16 de abril de 2003
Informes especiales
Claudio Katz*
La ocupación norteamericana de Irak ha conmocionado a todos los pueblos del mundo porque inaugura las acciones imperialistas del nuevo siglo. Salta a la vista cómo operan los mecanismos de opresión militar, sometimiento político y saqueo económico de los países periféricos y puede observarse que las relaciones vigentes entre las potencias centrales han cambiado sustancialmente en las últimas décadas.
Este artículo desarrolla ideas esbozadas en 'El debut del nuevo imperialismo' (Revista La Maza, n 4, abril 2003, Buenos Aires) y aplica conceptos expuestos en 'L´imperialism du XXI siècle'. Imprecor ,Nº 474, setiembre 2002, París.
La invasión consumó una atroz masacre de la población civil, desmintiendo las fantasías de guerra indolora que difundieron los hombres del Pentágono. Las 'bombas inteligentes' explotaron en los mercados y las escuelas provocando una cifra de víctimas que ha sido cuidadosamente ocultada. Si en la última década el embargo cobró la vida de medio millón de iraquíes, aterra imaginar cuál será el balance final de la tragedia en curso.
'No contamos los cadáveres' confesó un general a cargo de un operativo que incluyó el asesinato premeditado de periodistas para atemperar la difusión del genocidio. Hasta la 'ayuda humanitaria' que debía coronar la devastación fue demorada, mientras los niños se desangraban sin remedios, ni agua en los hospitales destruidos. Este tormento no ha sido un 'daño colateral', sino un sufrimiento programado por los invasores para aterrorizar a la población frente a la perspectiva de una larga ocupación.
La llegada de los marines precipitó también la tolerada irrupción de una masa de saqueadores que destruyó los restos de vida organizada en las grandes ciudades. El dantesco cuadro de ejecuciones indiscriminadas, museos destruidos, bibliotecas quemadas, comercios vaciados y bancos asaltados bajo la custodia de las tropas norteamericanas, ilustra lo que Bush y Blair planearon para la 'liberación de Irak'.
Es evidente que el Pentágono y sus medios de comunicación inflaron la capacidad militar de Saddam para justificar la agresión. Se ha estimado la desproporción de fuerzas en diez mil a uno y algunos expertos calcularon que el ejército iraquí quedó completamente aniquilado por el peso de siete millones de toneladas de bombas lanzadas durante la operación. ¿Dónde están las armas químicas que amenazaban la supervivencia de grandes poblaciones?
En lugar de armas de destrucción masiva los marines encontraron vetustos fusiles e inservibles granadas. Este resultado no es sorprendente, porque el desarme fue consumado antes de la invasión por sucesivas inspecciones de la ONU que socavaron la protección militar del país, transfiriendo al comando norteamericano toda la información de espionaje requerida para perpetrar la agresión.
El término 'guerra de Irak' es poco adecuado para describir el operativo de captura colonial que realizó el gendarme estadounidense. Es cierto que la invasión puede derivar en una larga guerra regional, especialmente si la caída de Bagdad incentiva la prolongación del ataque hacia los países vecinos (primero Siria, luego Irán). Pero lo ocurrido en Irak se asemeja más a la conquista de Grenada en los 80 o Panamá en los 90 que a un enfrentamiento en regla entre dos ejércitos. Por eso es tan absurdo comparar el ingreso de los marines a un país periférico e indefenso con el desembarco aliado en Normandía.
Igualmente, es la primera vez que las tropas norteamericanas ocupan una gran capital árabe, reemplazando los típicos golpes de la CIA por una intervención masiva de efectivos. Este tipo de acción se asemeja a las tradicionales conquistas inglesas de la época victoriana, cuándo cada rincón del planeta ocupado por el ejército real era exhibido como un trofeo de su Majestad. La imagen de la bandera norteamericana flameando en los edificios y monumentos de Irak rememora ese período. Pero la analogía no se limita al plano simbólico, ya que retrotrayéndose al siglo XIX Bush se apresta a designar a un traficante de armas como nuevo virrey del Irak y a crear una administración de cipayos exilados que apenas recuerdan su idioma natal.
