30 de marzo del 2003
Joaquín Herrera Flores
Rebelión
Siete décadas han pasado desde que Freud denunciara "el malestar en la cultura" occidental. La cultura, como mecanismo simbólico de regulación social, había cumplido su labor de reprimir los instintos de violencia, de agresión y de apropiación indiscriminada de los otros. Sin embargo, al sólo reprimir, y no poder suprimir tales tendencias agresivas, el ser humano vive en un malestar continuo: siempre agredido, y siempre en tensión, a causa de su doble naturaleza de animal animal y animal cultural.
Las muecas grotescas y los gestos "divertidos" con los que Bush enmarcaba los momentos previos a su declaración incondicional de guerra contra el pueblo de Irak y a favor de sus propios intereses empresariales - retransmitidos a través de Internet-, muestra a las claras el cinismo de un gobierno, el de los USA -acompañado por los coristas Blair y Aznar- que hace inclinar la balanza hacia el lado más burdo y humillante de la naturaleza humana. El animal animal no se siente interpelado por cincuenta y cuatro años de la presentación pública de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, por el resquebrajamiento de los débiles cimientos de las Naciones Unidas, ni por el clamor mundial por construir una jurisdicción global que pueda reprimir sus instintos a favor de una cultura de paz y democracia. Nada de eso le inquieta al animal. En estos cincuenta y cuatro años ha despreciado sistemáticamente todo esfuerzo por poner límites a sus instintos, al negarse a firmar convenciones tan aparentemente universales como la dirigida contra la tortura, el genocidio o la que propone obstaculizar la generalización bélica de las investigaciones biológicas.
No estaría mal recordar -tal y como hizo el escritor mozambiqueño Mia Couto- que los Estados Unidos han sido la única nación del mundo que ha lanzado bombas atómicas sobre otras naciones; que los Estados Unidos ha sido la única nación condenada por "uso ilegítimo de la fuerza" por el Tribunal Internacional de Justicia; que armaron al terrorismo islámico, a Sadam Hussein, que apoyaron sistemática y continuadamente el secuestro y asesinato de líderes mundiales que estaban a favor de la democracia y el desarrollo de sus países -pongamos los ejemplos de Salvador Allende y de Patrice Lumumba- "sustituyéndolos" por sangrientos dictadores como Pinochet o Mobutu; que acompañaron la invasión indonesia de Timor Este; que boicotearon, con el apoyo de Israel, la condena del terrorismo internacional; y que desde la Segunda Guerra Mundial han "jugado" a bombardear China (1945-6), a Corea y China (1950-3), a Guatemala (1954), a Indonesia (1958), a Cuba (1959-1961), de nuevo a Guatemala (1960), al Congo (1964), al Perú (1965), a Laos (1961-1973), a Vietnam (1961-1973), a Camboya (1969-1970), otra vez a Guatemala (1967-1973), a Granada (1983), a Líbano (1983-1984) a Libia (1986), al Salvador (1980), a Nicaragua (1980), a Irán (1987), a Panamá (1989), a Irak (1999-2001), a Somalia (1993), a Sudán (1998), a Afganistán (1998), y que cientos de miles de niños vietnamitas e iraquíes han nacido con malformaciones a causa de sus agentes naranja y sus armas químicas, lo que no impidió utilizar el uranio empobrecido para "pacificar" Kosovo no hace muchos meses y en pleno corazón de la Europa de los comerciantes.
Como bien muestra la, por otro lado inocua, película de Philip Noyce El Americano Impasible, y, la no tan inocua, Apocalypse Now, el entramado de intereses militares y hegemónicos que los USA han venido creando desde su apogeo como imperio a fines de la segunda guerra mundial, han potenciado la continua extensión de los conflictos armados como base para el despegue económico en tiempos de crisis y de estancamiento productivo. El mismo Eisenhower, en su despedida de la presidencia, ya advirtió del peligro que el complejo militar-industrial norteamericano suponía para la democracia y la libertad. "Parece que ha llegado ya el momento, se pronunció Eisenhower, de que los votantes exijan al Congreso hacer algo para poner bajo control democrático esa fuerza tan vasta y penetrante". O lo que es lo mismo, ha llegado el momento de poner al animal cultural por encima de los instintos y apetitos de agresión, de violencia y de apropiación indiscriminada que caracteriza al animal animal.
Ahora bien, la animalidad del animal no es ajena a la naturaleza cultural de lo humano. Hoy en día los helicópteros de la 1ª del 9º de caballería ya no vuelan al ritmo de las walkirias ocupados sólo por soldados. Hoy, mientras los bombarderos inteligentes e invisibles sobrevuelan nuestros territorios cargados de armas mortíferas y uranio empobrecido, llevan consigo otra arma, no tan inmediatamente mortífera, pero sí tremendamente adormecedora de conciencias, que es la llamada "ayuda humanitaria". Destruye para construir. Primero, provoca una catástrofe humanitaria como la que lleva sufriendo el pueblo iraquí desde 1991 (a causa, no sólo del bloqueo económico, sino de los continuo bombardeos con uranio empobrecido que ingleses y norteamericanos, con el silencio cómplice de sus socios en la rapiña global, llevan realizando durante todos estos años, y que ha aumentado los casos de cáncer, leucemia y malformaciones de nacimiento de 11 en 1988 a más de 120 casos por cien mil habitantes en el 2000), y después, envía a las asociaciones y entidades humanitarias a que traten de aliviar los sufrimientos. Estamos ante la misma lógica que aplican las instituciones financieras internacionales: primero obligan a los países a privatizar y a desmantelar sus servicios públicos, y, después, inducen a miles de ONG's a que compitan por obtener fondos para "tapar" los agujeros negros provocados por la ausencia de políticas sociales nacionales. Lógica perversa de un "humanitarismo" paradójico que nos está arrastrando a los niveles humanitarios más bajos desde el final de la segunda gran guerra.
Dicen que la verdad es la primera víctima de las guerras. Y la verdad en esta guerra se llama petróleo, o, mejor dicho, se llama complejo industrial-militar (en el que figuran fichajes como Dick Cheney, Condoleezza Rice, Thomas White, Kathlen Cooper o Donald Rumsfeld, todos miembros del gobierno Bush) que controla el 32% de la economía estadounidense y, no seamos ingenuos, tiene en sus manos al resto de gobiernos títeres que pretenden no perder las migajas que el emperador les arroje al suelo.
Pero hay algo que no pueden controlar del todo. Hay algo que puede estropearle la mueca a Bush. Existe una posibilidad de que el animal cultural pueda vencer al animal animal. Y ese algo es la protesta, la muestra de indignación, el grito de rebeldía frente a la impotencia que genera todo ese entramado animalesco y depredador. Hace casi veintiséis siglos que Antígona supo decir no al poder. Los herederos de Antígona somos todos nosotros. Sigamos ejerciendo el rechazo, es el único modo de sentirnos vivos ante tanta animalidad; es el único camino para huir del malestar que nos produce día a día percibir la victoria del animal sobre la cultura.
* Director del Doctorado en "Derechos Humanos y Desarrollo". Universidad Pablo de Olavide. Sevilla
Tomado de Rebelión
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