáveres ennegrecidos y en descomposición están en la pequeña morgue detrás del hospital de Al Hilla.

Más de 200 hospitalizados

El hospital universitario recibió más de 200 heridos la noche del sábado. Los 61 muertos son sólo aquellos que fueron traídos al sanatorio o que murieron durante o después de una operación. Se cree que muchos otros muertos siguen sepultados bajo los escombros de sus casas. Los médicos creen que al menos 80 por ciento de ellos eran civiles.

Definitivamente había combatientes entre los 61 muertos, al menos 40 si son confiables las estadísticas. Además, entre la ropa pestilente de los muertos, amontonada afuera de la puerta de la morgue, encontré un cinturón militar y una chamarra de combate. Pero los hombres de las aldeas también pueden ser soldados y tanto ellos como sus esposas e hijas insisten en que no hay ninguna instalación militar cerca de sus hogares ¿Es esto cierto o falso? ¿Quién puede saber si un tanque o un lanza misiles fue colocado en un campo cercano, de la misma forma en que este martes estos equipos se hallaban alineados a todo lo largo de la carretera norte hacia Bagdad?

Pero la Convención de Ginebra exige que los civiles sean protegidos incluso si están mezclados con personal militar, y el uso de bombas de racimo sobre estas aldeas, aun cuando hayan estado dirigidas a objetivos militares, es una clara violación del derecho internacional.

Así fue como Asil Yamin, de 27 años, recibió heridas terribles en la espalda. De la misma forma, Zaman Abbais, de cinco años, fue herido en las piernas, y Samira Abdul Hamza, de 48 años, tiene lesiones en los ojos, el pecho y las piernas. Su hijo Haidar, un soldado de 32 años, dijo que los contenedores de las bombas eran blancos y tenían pintados distintivos rojos y verdes. "Eran como granadas y cayeron en las casas", señaló. "Algunos se quedaron sobre el suelo y otros explotaron".

"Desgarradora" es el único adjetivo que puede describir la situación de la pequeña Maryam Nasr, de 10 años, y de su hermana Hoda, de cinco. Maryam trae un parche en el ojo derecho, donde se le incrustó un pedazo de bomba, así como heridas en el estómago y los muslos.

No me di cuenta que Hoda, quien estaba de pie al lado de la cama de su hermana, también estaba herida, hasta que su madre, cuidadosamente, levantó la mascada y el cabello largo de la niña para descubrir lo que parecía una profunda puñalada del lado derecho de su cabeza, justo arriba de su oreja. Una costra coagulada estaba pegada a su cabello, pero la herida aún sangraba levemente.

La madre me contó que estaba en su casa cuando escuchó una explosión y encontró a sus hijas en un charco de sangre cerca de una puerta.

Las niñas me sonrieron y jugaron a esconderse cuando les tomé fotografías. En otras habitaciones, personas que estaban terriblemente heridas trataban de reírse para mostrar valentía. Es una experiencia que vuelve humilde a cualquiera.

Las autoridades iraquíes, por supuesto, estaban más que dispuestas a permitirnos a los periodistas el acceso a estos pacientes. Pero era imposible para estos niños y sus padres de escasa educación el haberse aprendido un guión con sus historias de tragedia y dolor. También es imposible que los iraquíes hayan construido un escenario en la aldea de Nadr, donde las diminutas bombas estaban regadas por el suelo cerca de las manchas quemadas que dejaron las explosiones. Por todos lados podían encontrarse los restos de los pequeños paracaídas con los que flotan las bombas de racimo hasta aterrizar una vez que sus contenedores se han abierto.

Miembros de un equipo de la televisora Sky inclusive se llevaron a Bagdad un trozo del recubrimiento de estas bombas. Estas perversas bolitas de metal tienen la intención de perforar el cuerpo humano cuando todavía están guardadas dentro de su contenedor, como dulces dentro de un recipiente de lata. El metal del recubrimiento es negro, pero muestra reflejos plateados cuando se ve contra la luz.

¿Quién ordenó la ofensiva?

Entonces, los aviones que dejaron caer estas terribles armas, ¿eran estadunidenses o británicos? El administrador en jefe del hospital de Hilla y uno de sus médicos narraron de manera confusa una acción militar alrededor de la ciudad en los días recientes. Hablaron de helicópteros Apache que descargaban a soldados de las Fuerzas Especiales sobre el camino a Kerbala.

Si se le da credibilidad al personal del sanatorio, una de sus operaciones fracasó espectacularmente una noche, cuando milicianos iraquíes los obligaron a batirse en retirada. Poco más tarde comenzaron los ataques aéreos con bombas de racimo, a pesar de que las aldeas que fueron blanco de estos bombardeos estaban al otro lado de Al Hilla, lejos de donde ocurrió el abortado ataque estadunidense.

Una cosa queda clara: no existe "un frente" en los combates alrededor de Babilonia, las fuerzas estadunidenses penetran la zona en torno al río Tigris y luego se retiran, y las fuerzas iraquíes hacen movimientos similares en la otra dirección. Sólo los estadunidenses y británicos, desde luego, cuentan con superioridad aérea. De hecho no existe evidencia de que un solo avión iraquí haya volado desde que comenzó la invasión angloestadunidense. Por tanto, los funcionarios militares estadunidenses y británicos en los cuarteles de comando en Qatar no tienen forma de culpar a los iraquíes de haber arrojado las bombas de racimo.

El ataque más reciente ocurrió el martes, cuando 11 civiles murieron -entre ellos dos mujeres y tres niños- en una aldea llamada Hindiyeh. Un hombre que fue enviado ahí a rescatar cadáveres dijo al hospital que el único ser vivo que encontró en el área sembrada de cadáveres era una gallina. La tarde del miércoles, elementos del ejército especializados en limpieza de explosivos fueron enviados a las aldeas a recolectar las bombas que no estallaron.

Como en Beirut

No hace falta decir que esta no es la primera vez que las bombas de racimo son usadas contra civiles. Cuando Israel sitió el oeste de Beirut, en 1982, la fuerza aérea arrojó bombas de racimo fabricadas por la marina estadunidense en varias zonas de la ciudad, especialmente en los distritos de Fakhani y Ouzai, y causó en los civiles feroces y profundas heridas idénticas a las que vi en los pobladores de Al Hilla.

La administración de Reagan enfureció por el uso de sus armas, diseñadas para usarse exclusivamente contra objetivos militares, e impidió el envío de bombarderos estadunidenses a Israel, sólo para transigir unas semanas más tarde y terminar enviándole a las fuerzas israelíes los aviones prometidos.

Tampoco es fácil escuchar a los funcionarios iraquíes condenar el uso de armas ilegales por parte de las fuerzas estadunidenses y británicas cuando la misma aviación iraquí arrojó gas venenoso sobre sobre el ejército iraní y sobre las aldeas kurdas pro iraníes durante la guerra Irán-Irak, de 1980 a 1988. Los furiosos reclamos de los funcionarios iraquíes son como el sonido de una campana hueca.

Pero algo espantoso ha ocurrido alrededor de Al Hilla esta semana; algo imperdonable y contrario al derecho internacional. Uno titubea, como les digo, al hablar de derechos humanos en esta tierra de torturas. Pero si los estadunidenses y británicos no tienen cuidado, podría llegar el momento en que sean condenados por lo mismo de lo que ellos, con mucha razón, han acusado a Irak: crímenes de guerra.

©The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca


Tomado de La Jornada

Regresar
Home