El parecido con el antecedente colonial inglés también se extiende al intento norteamericano de dominar al país oponiendo a las etnias rivales con el auxilio de algunos jefes tribales. Pero Irak no es una nación primitiva y ya resistió con éxito en el pasado a una ocupación colonial. A diferencia de Afganistán forma parte del grupo de países árabes de mediano desarrollo económico, cultural y tecnológico.
La versión estadounidense actualizada de la 'pérfida Albión' es por eso mucho más frágil y riesgosa que su antecesora británica. Balcanizar naciones ya constituidas y sostener al mismo tiempo la centralización económica de los territorios conquistados es mucho más difícil que en el pasado. Un anticipo de estos obstáculos ha sido la ausencia de la esperada rebelión chiíta en el sur de Irak. Y mucho más problemático es el polvorín que ha creado en el norte el avance militar de los kurdos, en un camino hacia la autodeterminación nacional que Turquía no está dispuesta a tolerar.
La preocupación prioritaria que han mostrado los invasores por evitar el incendio de los pozos petroleros confirma que uno de los principales objetivos de la agresión es la apropiación norteamericana de los inmensas reservas de crudo iraquí. No es ningún secreto que estos recursos son suficientes para alterar drásticamente el comportamiento del mercado internacional. Por eso los ocupantes no disimulan su intención de incentivar un incremento de la oferta petrolera que asegure el abastecimiento de Estados Unidos y debilite la regulación de los precios por parte de la OPEP.
Algunos analistas también estiman que este control apunta a reafirmar la supremacía mundial del dólar potencialmente amenazada por el surgimiento de la moneda común europea e interpretan que la invasión fue precipitada por la decisión iraquí de comercializar a fines del 2000 su combustible en euros.
El nuevo virrey norteamericano comenzará distribuyendo el botín petrolero entre las compañías estadounidenses, luego de sepultar el sistema nacionalizado de extracción y producción de crudo. Cómo se repartirán los contratos es un punto conflictivo que Bush intenta zanjar con sus cómplices británicos.
Pero los ocupantes preparan por lo menos tres negocios adicionales. El primero es la reconstrucción económica, que movilizará millones de dólares en favor de las corporaciones más vinculadas a la administración republicana. Resulta aterrador conocer que estos contratos fueron cerrados 36 días antes de la invasión y que en ellos se delineó la reedificación de las instalaciones que debían ser previamente demolidas por la aviación. Es difícil encontrar algún antecedente más sanguinario de división capitalista del trabajo y de programación tan atroz de las inversiones.
El segundo campo de negocios se sitúa en la venta de armamentos, ya que la experimentación en la batalla constituye la principal actividad de marketing para los exportadores del complejo industrial-militar. Mientras que el impacto del creciente gasto bélico sobre la economía norteamericana es aún incierto, su efecto en mayores ventas mundiales de armamentos ya es perceptible. Esta salida exportadora resulta vital para un sector actualmente más atado a la concurrencia mercantil que a la demanda estatal y que, además, se encuentra muy aquejado por la crisis de sobreinversión que afecta a las ramas de alta tecnología. Por último, Irak es un país dotado de enormes recursos hídricos, cuya gravitación estratégica es tan relevante como las ganancias que esperan consumar las compañías privatizadoras.
El saqueo económico de Irak es la consecuencia más nítida de la agresión. Mientras que resulta prematuro prever el efecto de esta operación sobre el curso de la economía norteamericana e internacional, la depredación de recursos que sufrirá el país ya es un dato indiscutible.
