10 de enero 2003
Carlo Frabetti
Contra el Imperio
Si mi primera visita a Iraq, hace un par de años, me llenó de indignación y de dolor, la segunda, de la que acabo de regresar, me ha devuelto (junto con una indignación y un dolor intensificados hasta el paroxismo) esa confianza en la humanidad que nuestros enanos políticos y nuestros bufones mediáticos hacen flaquear todos los días.
He visto a un pueblo depauperado y digno, castigado y sonriente, amenazado y valeroso, dispuesto a defender su país frente al más abyecto de los imperios que ha conocido la Historia, frente a la más brutal e infame agresión jamás perpetrada por los canallas que gobiernan el mundo. He visto a un pueblo heroico y ejemplar, y he sentido vergüenza de ser europeo; vergüenza de que millones de italianos hayan votado a un Berlusconi y de que millones de españoles hayan votado a un Aznar, dos de los más miserables lacayos del imperialismo. Pero he sentido también cómo tomaba forma en mi interior, tras varios meses de gestación, la convicción de que si Estados Unidos ataca a Iraq, será el principio del fin del Imperio.
En los últimos meses he tenido cuatro experiencias sorprendentes, y las cuatro sorpresas, por increíble que parezca en los tiempos que corren, han sido gratas. La primera fue en septiembre, al visitar los campos de refugiados palestinos con motivo del vigésimo aniversario de las matanzas de Sabra y Chatila. Después de cuatro generaciones en el exilio y en la miseria extrema, los niños de los campos empiezan a recuperar su historia. Tuve el raro privilegio de ver varios documentales realizados por niños que habían entrevistado a sus abuelos y les habían pedido que rescataran del silencio su dolor y su pérdida, su irrenunciable pasado (es decir, su futuro). Y el día anterior, cenando con los dirigentes de Hezbolá, no hablamos del Corán ni de la guerra santa, sino de Gramsci y de la necesidad de colaboración entre las diversas fuerzas antiimperialistas del mundo.
La segunda sorpresa me la llevé en noviembre, en Florencia, donde pude comprobar en vivo y en directo la creciente radicalización de los movimientos juveniles. Pese a que los medios sólo dieron la palabra a los representantes más blandos del movimiento antiglobalización, quienes estuvimos allí percibimos la firme y generalizada voluntad de oponerse al imperialismo por todos los medios legales e ilegales, la concienzuda recuperación del marxismo más crítico y del discurso de la revolución frente a los mariposeos de los reformistas.
La tercera (grata) sorpresa fue, en diciembre, la Conferencia Internacional por los Derechos de los Pueblos organizada por Udalbiltza en Donostia. Reconozco que no esperaba gran cosa de un congreso celebrado en un marco tan institucional como es una Asamblea de Ayuntamientos, y que me sorprendió la claridad y contundencia (el radicalismo, en el mejor sentido de la palabra) de los argumentos expuestos por la mayoría de los portavoces de los más de treinta pueblos sin Estado allí representados. Si hubiera que resumir en una frase el espíritu y las conclusiones del encuentro, podría ser ésta: sin autodeterminación no hay democracia. Y hay muchos pueblos en el mundo dispuestos a luchar sin tregua por su derecho a la autodeterminación contra el neoliberalismo globalizador, es decir, contra el imperialismo estadounidense y los Gobiernos que lo secundan.
En este contexto, la compacta confianza de los iraquíes en la victoria final (la cuarta sorpresa) no parece insensata. Con una década de retraso y en un sentido no previsto por él, Sadam tendrá razón a la postre: si Estados Unidos ataca a Iraq, será la madre de todas las batallas. Porque esa batalla infame y absurda desencadenará otras muchas batallas justas y necesarias. Ante tamaña ignominia, ante la perversidad extrema de su planificación despiadada y meticulosa, todos los hombres y mujeres de buena voluntad se convertirán en partisanos (es significativo que Bella Ciao se impusiera como el himno espontáneo de la millonaria manifestación de Florencia) dispuestos a combatir por todos los medios este nuevo fascismo aún más abyecto y repugnante que el que el capital engendró en los años treinta. Todo lo que fue lícito contra los nazis, será lícito contra quienes promuevan y apoyen esta barbarie: la desobediencia, el boicot, el sabotaje, la deserción, la guerrilla...
Cientos de millones de árabes y de musulmanes se convertirán en "bombas humanas contra Estados Unidos", para decirlo con las palabras de Kim Il-Chol. Y decenas de millones de occidentales (incluidos muchos estadounidenses) los apoyaremos. Y también Ben Laden tendrá razón: no habrá paz en Estados Unidos mientras no haya paz en Palestina y en los demás países expoliados y ensangrentados por el más vil de los imperios.
"Dos, tres, muchos Vietman", dijo el Che. Y habrá cientos.
Tomado de Contra el Imperio
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