17 de marzo

2 de abril del 2003

Ataca avión estadunidense dos autobuses con escudos humanos occidentales

Bagdad, cubierta por una mortaja de humo que impide ver los bombarderos

Califica el vicepresidente Ramadan al canciller saudita de "lacayo" y "títere" de Bush

ROBERT FISK ENVIADO ESPECIAL THE INDEPENDENT

Bagdad, 1º, de abril. Fue un día de lo más peculiar. Durante la noche los estadunidenses pulverizaron un bloque de oficinas de estilo neoclásico, que se levantaba al lado de lo que -antes de otra pulverización- había sido el Departamento de Armamentos Aéreos del gobierno iraquí.

Luego, poco antes de las 10 de la mañana de este martes, un avión fue escuchado volando muy alto por encima de esta capital y el estruendo proveniente del otro lado del Tigris, junto con la acostumbrada columna de humo negro grisáceo, marcó el fin de otro anexo perteneciente a los hijos de Saddam Hussein. Posteriormente nos llevaron a un paseo en autobús.

Los iraquíes querían mostrar a los periodistas un ejemplo más de la "violencia imperialista racista" de estadunidenses y británicos y nos llevaron a las afueras de la ciudad, al campus de lo que se nos dijo era una universidad femenina.

Era, efectivamente, un campus, con zonas agrícolas y plantíos experimentales, así como un perímetro arbolado con palmeras. ¿Y el crimen contra la humanidad que se nos iba a mostrar? Era un inmenso cráter en el césped junto al dormitorio de mujeres, cien ventanas destrozadas y cables de electricidad rotos.

A unos cien metros del lugar encontré cuatro vacas pintas amarradas que pastaban y, a unos 10 metros del cráter, una trinchera rodeada de sacos de arena. Sí, claro, nos dijimos los periodistas, instalación común en cualquier campus universitario.

Ahora, seamos justos. El personal universitario tiene todo el derecho de tomar sus propias medidas para protegerse de las notablemente imprecisas bombas "inteligentes" de los estadunidenses.

Pero, ¿fueron ellos quienes cavaron la trinchera y estacionaron camiones y autobuses civiles por el campus desierto, a 30 metros uno de otro, y siempre bajo el follaje de los árboles?

Y si el personal de la universidad ha sido el que abre y cierra las rejas del plantel, ¿por qué las entradas del campus estaban bajo custodia de milicianos armados y ataviados de uniforme verde?

El cráter tenía seis metros de profundidad, la clásica paletada de tierra de los misiles crucero, y el estallido fue enorme.

Las puertas del interior fueron arrancadas de sus marcos, los escritorios quedaron volteados, las camas atravesaron las habitaciones. Nadie resultó herido; de hecho, el campus fue abandonado antes de los ataques.

Ahora avancemos hasta la conferencia de prensa que tuvo lugar un par de horas más tarde y que estuvo a cargo del omnipresente ministro de Información, Mohamed al Sahaf, siempre de anteojos y uniforme, quien anunció que el saldo en Bagdad, durante las últimas 36 horas de bombardeos aéreos, era de 125 heridos y 24 muertos.

Las cifras en las provincias eran algo menores, claro está: 18 heridos y tres muertos en Qadisiya, más de cien heridos y 18 muertos en Babilonia. Este último saldo incluye nueve niños muertos en el distrito de Al Hilla, del cual, casualmente, es originario Al Sahaf.

Pero esto provocó una pregunta obvia. ¿Por qué las autoridades no nos llevaron en autobús al hospital para hablar con los 125 heridos y en cambio nos mostraron una universidad femenil vacía, con todas sus ventanas rotas y cuatro vacas poco comunicativas? Desde luego porque la burocracia aquí funciona al estilo otomano, de idéntica manera que en la antigua capital de los califas.

Alguna de las autoridades tuvo la brillante idea de permitir a un camarógrafo árabe de Reuters y a un corresponsal de la agencia Associated Press viajar a Babilonia para filmar lo que quedó después de una batalla en la que los iraquíes afirman haber salido victoriosos. Eso fue todo.