La invasión fue un acto imperialista, porque apunta a reforzar la dominación de una potencia central sobre una nación periférica. Este sometimiento incluye la intervención militar, la recolonización política y la succión económica de Irak. Pero lo novedoso es la impúdica reivindicación de esta opresión por parte de numerosos ideólogos del capitalismo. Un gurú intelectual de T. Blair declaró recientemente que el 'mundo necesita una nueva forma de imperialismo' para asegurar 'el orden y la organización' de la sociedad [1]. De la tesis cultural del 'choque entre civilizaciones' se ha pasado así a la glorificación de la intervención bélica, resucitando el arcaico lenguaje del colonialismo.
Esta línea de acción es compartida por toda la clase dominante norteamericana que sostuvo a Bush con elogios en la prensa, discursos patrióticos y la aprobación legislativa del financiamiento de la operación. El ataque a Irak no fue la aventura irracional de un místico guerrero, sino una acción colectivamente aprobada por todos los senadores demócratas y republicanos. La invasión pretende reafirmar la hegemonía del imperialismo norteamericano y por eso no constituye tan solo una 'guerra de elección' arbitrariamente decidida por los hombres de Bush[2].
Es también incorrecto conceptualizar la agresión como un acto del 'imperio', en el sentido que Negri y Hardt asignan a este término. Los marines no actuaron al servicio de un capital transnacionalizado, globalizado e indiscriminado, sino a pedido de las corporaciones norteamericanas, a fin de apuntalar la competitividad de estas compañías frente a sus rivales europeos. La incomprensión de este carácter específicamente imperialista ha tenido dos implicancias negativas entre los teóricos del Imperio[3].
Por un lado, estos autores se lamentan por el desplazamiento que introdujo el conflicto en un movimiento de protesta, que ha evolucionado de la resistencia contra las corporaciones 'globales' hacia el rechazo del militarismo identificado con Estados Unidos. En lugar de percibir el avance en la conciencia anticapitalista que implica este proceso, observan con desconfianza el giro de la atención popular. No comprenden que este paso de la critica de la explotación económica al cuestionamiento de la opresión política abre nuevo terreno de lucha y contribuye a la maduración del movimiento de protesta. Los objetivos progresistas de esta batalla se han ampliado y no 'desviado'.
Por otra parte, los analistas del imperio vislumbran rasgos de negativo 'antiamericanismo' en las movilizaciones centradas en la lucha antiimperialista, ignorando que el sentido dominante de estas protestas no es el repudio a la 'nación norteamericana', sino a la 'guerra del petróleo' que perpetran las clases dominantes. Estas confusiones derivan de la incomprensión del imperialismo actual, que opera a través de potencias capitalistas estructuradas en torno a estados nacionales y ensambles regionales.
El conflicto de Irak ha provocado el mayor conflicto entre grandes potencias de las últimas cinco décadas. Se resquebrajaron la OTAN y el Consejo de Seguridad de la ONU y aparecieron fisuras en la alianza transatlántica que sostiene el orden mundial vigente. Aunque estas crisis son ciertamente profundas, resulta equivocado deducir que desembocarán en la reproducción de los enfrentamientos bélicos entre potencias que predominaron hasta la mitad del siglo XX.
El concepto de 'tercera guerra mundial' solo puede justificarse si se lo interpreta como una extensión regional de la invasión norteamericana (y consiguiente mundialización del conflicto). Pero incluso esta perspectiva no implica una prolongación de la primera o segunda guerra mundial. Ninguna potencia está actualmente interesada y en condiciones de desafiar la preponderancia militar norteamericana y este predominio -junto al salto registrado en la asociación de capitales de distinto origen nacional- diferencia radicalmente la crisis en curso de las tradicionales guerras interimperialistas.
Las relaciones entre las clases dominantes de Francia y Alemania con sus rivales norteamericanos se han tensado por conflictos inmediatos (contratos petroleros, deudas de Irak, distribución del negocio de la reconstrucción) y por dilemas estratégicos. Al introducir una cuña entre la 'vieja y nueva Europa', Estados Unidos pone en peligro la continuidad del proyecto de la Comunidad y socava la capacidad de Europa para constituir un eje económico y una moneda alternativa a la hegemonía norteamericana. Pero cualquiera sea el curso de este proceso, no está a la vista un retorno a las confrontaciones que dieron lugar a la guerra de 1914 o 1939. Por esta razón, el concepto de imperialismo tiene un significado actualmente diferente al predominante a comienzos del siglo XX.
