26 de febrero del 2003
Miguel Angel Ferrari
Hipótesis
Luego del 11 de setiembre de 2001 el gobierno de los Estados Unidos se dispone a garantizar al mundo una "libertad duradera".
Con el siempre fiel aporte del Reino Unido, su aliado incondicional, Washington lanzó - en su momento- la ofensiva sobre Afganistán. Las inenarrables monstruosidades cometidas por sus aliados de la Alianza del Norte, como el traslado de prisioneros talibanes en contenedores herméticamente cerrados, a los que se les practicaban perforaciones con ametralladoras para que los sobrevivientes a las ráfagas puedan respirar, fueron perfectamente convalidadas por las tropas civilizadas del occidente anglosajón.
El bombardeo de casamientos de jóvenes afganos, fue otra de las formas elegidas para terminar con el terrorismo internacional. No escaparon a la acción justiciera de las fuerzas anglo-estadounidenses los bombardeos a sedes de socorristas de las Naciones Unidas, empeñados en procurar alimentos para el castigado pueblo afgano. El escenario de civiles masacrados -pensaron los civilizadores- podría inducir a sus antiguos aliados de Al Qaeda, ahora devenidos en enemigos, a pensar que lo más conveniente sería rendirse.
En tanto todo esto y mucho más acontecía, el enemigo público número uno -Osama Bin Laden- se escurría por la frontera de Pakistán o vaya uno a saber por dónde, poniéndose a salvo de semejante carnicería. Luego, cada tanto aparece haciendo declaraciones funcionales a la estrategia de los Estados Unidos por el canal de televisión Al Jazira.
El relato de las masacres de Kabul, provoca automáticamente el recuerdo de la "Tormenta del Desierto", diez años atrás, cuando luego de bombardear a Irak hasta el cansancio, los bulldozers estadounidenses sepultaban vivos a millares de soldados iraquíes en las arenas del desierto, sin atravesar, claro, la línea imaginaria que podría provocar la caída de su ex aliado -y formidable comprador de armas letales a occidente- Saddam Hussein.
Casi otra década más atrás, el entonces "presidente Ronald Reagan -señala Immanuel Wallerstein, en su artículo 'La caída del águila", publicado en la revista Enfoques Alternativos- envió tropas al Líbano para restaurar el orden. Las tropas fueron, de hecho, expulsadas. Reagan compensó eso invadiendo Grenada, un país sin tropas. El presidente George Bush (padre) invadió Panamá, otro país sin tropas", concluye Wallerstein.
La invasión a Panamá -de la que ya se cumplieron 13 años- también guarda un correlato con la "Tormenta del Desierto" y la "Libertad Duradera": el enemigo a derrotar - Manuel Antonio Noriega-, como en los casos de Hussein y Bin Laden, era un ex aliado norteamericano, para más datos agente de la CIA. Claro, con menos poder que el iraquí y el saudita, fue a parar con sus huesos en una cárcel norteamericana, donde aún se encuentra.
Es bueno recordar que este acto de avasallamiento de la soberanía de Panamá, contó con la directa participación de dos encumbrados colaboradores del actual presidente de los Estados Unidos: Colin Powell y Richard Cheney, los actuales secretario de Estado y vicepresidente respectivamente. También es bueno recordar el silencio de la mayoría de los dóciles gobiernos latinoamericanos de ese momento. Era la época donde hablar de imperialismo se consideraba démodé... ¿se acuerda?
También es bueno recordar que las reacciones populares frente a aquel atropello a la soberanía de un país latinoamericano, fueron protagonizadas por escasas organizaciones con memoria histórica. La mayoría de la población -lamentablemente- estaba arrobada con el canto de sirenas del neoliberalismo que proponía "achicar el Estado para agrandar a la Nación".
Para los familiares de más de 300 panameños muertos, 3 mil heridos y 15 mil desplazados por la operación "Causa Justa" (¿qué manía cínica ésta de bautizar brutales agresiones militares con expresiones cargadas de supuestos valores éticos?), la figura del general Powell por entonces jefe del estado mayor militar no es precisamente la del hombre íntegro, de honor y moderado, como lucía hasta hace poco tiempo, en contraposición con los halcones extremistas que revolotean en torno al presidente Bush junior.
Pero, como dice el viejo refrán "de aquellos polvos, son estos lodos". Esa pasividad mundial y la connivencia del tambaleante gobierno de la ex Unión Soviética con el imperio, permitieron que se crearan las condiciones para los atropellos posteriores y el lento, pero persistente, deterioro del papel de las Naciones Unidas como máximo exponente de un orden internacional basado en el derecho.
