26 de marzo de 2003
SANTIAGO GAMBOA
Revista Cambio
Había pensado escribir sobre otro tema. Sobre el alma, por ejemplo, o la relación entre la soledad y los aeropuertos, pero cuando ya iba a hacerlo empezaron a llegar las imágenes de los bombardeos sobre Bagdad y, con ellas, la retórica oficial, las palabras altivas con que los asesinos encubren sus actos (llamar a este ataque "Liberación de Iraq", por ejemplo), en fin, la hipocresía y, por supuesto, la mentira, ésa que recibiremos a diario sobre lo que está ocurriendo y que nos llegará a través de las cadenas de información que acompañan a los soldados en sus avances, las cuales deben, antes de enviar sus notas, someterlas al comando militar, pues éste ya dijo que el control de la información iba a ser una de las estrategias.
Y entonces, pero esto sólo lo supongo o más bien lo predigo, habrá muchas imágenes de la alegría con que el pueblo iraquí recibirá a "sus liberadores" a medida que las tropas anglo americanas avanzan, y habrá grandes especiales sobre las deserciones masivas de los soldados iraquíes, con pañuelos blancos amarrados a los fusiles, y nos bombardearán con programas sobre las maldades de Saddam Hussein y sus gerifaltes (sin duda ciertas, aunque hechas con imágenes de archivo). Eso nos dirán los periodistas que podrán moverse por la guerra, pues los otros, los que darían versiones más objetivas, estarán relegados a transmitir por teléfono desde el Hotel Rachid o el Hotel Palestine de Bagdad sin poder contar nada distinto de lo que ven por las ventanas, pues su libertad de movimientos será mínima, y entonces, para decir algo y justificar los viáticos, acabarán por repetir lo que dicen los otros, los que sí están en la acción, subidos en las tanquetas de los soldados y repitiendo, a su vez, lo que el comando de turno les habrá dicho que digan, que al fin y al cabo será lo que en Washington han decidido que sucedió.
¿Se imaginan ustedes a un periodista francés o alemán pidiendo autorización al comando norteamericano para entrar a hacer un reportaje a tal o cual ciudad recién bombardeada? No hay que ser adivino para saber cuál será la respuesta del comando. Y así, créanme, la realidad se vuelve algo sumamente virtual. En la primera Guerra del Golfo, por ejemplo, nadie nos dijo que hubo 35.000 muertos iraquíes. Esto se supo después, por informes de las ONG médicas y de derechos humanos. Sobre todo no lo dijo la CNN, que levantó su imperio informativo y se convirtió en la voz oficial de Washington a partir de esa guerra.
Esta vez los datos serán similares o incluso superiores, pues el asedio y la toma de Bagdad harán subir los números, y así, Estados Unidos tendrá la cuota de muertes árabes que necesita para sentirse desagraviada por los atentados del 11 de septiembre. Ése será el regalo de Bush a los suyos, a esa población que lo apoya en esta aventura armada. Pues según la prensa, en EU una mayoría considera que esta guerra es un castigo necesario a un país que ha apoyado el terrorismo en Medio Oriente. Por eso, más que "preventiva", la Guerra del Golfo II es en esencia una operación "punitiva" (bueno, además de tantas otras cosas que ya sabemos), y esto a pesar de que Washington nunca logró demostrar la relación entre Bagdad y las torres gemelas, como tampoco logró demostrar que Iraq fuera, realmente, un peligro para nadie. Es eso lo que Bush dice y lo que muchos de sus compatriotas creen (lo creen también algunos gobiernos lacayos en el mundo, caso del de Colombia, que apoyaron la guerra sin el permiso de la población que representan). La ecuación de Bush es muy sencilla: como los iraquíes son malos deben ser castigados, y el veredicto es la pena de muerte, aunque no lo veamos en las pantallas de televisión.
Pero matar a decenas de miles de iraquíes inocentes no les devolverá la vida a las víctimas del 11 de septiembre, sino todo lo contrario, generará rencor y más muerte, atentados y odio, y por eso esta despiadada ley del Talión se puede devolver (y se devolverá, esto también lo predigo) de modo atroz contra Bush y los miembros de su administración, que, más que líderes de un país democrático, parecen antiguos reyes bárbaros, dioses menores enardecidos, aterrados y fascinados por su propio poder.
Tomado de Revista Cambio
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