En lo inmediato el imperialismo norteamericano pretenderá extraer grandes réditos de sus conquistas, sancionando el cuestionamiento franco-alemán (y el alineamiento ruso ) contra su acción. Algunos halcones (Wolfowitz) propugnan castigos financieros (moratoria de la deuda iraquí con Europa) y petroleros (marginar a Francia de los contratos). Kissinger incluso imagina una alianza estratégica con China, si Europa no se somete al nuevo cuadro de reafirmación dominante de Estados Unidos[4].
El curso de la invasión ha desmentido por ahora las expectativas que muchos intelectuales mantienen en la eventualidad de un rol más autónomo de Europa[5]. Pero que prevalezca un curso de mayor tensión, asociación o subordinación de los capitalistas del viejo continente hacia sus competidores norteamericanos depende de la capacidad estadounidense para traducir su avance militar en dominación política estable.
La preeminencia de un grupo hiperreaccionario en la administración Bush constituye un dato llamativo y alarmante. Rumsfeld, Kagan, Wolfowitz son halcones adiestrados bajo el gobierno de Reagan y Bush padre que han alcanzado un grado de inédita homogeneidad e influencia. Lograron unificar bajo una misma estrategia a los grupos derechistas enfrentados de los lobbys petrolero e israelí. También impusieron un rumbo unilateral cuándo la ONU resistió el ataque y perpetraron acciones de hostilidad (espionaje) y provocación (declaraciones despectivas) poco usuales en la diplomacia occidental. Han convertido, además, a gran parte de la prensa en una cloaca de patrioterismo vulgar, restaurando un clima de caza de brujas desconocido en Estados Unidos desde el maccartismo. ¿Pero tiene este grupo suficiente sustento para avanzar hacia un curso fascistizante?
Algunos autores que sugieren esta evolución contradictoriamente estiman que la decadencia norteamericana persiste linealmente desde hace varias décadas. No observan que ambas caracterizaciones son poco compatibles, ya que una reafirmación militarista de Estados Unidos no es concebible sin sostén económico, tecnológico y política. Frente a estas dificultades analíticas conviene precisar la caracterización.
La invasión a Irak ha sido un efecto de la recuperación hegemónica que registró Estados Unidos durante los 90 en todos los planos y no solo en su dominante esfera militar. La agresión coronó cierto repunte de la acumulación que obliga a expandir mercados y a buscar una salida a la crisis de sobreinversión con actos de fuerza. Pero este reforzamiento no coloca a Estados Unidos en el pedestal del 'superimperialismo', porque ningún rival de la primer potencia ha quedado reducido al status de país dependiente, ni se ha resignado a la primacía definitiva del dólar.
Es cierto que Europa y sobre todo Japón han perdido terreno frente a las corporaciones norteamericanas, pero se mantienen en carrera y como ya ocurrió en los 70 y en los 80 el avance norteamericano puede revertirse. Por eso cabe suponer que en lo inmediato, el imperialismo estadounidense necesitará reconstruir alianzas mucho más sólidas para sostener su ocupación en el Cercano Oriente.
El punto más crítico del atropello imperialista se sitúa en el mundo árabe, porque es improbable que un operativo colonial pueda imponerse sin resistencias en una región signada por memorables luchas de emancipación nacional. Un anticipo de esta perspectiva ya se observó en la primera semana de la conquista.
En lugar del esperado aplauso popular las tropas norteamericanas se encontraron con una inesperada oposición. La creencia que la enorme hostilidad a la dictadura de Saddam se traduciría en una bienvenida de los marines quedó contundentemente desmentida. Gran parte del pueblo iraquí comprende que la opresión norteamericana no será mejor que la tiranía de Hussein y por eso en algunas regiones los marines fueron recibidos con el grito de: 'ni Saddam, ni Bush'.
