Insurrección del pueblo iraquí

El asesinato de los hijos de Sadam Hussein da una medida del inmenso temor que sienten las fuerzas de ocupación estadounidenses en Irak a las manifestaciones de rebeldía del pueblo humillado. Da que pensar que fueron necesarios doscientos soldados, vehículos blindados con cañones y varios helicópteros para liquidar a sólo cuatro hombres que se defendieron como fieras durante seis horas de combate. ¿De qué estirpe de leones estaban hechos esos iraquíes? No es que queramos blanquear el sepulcro de Uday y Qusay, la propaganda estadounidense los señala como autores de numerosas depredaciones, violaciones y asesinatos, pero habría que investigar objetivamente para saber en qué punto exacto está la verdad. El gobierno de Sadam no fue una perita en dulce.

En la Casa Blanca respiraron con alivio y los saqueadores triunfantes proclamaron con orgullo su éxito en esa batalla desigual. Ese júbilo nos da una idea de cuan inseguros se sienten en el territorio conquistado y cuan débil es su afianzamiento en la tierra usurpada. Porque lo cierto es que el pueblo iraquí está animando, con creciente vigor y organización, una insurrección nacional que cada día arroja el saldo de entre dos a cinco soldados norteamericanos muertos. Otro tanto está ocurriendo en Afganistán donde los talibanes se están reagrupando y presentan una resistencia tenaz a la ocupación de que son objeto.

A estos reveses hay que añadir el fracaso en la captura de Bin Laden y de Sadam Hussein. Aunque es otro grave error de los estimados del Pentágono calcular que con la captura de ambos cabecillas terminará la resistencia. Lo más probable es que ocurra todo lo contrario. A las pocas horas del asesinato de Uday y Qusay cayeron tres soldados del batallón 101 que ejecutó la masacre. El drenaje constante de vidas de los soldados ocupantes es un pésimo atasco para los propósitos reeleccionistas de Bush. Cada ataúd que regresa a casa envuelto en la bandera norteamericana significa una merma de votos en las urnas para el año próximo.

El general Richard Myers declaró que la violencia no los echará del suelo iraquí. Desde luego que no. La bestia depredadora jamás suelta la presa entre sus fauces, pero los tábanos pueden hacerle la vida muy difícil. Y siempre será recordado el ejemplo de Vietnam que logró deshacerse de sus pretendidos conquistadores mediante una perseverante resistencia animada por un nacionalismo coherente y bien asimilado.

Un pueblo invadido, conquistado, con su suelo patrio hollado por asaltantes con derecho a matar siempre será un barril de pólvora sobre el que se sentarán incómodos los efímeros triunfadores. Hay que recordar la reacción del pueblo español cuando las fuerzas napoleónicas entraron en su territorio Con aceite hirviendo y bien afilados cuchillos hicieron frente los mosquetes de los invencibles dragones del emperador. Y los expulsaron de su patria. Hay que recordar las fuerzas de los maquis que con su desarticulación de las redes ferroviarias y sus ataques a la retaguardia hicieron una tarea impracticable la ocupación alemana de Francia. La historia nos ofrece mil ejemplos del honor patriótico ofendido, de la sensibilidad nacional colérica por la ofensa de los invasores.

Ahora la propaganda norteamericana se ha concentrado en los pasos que se están dando para cercar y capturar a Hussein. Con ello tratan de elevar la moral en descenso de los invasores que no han logrado resolver los problemas básicos de seguridad, energía eléctrica y suministro de agua en tres meses de régimen dominador. Cada día se suceden en Irak nuevos ataques con granadas, lanzacohetes o armas ligeras de infantería contra el ejército norteamericano y el número de víctimas ya es mayor que el de la Guerra del Golfo de 1991. Para compensarse de sus pérdidas anuncian como grandes victorias la captura de tal o mascual dirigente del régimen depuesto. Ahora tratan de armar un gobierno títere del cual el pueblo desconfía y que difícilmente logrará convocar el apoyo popular.

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