Luego de Grenada y Panamá, sobrevino -como señaláramos- la Guerra del Golfo; las agresiones diarias al territorio iraquí por parte de los Estados Unidos y Gran Bretaña; la brutal agresión de la OTAN a Yugoslavia, con el pretexto "humanitario" de proteger a los kosovares; la guerra colonial que practican los gobernantes israelíes contra el pueblo palestino, con el total respaldo de Washington ante el pertinaz incumplimiento de todas las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas; la carnicería de Afganistán... y ahora nuevamente la guerra contra Iraq, a la que impúdicamente muchos analistas la dan no sólo como inevitable, sino que nos anticipan como será la historia luego de la caída de Bagdad.
Uno de estos analistas es el doctor Carlos Ortiz de Rozas: diplomático de carrera; embajador argentino en Gran Bretaña durante dos años de la última dictadura; director de Bunge & Born; miembro del Comité Consultivo del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI), entidad integrada por numerosos colaboradores de las últimas dictaduras argentinas, íntimamente vinculada al "Council on Foreing Relation" de los Estados Unidos, una especie de nave madre donde se toman las decisiones económicas y políticas del mundo.
El embajador Carlos Ortiz de Rozas señala, en el suplemento "Enfoques" del diario La Nación de ayer, que "Una vez concluida la etapa militar de la guerra, norteamericanos y europeos, dejando de lado desavenencias y dentro del marco de las Naciones Unidas, deberían ponerse juntos a la tarea de la reconstrucción material y política de Irak y a asegurar la paz en todo el Medio Oriente, sin excluir a Israel y el Estado palestino. Si así no fuera, el panorama internacional se presentaría tan incierto como peligroso".
Para Ortiz de Rozas, no es incierto y peligroso encarar una guerra por un nuevo reparto del mundo, cuando ya creíamos que estaba todo repartido. No es incierto y peligroso violentar hasta su caricaturización a las Naciones Unidas, para obtener la licencia de corso que les permita a Washington y a Londres atacar en nombre de un supuesto derecho internacional. No es incierto y peligroso jugar con decenas y decenas de millares de vidas de seres humanos inocentes, puestos al borde de la muerte, el hambre, las enfermedades, el desplazamiento forzoso y tantas otras calamidades de la guerra. Para Ortiz de Rozas es incierto y peligroso que las potencias no se pongan de acuerdo luego de la agresión.
Es lógico, para los defensores de este orden de cosas (por decirlo de algún modo), lo incierto y peligroso es que la rapiña planificada por el grupo de halcones petroleros, deje heridas que puedan poner en peligro -en el mediano plazo- la propia existencia del sistema capitalista mundial, tal como funciona hoy.
Lo esencial ya no es "invisible a los ojos" como decía Antoine de Saint Exupéry, el autor de "El Principito". Lo esencial de esta guerra es la posesión del petróleo iraquí (la segunda reserva luego de Arabia Saudita); el rediseño geopolítico de una de las regiones más calientes del mundo; una base para el futuro asalto a Irán, desde Irak y Afganistán; un estratégico cerco al oriente asiático, que en una década contendrá al 58 por ciento de la población del planeta, con una China en constante crecimiento económico. Estas y otras tantas cosas constituyen el núcleo de la perversa doctrina de la "guerra preventiva" del imperio. El supuesto propósito de democratizar Irak, es - como diría Eduardo Galeano- "un insulto a la inteligencia" de los pueblos.
Desde hace décadas, el gobierno de Saddam Hussein viene sometiendo al pueblo iraquí a una feroz dictadura de las clases dominantes. Hasta 1990 los Estados Unidos apoyó al dictador, como apoyó a todas las dictaduras latinoamericanas.
En un reciente mensaje del Partido Comunista iraquí a su par argentino -publicado en el periódico Nuestra Propuesta- se señala "por más de un cuarto de siglo, nuestro Partido Comunista Iraquí, junto a otras fuerzas patrióticas y democráticas de nuestro país, ha mantenido una lucha tenaz contra el régimen de Saddam Hussein y sus políticas de agresión y terror (..). mientras nuestro partido -prosigue el mensaje- continúa luchando contra la actual dictadura y su política, rechazamos enérgicamente la guerra imperialista como medio para producir el cambio. Para lograr el cambio democrático -concluye- contamos con nuestro pueblo y sus fuerzas patrióticas y democráticas".
El gobierno de Washington se obstina en imponer la guerra, los pueblos convocados por el Foro Social Mundial de Porto Alegre se proponen luchar por la paz. Así lo demostraron masivamente en todo el mundo, inclusive en los propios Estados Unidos, el 15 de febrero pasado.
El movimiento pacifista de la década de los '70, comenzó a luchar cuando la guerra de Vietnam hacía años que se había desatado. Este movimiento lo está haciendo ahora de manera preventiva. No es poca la diferencia.
Nota emitida en el programa radial "Hipótesis", de LT8 Radio Rosario, República Argentina, el lunes 24/02/03
Tomado de Rebelión
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