Es evidente que los ocupantes no tienen a su disposición un gobierno títere de reemplazo y que esta ausencia -que impulsó hace diez años Bush padre a evitar la caída de Saddam- puede a socavar la ocupación norteamericana. El régimen virreinal enfrenta la posibilidad de una resistencia popular de largo plazo que podría convertir a Irak en una nueva Palestina, empujando a los marines hacia el mismo pozo que enfrentó ejército israelí en el sur del Líbano o que sofocó a las tropas francesas en Argelia. Por eso un conocedor del tema le advierte a Estados Unidos que los iraquíes no conforman un 'pueblo primitivo sino una de las sociedades más sofisticadas de Medio Oriente'[6].
Pero tan crítica como la situación de Irak es la conmoción creada en el universo árabe por los actos de humillación que perpetran los marines. La colocación de la bandera norteamericana en Bagdad desató un sentimiento de odio generalizado. El desprestigio de la CNN y la creciente audiencia de la cadena All Jazira es otro síntoma de este rechazo. La adversidad que enfrenta Estados Unidos en toda la región es claramente opuesta a la pasividad o resignación que predominó al concluir la primer guerra del Golfo. Por eso existe el temor a una descontrolada multiplicación de los Bin Laden y a una creciente desestabilización de los regímenes pro-norteamericanos de Arabia Saudita o Pakistán. La revuelta antiimperialista está a la orden del día en toda la región y su porvenir depende de la forma en que sean políticamente procesadas las fracasadas experiencias nacionalistas y los reaccionarios ensayos fundamentalistas.
Cómo ya ocurrió durante la guerra de Vietnam, la batalla contra la invasión está sostenida por una red mundial de movilizaciones. Pero a diferencia de los 70 la reacción popular ahora comenzó antes del conflicto y se manifiesta de manera simultánea y coordinada en un centenar de países.
Las marchas multitudinarias no han cesado luego de la caída de Saddam, porque los manifestantes son concientes que el atropello no termina en Bagdad. La total carencia de legitimidad acota el sostén político de la invasión y por eso los gobiernos occidentales que apoyan la masacre han quedado seriamente deteriorados frente a la opinión popular.
Las movilizaciones han alcanzado una dimensión inédita en miles de ciudades. En Inglaterra se registró, por ejemplo, la mayor protesta callejera de la historia, mientras numerosos luchadores han participado en actos de heroísmo que recuerdan las grandes gestas del combate antifascista. Por otra parte, las manifestaciones por Irak constituyen un nuevo hito de las protestas globales que se iniciaron con Seattle, Génova, Florencia y Porto Alegre. Ya existe un foro que articula y organiza la campaña contra la agresión y que podría reforzarse con la nueva perspectiva antimilitarista del movimiento contra la globalización capitalista.
Por otra parte, una nueva agenda antiimperialista ha sido adoptada por millones de jóvenes, trabajadores y desocupados del mundo. Algunos intelectuales observan con cierto desdén este giro, destacando que persisten ingenuas expectativas de muchos manifestantes en la conducta de gobiernos europeos, que en realidad se comportan como cómplices de la invasión. Pero estas creencias no desmerecen la progresividad de la protesta, ya que la lucha es el principal terreno de aprendizaje popular. Ninguna ilusión puede disiparse si no es puesta a prueba en la batalla por los objetivos antibélicos.
Lo mismo vale para las esperanzas depositadas en las Naciones Unidas. Lo ocurrido en Irak demuestra que en la actualidad el derecho internacional se reduce al poder del más fuerte. Para transformar esta realidad no existe otro camino que la resistencia al imperialismo, porque solo de esta acción podrá surgir un nuevo orden jurídico basado en los principios de solución negociada de los conflictos nacionales y autodeterminación de los pueblos.