El momento más dramático de Al Sahaf fue, sin embargo, cuando al comienzo de la conferencia de prensa diaria afirmó que un avión estadunidense había atacado dos autobuses en una carretera entre Bagdad y Ammán, en los que viajaban varios escudos humanos occidentales, incluidos europeos y estadunidenses.

"Los valientes estadunidenses han empezado a dispararles a los estadunidenses y a europeos de distintas nacionalidades", afirmó el funcionario, no sin cierta satisfacción por aportar nueva evidencia de la "barbarie" estadunidense.

Pero, al mismo tiempo, sabemos que es un hecho que los militares estadunidenses atacaron la semana pasada un autobús sirio que cruzó la frontera con Irak y mataron a cinco de sus pasajeros.

Y que un soldado británico, cuya unidad fue atacada por el "fuego amigo" estadunidense la semana pasada -quien por cierto condenó el ataque aéreo porque puso en peligro a civiles iraquíes- calificó de cowboy al piloto estadunidense. En otras palabras, cualquier cosa puede ser cierta.

Bagdad se está poniendo más caliente -en todos los sentidos de la palabra- y en un mes la temperatura llegará a 35 grados. La densa mortaja negra de humo de petróleo que cubre la ciudad está creando una neblina siniestra -los activistas pacifistas aún no se han quejado del efecto dañino que esto pueda tener en la salud de los niños ira-quíes- que sume en el misterio hasta el más benigno bombardeo aéreo.

La tarde de este martes, a las 4:45, volvió a escucharse el ruido de los jets seguido de una serie de breves y agudas explosiones que duraron cerca de un minuto. Todas sonaron familiares a mis oídos, el estruendo de las bombas de racimo, cuyo uso es legal contra vehículos blindados, pero del todo ilegal si se dirigen contra civiles.

Durante 10 minutos traté en vano de ver a través del humo que cubría un complejo de departamentos. Era imposible distinguir si las bombas eran arrojadas sobre los suburbios, las barracas militares o una área densamente poblada.

Armas de destrucción masiva

Igualmente nebuloso es el estatus de Irak en esta guerra. Sus principales caminos en el norte y el sur están abiertos, lo que no cabría esperar en un país bajo sitio; incluso algunos trenes todavía circulan hacia las ciudades del norte.

Se dice que las tropas estadunidenses han instalado un puesto de control en el camino al oeste de Ammán, y más bien parece ser una "columna volante" que revisa camiones y automóviles por unas horas y luego desaparece en el desierto durante la noche.

Los soldados estadunidenses que lanzan bombas sobre autobuses son ahora uno de los muchos peligros al intentar circular por carreteras en Irak.

Por la noche el vicepresidente Ramadan regresó -tiene el inquietante hábito de nunca mirar a quienes le hacen preguntas- e insistió en que 6 mil voluntarios árabes han llegado a Irak para combatir contra es-tadunidenses y británicos, y que la mitad de ellos están ansiosos por ser "mártires".

Ramadan dijo una vez más que Irak no tiene armas de destrucción masiva e invirtió un buen rato en alegar que estadunidenses y británicos podrían plantar dichas armas con el fin de engañar al mundo y justificar su invasión. Después procedió a transmitir un mensaje que, creo, refleja con mucha fidelidad la actual ira de Saddam Hussein.

El ministro del Exterior saudita, príncipe Saud al Faisal, fue el blanco de las críticas de Ramadan, y por lo tanto de las de Saddam. El monarca, dijo el ministro, "ha ofrecido un consejo, que es algo que tiene costumbre de hacer, y es que él quisiera ver que nuestro líder dejara su puesto", dijo Ramadan con voz atronadora.

"Quiero decirle algo a este lacayo, a este títere, a esta ínfima entidad, cuyo primo es, como todos saben, el así llamado príncipe embajador Bandar en Washington, y todos saben para quién trabaja. Quiero decirle lo que dicen todos los sauditas: 'Váyase al diablo. Todos desearíamos que no tuviera un nombre árabe'. Y yo le digo a usted: es muy pequeño, muy poca cosa, no es nada, para pronunciar una sola palabra sobre el líder iraquí. Aquellos que se rindan serán barridos de la tierra de los árabes."

Esta perorata no hizo mucho por las relaciones entre Irak y Arabia Saudita.

© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca


Tomado de La Jornada

Regresar
Home