29 de marzo del 2003
John le Carre
Granma
LOS Estados Unidos han entrado en uno de sus períodos de locura histórica, pero éste es el peor que se recuerde: peor que el Maccarthysmo, peor que la Bahía de Cochinos y a la larga potencialmente peor que la guerra de Vietnam.
La reacción luego del 11 de septiembre rebasa todo lo que Osama bin Laden podría haber esperado de sus sueños más repulsivos. Como en tiempos de McCarthy, las libertades que han hecho de los Estados Unidos la envidia del mundo, están erosionándose sistemáticamente. La combinación de una prensa sumisa y los intereses individuales de las corporaciones aseguran una vez más que el debate que se está produciendo en cada plaza pública se confina a las más augustas columnas de la prensa de la costa Este.
La guerra inminente fue planeada años antes de que Bin Laden se manifestara, pero fue él quien lo hizo posible. Sin Bin Laden, la junta de Bush aún estaría tratando de explicar asuntos tan truculentos. Para empezar, cómo fue elegido Enron; su inescrupuloso favorito de los potentados; su desaforada desestimación por los muy pobres, la ecología y toda una gama de tratados internacionales unilateralmente abrogados. También podrían decirnos por qué apoyan a Israel, continuando su desprecio por las resoluciones de la ONU. Pero Bin Laden eliminó convenientemente todo eso. Los Bush están por todo lo alto. Ahora, se nos dice que el 88 por ciento de los norteamericanos quiere la guerra. El presupuesto de defensa de los Estados Unidos ha sido elevado en otros 60 000 millones de dólares, hasta llegar a los 360 mil millones. Toda una espléndida generación de armas nucleares está en camino, ya podemos respirar sin dificultad. Ahora, está menos claro qué tipo de guerra apoya el 88 por ciento de los norteamericanos. ¿Cuánto durará la guerra, por favor? ¿A qué costo en vidas norteamericanas? ¿Cuánto le costará al contribuyente? ¿Cuál será el costo - entendiendo que la mayoría del 88 por ciento es gente cabalmente decente y humana- en vidas iraquíes?
De qué forma Bush y sus colaboradores se las arreglaron para desviar la cólera norteamericana de Bin Laden a Saddam Hussein, es uno de los actos de magia en relaciones públicas más grandes de la historia. Pero se los hicieron tragar. Una encuesta reciente nos dice que uno de cada dos norteamericanos ahora cree que Saddam fue responsable del ataque al World Trade Center. Pero el público norteamericano no sólo está meramente engañado, se le intimida y mantiene en un estado de ignorancia y temor. Esa neurosis cuidadosamente orquestada puede llevar a Bush y sus camaradas conspiradores fácilmente hacia las próximas elecciones.
Los que no están con Bush están contra él. Peor, están con el enemigo.
La cantaleta religiosa para mandar las tropas norteamericanas al campo de batalla es tal vez el aspecto más enfermizo de esta posible guerra surrealista. Bush saca mucho a Dios a colación. Dios tiene muy particulares opiniones políticas. Dios ha designado a los Estados Unidos para salvar al mundo, en cualquier forma que convenga a Estados Unidos. Dios ha designado a Israel para ser el nexo de la política de Estados Unidos en el Medio Oriente, y cualquiera que se oponga a esa idea es: a) un antisemita, b) antinorteamericano, c) está con el enemigo y d) es un terrorista.
Dios también tiene relaciones que dan miedo. En Estados Unidos, donde todos los hombres son iguales bajo su mirada, tal vez no entre ellos, la familia Bush, consistente en: un presidente, un ex presidente, un ex jefe de la CIA, el gobernador de la Florida y el ex gobernador de Texas.
¿Algunas referencias? George W. Bush, 1978-84: ejecutivo mayor, Arbusto Energy/Bush Exploration, compañía petrolera; 1986-90: ejecutivo mayor de la compañía petrolera Harken. Dick Cheney, 1995-2000: ejecutivo mayor de la compañía petrolera Halliburn. Condoleeza Rice, 1991-2000: ejecutiva mayor de la compañía petrolera Chevron, y le pusieron su nombre a un tanquero petrolero. Y por el estilo. Pero ninguna de estas asociaciones afecta la integridad del trabajo de Dios.
Para ser miembro del equipo debe creer en el Bien absoluto y el Mal absoluto, y Bush, con mucha ayuda de sus amigos, la familia y Dios, está ahí para decirnos cuál es cuál. Lo que Bush no nos dirá es la verdad por la que vamos a la guerra. Lo que está en juego no es el eje del mal, es el petróleo, dinero y las vidas del pueblo. La desgracia de Saddam es que está sentado en el segundo campo petrolero más grande del mundo. Bush lo quiere, y el que lo ayude a conseguirlo recibirá un pedazo del pastel. Y el que no, pues nada.
Bagdad no representa un claro peligro actualmente para sus vecinos, ninguno para los Estados Unidos o la Gran Bretaña. Lo que está en juego no es una amenaza militar inminente o terrorista, sino el imperativo económico del crecimiento de los Estados Unidos. Lo que está en juego es la necesidad que tienen los Estados Unidos de demostrar su poder militar.
La interpretación más caritativa de la parte que le toca a Tony Blair en todo esto es que él creía que montando al tigre, podría dominarlo. No pudo. Por el contrario, le dio una falsa legitimidad con una voz suave. Ahora me temo que el mismo tigre lo tiene acorralado en una esquina, y no puede salir.
Es sumamente risible que, cuando Blair habla, contra las cuerdas, ninguno de los líderes de la oposición británica puede colocarle un guantazo encima. Esa es la tragedia británica, lo mismo que la de Estados Unidos: cuando nuestros Gobiernos se desdicen, mienten y pierden credibilidad, el electorado se encoge de hombros y simplemente mira para otra parte. Esa debe ser la mejor oportunidad de supervivencia personal de Blair, a la undécima hora, la protesta mundial y lo que sería tal vez unas improbables Naciones Unidas envalentonadas, que forzaran a Bush a guardar su revólver sin disparar en la cartuchera.
Lo peor para Tony Blair es que, con o sin la ONU, nos arrastre a una guerra que, si la voluntad para negociar enérgicamente ha estado alguna vez allí, pudo haber sido evitada; una guerra que no ha sido más democráticamente debatida en Gran Bretaña que en los Estados Unidos o en la ONU. De ese modo, Blair habrá dado al traste a nuestras relaciones con Europa y el Medio Oriente, por décadas futuras. Habrá cooperado a dar lugar a impredecibles represalias, inquietud en el ámbito nacional, y un caos regional en el Medio Oriente. Bienvenido sea el partido de una política exterior ética.
Hay una salida intermedia, pero muy dura: Bush lleva a cabo sus belicosos planes sin la aprobación de la ONU y Blair se mantiene al margen. Adiós a las relaciones especiales.
Me siento rebajado cuando oigo a mi Primer Ministro prestar sus sofismas de prefecto a esta aventura colonial.
Su misma ansiedad real sobre el terror es compartida por todo hombre juicioso. Lo que no puede explicar es cómo conciliar un asalto mundial contra Al-Quaeda con un asalto territorial contra Iraq. Estamos metidos en esta guerra, si tiene lugar, para asegurar la hoja de parra de nuestra relación especial, recoger lo que nos corresponde del botín petrolero, y porque después de todos los apretones de mano de Washington y Camp David, Blair tiene que mostrarse en el altar.
-Extractado de The Times-
* JOHN LE CARRE es escritor británico
Tomado de Rebelión
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