El impacto de la invasión a Irak sobre América Latina es muy significativo por una sencilla razón: Estados Unidos trata a la región con los mismos parámetros de opresión que maneja en Medio Oriente. El imperialismo considera que el petróleo de los países árabes y los recursos naturales de su 'patio trasero' forman parte de su patrimonio. Por eso la trayectoria de Saddam tiene ciertos parecidos con Noriega y el asalto a Irak guarda semejanzas con la captura de Panamá.
Pero hay que recordar también que el escenario iraquí fue un destino posible para la Argentina si en 1979 hubiera estallado la guerra con Chile y si este conflicto hubiera terminado en un desangre semejante al padecido por Irak e Irán. También la aventura de Galtieri en Malvinas pudo haber concluido como la arremetida de Saddam en Kuwait. Estas similitudes explican porqué el Pentágono le impuso a la Argentina un desarme tipo Irak, que incluyó la desactivación de los mísiles Cóndor y la aniquilación del desarrollo nuclear autónomo.
A partir de la ocupación de Bagdad se acentuará la presión imperialista sobre América Latina, en los mismos terrenos de opresión que soportan los pueblos del Medio Oriente. Está en curso, en primer lugar, un proceso de remilitarización general de la región diseñado por el Comando Sur de Miami. La prioridad de esta campaña es Colombia, pero también la creación de nuevas bases y el desplazamiento de tropas, junto a previsibles actos de provocación en la triple frontera de Argentina, Paraguay y Brasil.
En la esfera política se acelera el proceso de recolonización y el recorte de soberanía de los estados latinoamericanos. Durante las negociaciones del Consejo de Seguridad las exigencias norteamericanas para arrancar el voto favorable a México y Chile fueron tan descaradas como la compra de voluntades de numerosos cancilleres. En la mayoría de las naciones de la región, las embajadas estadounidenses ya no son un ámbito de consulta, sino los principales centros de decisión. Esta grotesca ingerencia es aceptada como un destino natural por la mayoría de los gobiernos latinoamericanos, en momentos que el Departamento de Estado prepara nuevas acciones contra Cuba y quizás otro ensayo de golpe en Venezuela.
Por otra parte, la depredación del petróleo iraquí envalentonará a los funcionarios norteamericanos que exigen acelerar las tratativas del ALCA e intensificar el cobro de las deudas externas. 'Queremos el ALCA para defender nuestros intereses' declaró desvergonzadamente el principal negociador comercial estadounidense [7]. Por eso, bajo la superficie de cierto inmovilismo continúa ganando terreno un tratado destinado a incrementar las exportaciones norteamericanas y a reducir los aranceles latinoamericanos. Pero el mayor deterioro de los términos de intercambio que augura el ALCA exige también una mayor dominación financiera por parte del FMI. Por esta razón no es posible resistir la sangría comercial sin frenar la devastación financiera que impone el pago de la deuda.
Algunos economistas del gobierno y la oposición (R. Lavagna, M. Lascano) afirmaron inicialmente que a 'la Argentina le conviene la guerra' por el esperable 'encarecimiento de nuestras exportaciones'[8]. Pero se olvidan que la gestión monopólica de la exportación de crudo conduce a la carestía interna del combustible, cada vez que aumenta el precio internacional del petróleo. Con los cereales es peor, porque todo repunte de ventas externas se traduce en un ensanchamiento del mapa del hambre en el país que ocupa el quinto lugar de los grandes exportadores mundiales de alimentos. Además, Estados Unidos seguramente le arrebatará a la Argentina los mercados cerealeros del Medio Oriente, como ya ocurrió reiteradamente en el pasado.
Otros economistas (E.Conesa, A.Ferrer) opinan, que 'dada la gravedad de nuestros problemas' el curso de la 'guerra es indiferente para el país'. Pero al mirar el árbol sin reconocer el bosque ignoran que un afianzamiento de la ocupación norteamericana en Irak implica mayor ofensiva imperialista en el terreno de la deuda y el ALCA.
En Argentina el repudio a la invasión ha superado todos los índices de Latinoamérica. Este rechazo le impidió a Duhalde repetir el payasesco envió de tropas al Golfo que Menem ordenó con su aval hace una década. Sin embargo, de manera más sigilosa el gobierno apuntaló diplomáticamente la agresión, trabando los proyectos de repudio que alentaba Brasil. Además, siguiendo la norma de los últimos años el presidente Duhalde le ha permitido a los marines entrenarse en varias provincias sin ninguna autorización del Congreso y ahora promueve la inmunidad penal para las tropas que se instalen en la Argentina.
Frente a la invasión, la derecha se expresa con mayor sinceridad y evita el doble discurso. Sus exponentes han declarado que a la Argentina le resulta 'conveniente situarse del lado de los ganadores'[9], aunque sin explicar porqué el país descendió al actual infierno de pobreza al cabo de una década de 'relaciones carnales' con la principal potencia. Pueden afirmar que están 'maravillados con la guerra de Estados Unidos' y 'con su autofinanciación petrolera'[10]. Pero cuánto más se arrodillen mayor será el desprecio que recibirán de sus mandantes, porque los imperialistas nunca premian la sumisión.
Lo más llamativo de este grupo de servidores es el giro de su discurso. Ya no recurren al lenguaje ético, ni realzan los valores de la democracia y la civilización, sino que exhiben el cínico realismo de quién se resigna frente al 'inmodificable mundo unipolar'. Pero esta ausencia de argumentos es provisional, porque la clase dominante no puede prescindir del cúmulo de mistificaciones que apuntala su manejo de la sociedad. Su actitud defensiva igualmente es muy ilustrativa del fuerte avance que ha registrado la conciencia antiimperialista en todo el país.
El crimen de Irak retrata la naturaleza del capitalismo contemporáneo. La imagen de un neoliberalismo pauperizador, pero amigable y sonriente de la era Clinton ha sido bruscamente sustituida por la cara brutal del genocida Bush. Muchos veteranos de la lucha social ya conocen estos giros y nunca esperaron otra evolución del imperialismo. Pero para la generación que ingresó al universo político en la última década estos cambios son muy significativos y su procesamiento pueden abrir nuevos horizontes políticos.
Está abierto un curso de evolución que podría esclarecer porqué la batalla por 'otro mundo posible' exige construir una alternativa socialista. El fantasma del colapso de la Unión Soviética ya no bloquea esta reflexión entre la juventud, que está menos expuesta a la oleada de pesimismo intelectual que acompañó a ese derrumbe. Redescubrir el socialismo es el camino para hermanar a los pueblos y para superar la actual pesadilla de sangre y dolor.
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[1] Robert Cooper citado por Juan Gelman, en '¿Posmoderna?'. Página 12, 21-03-03.
[2] Esta es la errónea tesis de Sebrelli Juan José. 'La guerra y el sistema internacional'. La Nación, 28-03-03.
[3] Ver: Hardt Michel. 'No al antiamericanismo'. Página 12, 21-02-03
[4] Ver su advertencia en: Kissinger Henry. 'EEUU no estará solo en Irak', Clarín, 11-04-03.
[5] Por ejemplo: Todd Emmanuel. 'Esto es una muestra de debilidad' Página 12, 30-03-03.
[6] Declaraciones del ex canciller israelí Shlomo Ben Amí. Página 12, 03-04-03.
[7] Bob Zoellick en 'América Latina: las marcas de la guerra' Clarín, 23-03-03.
[8] Ver 'Economistas analizan las consecuencias posibles para Argentina' , en 'Con mucho menos optimismo que Lavagna', Página 12, 03-04-03.
[9] Grondona Mariano, en La Nación, 06-04-03 y 30-03-03. También Castro Jorge. 'Incertidumbre económica' La Nación, 23-02-03.
[10] Escude Carlos. 'Hacia una consolidación del nuevo orden mundial' La Nación, 23-02-03 y 'Tres posturas y una guerras' 'Enfoques', La Nación, 30-03-2003.
* Claudio Katz es economista, investigador del Conicet y profesor de la UBA. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda).
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